sábado, 23 de marzo de 2024

SANGRE CALIENTE (Análisis del vídeo de Kiko Rivera)

Si no habéis visto ni oído el tema y no sabéis quién es Kiko Rivera, mejor para vosotros, creedme.

Eleanore

Después de pasar los últimos años encerrado en los mejores estudios de grabación de Miami y Sanchinarro, el genial compositor, intérprete y cantante Francisco Rivera Pantoja – más conocido como el jilguero del Skorpia – ha presentado su último trabajo discográfico. O, en sus propias palabras, “mi nuevo zínguel”.

Se ve en este trabajo la madurez musical de un artista que, a pesar de tener el oído de una cacatúa con sífilis, ha sabido desenvolverse en un estilo tan complejo y rico en matices como es el Reguetón, que incluye éxitos de la calidad de “Pam pam”, “Atrévete te te”, “Métele sazón”, “Calentura” o “Pa que retocen”.

El vídeo musical – grabado en un salón de bodas de un polígono industrial – narra magistralmente la dramática historia de unos vampiros adictos al calimocho. El reparto lo forman familiares y compañeros de logopedia del propio artista, a los cuales, para caracterizarlos como seres tenebrosos, les han incrustado en la boca los dientes del burro de Shrek. A todos excepto a la hermana de Kiko Rivera, que acudió al rodaje con sus propias fauces. Completan ese reparto varios drogadictos tirados en un sofá y gente que levanta las manos.

Es importante en este punto fijarse en la cámara lenta, que dota de dramatismo a la narración durante todo el vídeo. La hermana de Paquirrín, que se ha puesto de granadina hasta la chominola, va por la pista como una ardilla borracha mordiendo hasta los altavoces, pero siempre a cámara lenta. Por eso es cultura.

Para poder comunicar la profundidad de sus inquietudes artísticas, Francisco ha optado por una indumentaria elegante pero inconformista compuesta por varias camisas de flores cerradas al vacío, una boina de cuero que apenas le abarca el cráneo y los pantalones por dentro de las alpargatas por si chispea. Un guiño del intérprete a los pijamas que usan los osos en los circos rusos. El resultado final es como ponerle una gorra a una albóndiga. Y es que la cara de Kiko, equivalente a pintarle ojos y bigote a un glande, posee una versatilidad desconocida hasta ahora. Las gafas de pollito aviador cierran un conjunto redondo.

Podemos observar que, a pesar de la cuidada producción – que incluye elementos ambientales como humo por el suelo, alfombras en las paredes o dioses hindúes de corchopán -, la fuerza expresiva recae casi enteramente sobre el genial intérprete, que utiliza aquí todo su repertorio gestual: sentarse, recostarse y tumbarse. Francisco Rivera, consciente de su belleza bovina, coquetea así constantemente con la cámara y seduce a la audiencia.

Por ejemplo, mientras canta se toca la barbilla y mira al suelo en un gesto de sabiduría grecolatina, como si estuviera buscando un euro. Igualmente, cuando va a decir algo importante, como “los corasones se aseleran”, mira a la cámara y señala al espectador para hacerle cómplice de la relevancia del momento. Todos esos recursos interpretativos los acompaña de una coreografía en la que mueve los brazos como un orangután encima de una carretilla.

Para apoyar al cantante se ha seleccionado un ballet compuesto por tres señoritas con tacones y un bañador que se les pega al pionono y les marca toda la galleta de la suerte. Sofisticado y sutil. Estas muchachas se dedican principalmente a “perrear”, pudiendo definirse el “perreo”, para quienes lo desconozcan, como la secuencia de movimientos que hace un mono oligofrénico cuando le pica el escroto.

Centrándonos ahora en la música, Kiko se vale de su genialidad como compositor y de su amplísimo conocimiento musical para crear un sempiterno ritmo de tresillo 3-3-2 (utilizado en todas las canciones de reguetón) orquestado por unas trompetillas de coches de choque. Tal conjunto melódico y armónico hace las delicias de cualquier suficiente mental.

Aunque el auténtico valor de la composición no reside en su música, sino en las sutilezas líricas de la letra, que bien pueden recordar a aquellos versos del “electrolatino” que rezan: “ese man es hiueputa gonorrea”. Una letra que el autor ha tenido la audacia de rimar con gerundios con la destreza con la que un delfín da volteretas. Deleitémonos con algunos pasajes:

No puedo reprimirme ante tus encantos.
Pretty girl tú me gustas tanto”
(Apréciese el fluido bilingüismo de Kiko Rivera, imprescindible para llegar al público angloparlante)

Devórame las pieles de principio a fin”.
(Aquí asistimos a una sugerente invitación a comerle los colgajos y rebañarle los pliegues)

De comerte no me arrepiento”
(No se tiene noticia de que Paquirrín se haya arrepentido nunca de comerse algo)

Un nivel así de enjundia narrativa y una profusión tal de matices sólo son posibles cuando buscas la inspiración en una clínica de venéreas de Guatemala.

Pero Francisco guarda lo mejor para el final. Un último golpe maestro de efecto. Un desenlace inesperado donde descubrimos que todo ha sido un sueño, una fantasía onírica provocada por la ingesta, por parte de Kiko Rivera, de dos cubos de gazpacho con dos pajitas. Un Deus ex machina que deshace el entuerto vampírico como Sófocles hiciera en su Filoctetes. Pero esta vez con Pakirrín despanzurrado en un colchón como un escombro charcutero.

Con esta obra de arte, Francisco Rivera Pantoja viene a satisfacer la urgente necesidad que tenía España de música de calidad. Ya que desde el “Pégate” de la soberbia cantante, actriz y comunicadora social “la Ylenia”, el panorama musical español estaba huérfano de lirismo.

Ángel Sanchidrián

SUPERVIVIENTES

miércoles, 20 de marzo de 2024

LA CIGARRA Y LA HORMIGA (Final alternativo. Versión del entomólogo)

Érase una vez una cigarra, la Ylenia, que se pasaba el día tocándose el corchopán en el parque. La cigarra Ylenia no quería terminar la ESO ni llevar un currículo al Bershka para una media jornada. Ella sólo quería perreo y calimocho. Por la mañana se pintaba la raya del ojo hasta el hueso occipital, se ponía unos pendientes como los columpios de dos cacatúas y no volvía a casa hasta la hora de la cena.

Siempre estaba con su novio, el grillo Lenin Báiron, que era filósofo callejero y compositor de reguetón. En su Facebook ponía que había estudiado en la universidad de la vida. También había compuesto un tema, el “cri, cri, sabrosura”, que la Ylenia bailaba perreando en una maceta dando palmas con los leggins.

Un día estaba la Ylenia tumbada en el césped, escuchando al Daddy Yankee en el móvil sin auriculares, cuando pasó frente a ella una hormiga que volvía agotada a su casa después de una dura jornada de trabajo.

- ¡Adónde vas con este calor, somiérdago! – le dijo la cigarra.- Que aquí tirao se está mazo de lujo con los colegas. 
- Vengo de trabajar – contestó la hormiguita.
- Buá, chaval, qué pringá.
- ¿Acaso tú no trabajas?
- Trabajar pa qué, si mis viejos me dan pasta. Yo me voy a operar las antenas para ponérmelas más gordas y me voy a ir al Gran Hermano a petarlo. Y luego a Cucarachas y cigarras y viceversa.
- ¿Esas son tus aspiraciones? – le preguntó la hormiga.- Vergüenza me daría a mí.
- ¡Que me comas el coño, flipá! Yo soy la reina de las tarimas, ¿te enteras? – dijo la Ylenia chascando los dedos y estirando los labios.

La hormiguita siguió caminando hacia su casa pensando que si esa tenía que pagarle la pensión en un futuro, lo llevaba claro, y que más le valía ponerse a ahorrar para su jubilación.

Así continuaron las cosas durante meses. Cada vez que la cigarra Ylenia la veía volver a casa después del trabajo, se reía de ella, le tiraba las cáscaras de pipa y le azuzaba al rottweiler.

Entonces, un día de invierno en que la hormiga estaba pasando frío en su casa porque no le llegaba el sueldo para poner la calefacción, la cigarra llamó a su puerta.

- ¿Quién es? – preguntó la hormiguita.
- La Ylenia.
- ¿Qué quieres?
- ¡Que me voy al Sabandija Shore! ¡Que me pagan mazo de viruta por rascarme la cotorra y pillarme pedos! ¡Ahí te quedas, payasa! Ya me verás en la tele. ¡Hasta nunki!

Y la hormiguita se quedó con cara de paisaje con fuente, frotándose las manos heladas en su minúsculo hormiguero.

Moraleja: no haber estudiado.

-Ángel Sanchidrián

La otra versión la tenéis aquí:

https://universodeloslocos.blogspot.com/2024/03/la-cigarra-y-la-hormiga.html

CRYSTAL EVENING

miércoles, 13 de marzo de 2024

QUINTA PEDREGAL

Los investigadores cifran en unos 300 los desaparecidos en este «chupadero» avilesino, en el que se torturó y asesinó con crueldad.

La Quinta Pedregal, el «chupadero» en el que desapareció en 1937 el policía municipal Melitón Corral Luengo -cuyo caso será visto el miércoles por el grupo de desapariciones forzosas de la ONU en Ginebra-, es el agujero negro de la memoria histórica en Avilés. Los investigadores cifran en unas 300 las personas desaparecidas tras entrar entre sus muros. Testimonios de supervivientes hablan de torturas atroces y viles asesinatos, con los que se consumaba la detallada venganza sobre los vencidos. Los investigadores aseguran que su simple mención provoca aún terror entre los derrotados (y las familias de éstos) que sobrevivieron a aquella época salvaje. Aún se desconoce con exactitud lo ocurrido realmente en aquella casa que perteneció al político José Manuel Pedregal y que hoy acoge la pinacoteca y la colección de porcelana de Sèvres de José Luis García Arias, presidente del Grupo Melca. Pero un grupo de jóvenes investigadores se niega a pasar esta oscura página de la historia avilesina y asturiana.

Quizá uno de los casos emblemáticos sea el de Fernando Arias Arias, consejero municipal en el Ayuntamiento de Avilés, y, por tanto, un miembro destacado de la Administración republicana en Avilés, sobre el que cayó la más brutal de las venganzas. Su nieta, la ex senadora socialista Nelly Fernández Arias, tenía 5 años cuando mataron a su abuelo. La mujer ha relatado en varias ocasiones cómo su familia supo, a través de testigos, que a su abuelo le sacaron los ojos durante las torturas, para luego matarlo a palos. Quizá su cadáver se encuentre enterrado en alguna de las fosas de la comarca avilesina, como las situadas en La Lloba o en el pinar de Salinas, aunque se ha sugerido la posibilidad de que haya inhumaciones en la propia finca.

Fernando Arias puso a salvo a su familia el 9 de septiembre, un mes antes de la llegada de los nacionales a la ciudad. Salieron hacia Burdeos, y de allí a Barcelona. Arias se quedó en Avilés. Le esperaba un final esperado, del que era muy consciente. Su familia quedó marcada de por vida, como ha relatado en alguna ocasión Nelly Fernández, su abuela tardó varios años en salir de casa.

Antes de la caída, Avilés había sido escenario de la represión republicana. El historiador Pablo Martínez Corral (autor de «Castrillón de la Segunda República y la Guerra Civil»), bisnieto del policía municipal Melitón Corral, cifra en unos 70 los asesinados por los milicianos republicanos en las tres grandes sacas del Monte Palomo. Quizá esta brutalidad, que Martínez atribuye a la destrucción de la legalidad republicana desencadenada por el golpe de Estado del 18 de julio, sea lo que explique la saña con la que los vencedores persiguieron a los vencidos en aquellos meses finales de 1937. La gran diferencia con los asesinatos cometidos por los republicanos es que la represión nacional fue sistemática y buscaba sobre todo «desatar el terror y expandir el miedo».

La Quinta Pedregal centralizó la represión extrajudicial. Su único sentido era eliminar a los republicanos. Hay quien salió vivo de allí, pero tras recibir una soberana paliza, que le quedó grabada de por vida. Los supervivientes relatan también la violación sistemática de mujeres, incluso de aquellas que acudían a la casa con comida y ropa para conocer el destino de sus seres queridos.

La Quinta Pedregal era un cuartel adscrito a Orden Público. Allí operaban falangistas y guardias civiles, integrados en las llamadas patrullas de Investigación y Vigilancia. Pese a este nombre, la represión ejercida por estas patrullas carecía de respaldo legal alguno.

Los nombres de los torturadores se conocen. La patrulla que detuvo a Corral estaba mandada por un guardia llamado Carbonero, que murió en diciembre de 1937, posiblemente asesinado por sus propios correligionarios. Otros represores vivieron para ver el nuevo milenio, según familiares de las víctimas.

La mayor parte de las desapariciones en la Quinta Pedregal se produjeron en noviembre y diciembre de 1937. La dinámica de detenciones, torturas y asesinatos se prolongó a lo largo de 1938, pero la represión se hizo notar aún hasta 1949.

Pablo Martínez Corral ha documentado incluso la forma en que se desarrollaban los interrogatorios, que se iniciaban con preguntas a veces al tuntún, sin mucho sentido. Quienes confesaban eran asesinados allí mismo, de la forma más cruel.

Con la llegada de la democracia, la finca se convirtió en lugar de peregrinación, y el 1 de mayo se depositaban flores. El Foro Republicano y de la Memoria Histórica de Avilés ha solicitado que la Quinta albergue un museo de la represión franquista, sin éxito.

Oviedo, L. Á. VEGA

OPAL GATE

martes, 5 de marzo de 2024

HUELGA DE MUSAS

Delante de la pantalla en blanco con los ojos expectantes y los dedos puestos sobre el teclado, en espera de la primera frase que rompiera el brote germinado de la inspiración, así estaba yo, con la esperanza puesta en un relato que no quería salir de su escondite. Me preguntaba si conseguiría dejarlo nadar en el estanque de mis inquietudes, permitiéndole salir a flote para salvarse de entre todo lo que aun no existe

La vida borbotea en la sangre y lo que quiero contar navega, rojo de pasión, entre plaquetas y hematíes. Sin embargo, la pantalla esta en blanco

El artículo casi siempre es necesario para iniciar una historia de modo que, lo escribo, para borrarlo una y otra vez: ahora femenino y singular, ahora masculino plural. Tendré que encontrar otra forma de empezar el relato. Pero, ¿qué quiero contar en realidad?

La música que suena me envuelve en un ambiente agradable, íntimo, muy personal. La lluvia mancha suavemente los cristales que he limpiado esta mañana y los obreros, que están arreglando la calle, siguen haciendo ruido; me distraen de la intención muy seria de escribir una historia. Y la pantalla, sigue en blanco

Enciendo un cigarrillo aunque sé que debería dejar de fumar. Me asomo a la ventana y dirijo la mirada hacia el colegio de enfrente: los paraguas y las madres se amontonan en la puerta, en la acera y van frenando el impulso natural de los hijos por salir corriendo a pisar los charcos. Siempre llueve cuando los niños salen de la escuela

El vaho no me deja seguir observando el movimiento de la gente en la calle y la ceniza cae al suelo así que, aparto la nariz del frío cristal y voy a por una toallita húmeda para recogerla y de paso quitar una mancha que acabo de descubrir

Cuando las historias se niegan a dejarse contar es difícil seducirlas. Mi técnica es aceptable, el interés no me falta y el esfuerzo sigue presente, pero aquella que está detrás de una de las esquinas de mi mente, no se deja convencer. Y la pantalla continúa en blanco

Dicen que con trabajo, disciplina y persistencia se escriben buenos libros. Yo lo intento. Procuro, al menos, escribir un puñado de palabras que me digan algo, pero esta tarde mi entorno, aunque cómodo y amable, no me ayuda a secuestrar las letras que necesito. Si las musas existen, hoy deben estar en huelga

La tarde está empezando a ser noche y el agua que cae del cielo ya no es mansa. Las gotas golpean la parte baja de la ventana y han sustituido a los obreros en el trabajo de hacer ruido, confabulándose con el mundo, para distraerme sin remisión

Bailo con las manos ya que sus dedos no quieren escribir. Sigo el ritmo de la música como si fuera un director de orquesta y ondulo las muñecas y giro los codos despacio, buscando el equilibrio entre lo que oigo y lo que siento. Al canturrear con pudor las notas que salen del altavoz soy consciente de que, lo que quiero, lo que necesito, es escribir un relato. Pero, después de haber borrado unos cuantos artículos más, la pantalla sigue en blanco

En la escalera se oyen voces y Kay se pone delante de la puerta con las orejas en punta para ladrar pidiendo orden y silencio. Sin embargo, los nietos de la vecina siguen chillando y dando golpes a la barandilla. Si fueran mis hijos les habría dado una colleja, o mejor dicho, nadie a mi cuidado hubiese tenido ese comportamiento


Cuando me doy cuenta de que ya tengo otro cigarro a punto de encender lo dejo en la mesa, lo miro atentamente y me pregunto una vez más, por qué no me olvido de fumar. Intentando borrar de mi deseo el pequeño cilindro al que soy adicta, recorro la casa bajando persianas para aislarme del mundo y del frío que la gente lleva bajo la lluvia

Un saxo sibilino me dice algo a través de la melodía que está sonando y vuelvo al teclado. Fijo toda la intención en el reclamo pero no consigo traducir el lenguaje. Estoy sola, quiero escribir un relato y este es el mejor momento, sin duda; de modo que presto mucha atención a todo aquello que pretende llegar a su destino, pues empiezo a entenderlo. “Comenzaré con un artículo al azar” me digo, “para seguir, según me vaya saliendo”

Los sonidos empiezan a desaparecer de mi entorno y me molesta cualquier cosa que no sean las letras que escribo, las palabras, que por fin, quieren dejarse leer. Han pasado unas cuantas horas y se han cansado de jugar al escondite conmigo. Me alegro mucho del cambio que percibo y despliego toda la seducción de la que soy capaz. Empiezo a construir la primera frase: artículo, nombre, verbo, complemento directo y hasta indirecto si hace falta. La traducción de repente se hace simultánea y el mensaje da brazadas en mi tenebroso mar de dudas para emerger con ímpetu, salvándose a la realidad de lo que existe, y dejándose acariciar, seducido al fin, por mi tenacidad

La pantalla ha dejado de estar en blanco para mostrar multitud de signos que, todos ellos muy unidos, conformarán el relato que necesitaba escribir y, cuando lo acabe, quizás, si las Musas me ponen a prueba y me lo quieren decir, podréis conocer el mensaje que quiere salir…

Gracias Euterpe por el saxo y también gracias a ti, Calíope, si me ayudas a contarlo.

-Queralt

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