Día 1
Antes de ir a la India puedes haberte
leído guías de viaje hasta creer que nada podrá sorprenderte, pero
hay tal densidad de vida que cualquier calle, cualquier rincón
impacta.
No hay tregua
para el viajero. Nada más llegar me alcanzó un calor opresivo y una
docena de personas que querían llevarte a cualquier parte todos a la
vez. Escogí un auto ricksaw tras ofrecer doscientas rupias como si
me estuviera vendiendo a mi mismo. Aquí no basta con llevar un
meticuloso plan, tienes que tener paciencia y tozudez y aún así se
pondrá a llover. El tráfico es un caos donde te sientes una gota en
mitad de un torrente intentando reafirmar tu presencia y adelantar en
base a bocinazos constantes. Hay gente durmiendo en la calle, niños
pequeños jugando, familias enteras entretejiéndose con la
circulación y cada uno se busca su propio espacio.
El hotel me
transmitió la sensación de un viejo con sombras y arrugas malamente
maquillado con ceras infantiles. Desde la ventana se pueden ver la
telaraña que es la red eléctrica de por aquí y los tenderetes,
cuidados por niños, con una chapa metálica por toda protección
contra la lluvia. Parece ser que esta imprevisible tromba de agua es
el único oasis de calma que puedes encontrar en las ciudades. Me
echo a dormir sabiendo que hay cucarachas en algún lugar de mi
habitación y que más me vale acostumbrarme al rugido del
ventilador.
Día 2
Me he levantado más sudoroso de lo que
me acosté, supongo que es cuestión de acostumbrarse. Sé que va a
ser un día largo. Aquí el turista es la atracción, un posible
dispensador de monedas con un misterioso color de piel.
Las avenidas son
estrechas, invadidas de gente y un olor a exótica sopa requemada con
ingredientes que van desde lo empalagoso de un puesto de frutas hasta
el hedor de unos baños públicos. Es casi imposible encontrar papel
higiénico o una ducha en condiciones, son lujos comunalmente no
implantados.
Hay vendedores de
flores, de refrescos, de música, de telas, de estatuillas. Los niños
se te acercan y, aunque sabes que no debes de darles limosna, se te
encoge el corazón al ver sus ojos hambrientos. Les enseñe a hacer
barcos y pajaritas de papel hasta que se me agotó el cuaderno. Tomé
un coco verde. La fruta es espectacular, el fundamento de la
alimentación junto con el arroz. Finalmente acudí al restaurante
donde me sirvieron una pintura impresionista.
Día 3
Hoy alquilé un chofer por todo el día.
Si circular por la ciudad es la ley de la jungla, por carretera es un
ejercicio de imaginación psicótica. Los dos carriles bacheados se
estiran hasta cuatro y ver venir a un camión de frente mientras
pones tu vida en las manos del camión que estás intentando
adelantar es algo más que emocionante.
Hay gente
caminando a los lados, mujeres de coloridos saris cargadas con bolsas
y vasijas, niños pastores y un anciano con una bicicleta cuyo
equilibrio parece un milagro de ingeniería. El paisaje tiene una
riqueza verde no domada que se ha adueñado de cualquier altura.
Llegué al templo
con pájaros con sobrevolándome. La India es un arco iris que las
fotografías no pueden capturar. Tenía un aspecto antiguo pero
cuidado, con grandes detalles. Dentro me recibió un hombre con un
gigantesco turbante enjoyado y tres dioses, uno de ellos colocado
para que sólo lo vieran los hombres. Dejé una flor de ofrenda sobre
una piedra anaranjada.
Los monos son
graciosos hasta que saltan a quitarte la comida. Aquí hasta los
animales te evalúan y te asaltan en avalancha a la menor
oportunidad.
Día 4
Último día. Me lo he reservado para
perderme. En la India todos tienen una sonrisa que basta una
fotografía para sacar, pero también hay gente tirada en la calle,
un perro enfermo que se acerca a olfatearte, sadus con el rostro
pintado intentando que el mundo se detenga frente a ellos, ancianos
en los que se pueden contar los huesos, niños jugando con cometas.
El país me ha dejado la sensación de un tigre encadenado que se
alimenta de sus cadenas. Lo mejor es la amabilidad de las personas
sin importar su condición, lo peor es la higiene, esa costumbre de
escupir y esos charcos indeterminados en las calles. Creo que ella te
sostiene una curiosa y resignada mirada de niña vieja y simplemente
espera.