miércoles, 31 de diciembre de 2025
martes, 30 de diciembre de 2025
lunes, 29 de diciembre de 2025
El escultor
Había una vez en la afamada Grecia un escultor de nombre Philippo, a quien los reyes de las más lejanas tierras solicitaban esculturas cuya belleza atravesaba fronteras. Tenía un aprendiz, Eneas, que contemplaba con asombro el trabajo de su maestro. Un día Philippo le dijo a Eneas que se retiraba a su estudio para crear la más perfecta estatua jamás lograda, una que hasta los mismos dioses admirarían. Se encerró en su estudio y sólo Eneas podía entrar para traerle sustento, pero debía de hacerlo con los ojos fuertemente vendados. Philippo trabajó incansablemente, desde el amanecer al ocaso, sólo interrumpido por Eneas que entraba con titubeantes pasos, cegado por una oscura venda.
Poco a poco cobró forma su creación. Poco a poco fueron atenuándose los sonidos hasta que el mármol reveló su suavidad, hasta que sintiendo que nada de lo que hiciese podría mejorar su armonía, dio un paso atrás y se deleito en su belleza. Entonces, con los ojos llorosos, habló a lo alto diciendo: “¿No es acaso perfecta? No rompáis vuestro silencio por un simple mortal, pero si os ha conmovido detened mi mano y me daré por satisfecho”. Philippo alzó su más grueso cincel pero, sorprendido, nada detuvo su golpe y la herramienta rompió el rostro que tan precisamente había contribuido a elaborar. Philippo observó el desastre pero nada dijo, se limitó a hacer pedazos la escultura y llamó a Eneas para que tirase los restos y le llevase un nuevo bloque donde reiniciar su trabajo.
El escultor se quedo pensativo durante muchos días, contemplando los cielos, hasta que en un sueño descubrió el motivo que superaría cuanto había realizado. Sólo al imaginarla su belleza provocó ríos de lágrimas en sus polvorientas mejillas. Inmediatamente concentró toda su experiencia en su labor y continuó durante meses hasta que el más mínimo retoque requirió de horas de planificación, hasta que las mismas sombras que proyectaba la escultura fueron dotadas de su propia hermosura. Entonces de nuevo levantó su mano armada y dijo: “Si estáis ciegos tocadla pues con sólo sentir lo que he logrado la salvareis de su destrucción”. Pero de nuevo el golpe la hirió, de nuevo fue despedazada y de nuevo el escultor se sentó a contemplar los cielos. Pasaron los años, algunos en furia, otros en silencio, otros de esperanza, otros de cansancio. Llegó el momento en que los dedos de Philippo perdieron su firmeza y su corazón latía dubitativo. Sintiendo que se acercaba el momento de su muerte pidió a Eneas un último bloque.El mármol parecía llorar. El anciano lo acariciaba con pulso tembloroso. Dejaba que lentamente naciese una delicada forma. Sencilla, casi frágil, la lanza apuntó al escultor. Más cuando Philippo estaba punto de arrojarse hacia su muerte una mano contuvo su caída. Eneas cargó con su agotado maestro, abrió la puerta y allí descansaban alineadas todas y cada una de sus obras reconstruidas hasta la ultima esquirla para admiración de la multitud que las contemplaba con lágrimas en sus ojos.
domingo, 28 de diciembre de 2025
sábado, 27 de diciembre de 2025
viernes, 26 de diciembre de 2025
EL ERMITAÑO ARISCO
Un ermitaño conocido por su carácter hosco vivía solo en la ermita situada en la cordillera del Himalaya.
Cierto día, un hombre que viajaba por la región se topó con él y, respetuosamente, le dijo: “Buen hombre. ¿se encuentra usted bien?”. “¿Cómo voy a estar bien? ¿Puede estar bien un hombre que es prisionero?”, respondió. “¿Cómo puede usted decir eso si puede moverse a su antojo por este sitio tan espectacular?”, le preguntó, perplejo, el visitante. “Todo este universo se me antoja pequeño y me siento preso en él”, contestó airado.
El viajero se quedó estupefacto con esta respuesta. “¡No ponga esa cara de bobo! ¡Qué pequeño debe ser el mundo para que nos hayamos encontrado y tenga que aguantar su presencia!”, le atacó el ermitaño. “Y qué pequeño su corazón para que sea tan poco amable”, replicó sin perder las formas el viajero.
Esta historia nos muestra que, cuando alguien tiene resentimiento, tiende a manifestarse con acritud. Cuando una persona está en paz, lo hace con afectividad.
jueves, 25 de diciembre de 2025
miércoles, 24 de diciembre de 2025
TOMTE DE NAVIDAD
Tomte (en sueco) o tonttu (en finés) es una pequeña criatura humanoide del folclore nórdico. Estas criaturas míticas están asociadas con el solsticio de invierno y Navidad.
A menudo el aspecto de estas criaturas imaginarias corresponde a un hombre pequeño (no más de 90 cm de altura), de edad avanzada, y con una larga barba blanca. Su indumentaria es el vestido tradicional nórdico del siglo XVII -una túnica que les llega hasta las rodillas con medias y un gorro de gnomo. El folklore Noruego afirma que sólo tienen cuatro dedos, en ocasiones con orejas puntiagudas y que sus ojos reflejan la luz en la oscuridad.
Se cree que estas criaturas son expertos en las ilusiones, puden cambiar su tamaño y, a veces son capaces de hacerse invisibles. A pesar de su pequeño tamaño, el Tomte posee una fuerza inmensa. Pero, desafortunadamente, sólo es posible verlos a través de breves destellos.
Existen diferentes tipos de Tomtes. Por ejemplo se cree que hay un Tomte que habita en las casas, al mismo tiempo que las protege. Su trabajo es a vigilar que durante la Navidad nadie se comporte de forma inapropiada, ya que detesta las groserías.Se enfada especialmente cuando alguien utiliza palabrotas. Y un tomte enfadado es muy peligroso porque puede morder con sus dietes venenosos o también, con su poder, volver locos a la gente.
En Escandinavia durante la Nochebuena se suelen complacer a los Tomtes regalando un cuenco de gachas con un trocito de mantequilla por encima. Existe la creencia de que sí el Tomte no recibe esta recompensa por sus esfuerzos, entonces en lugar de proteger empezará a romper los objetos de la casa, o girarlos del revés.
Por este motivo, y por si acaso...Hoy recomendamos a quienes creáis en ellos: No olvidar recompensar esta noche los esfuerzos de vuestro Tomte!
Feliz Nochebuena a tod@s
martes, 23 de diciembre de 2025
El equilibrio del cielo 2
Hay que decir que Rafael creció arropado por las canciones de Teresa y la amabilidad de las vecinas hasta convertirse en un niño que era feliz con un rayo de sol y se colaba en cualquier casa con la habilidad de un gato sonriente.
Teresa vivía de hacer jabón de manzanilla que vendía entre las mujeres que cada mañana acudían al cantar de la fuente a frotar la ropa y contar chismes. Sus hijos, aún muy pequeños para ir a la escuela, jugaban con Rafael a hacer tortillas de barro, a los encantados, a encontrar tesoros y a contar cuentos. Rafael no iba a la escuela porque no podía pagar al maestro.
Por las mañanas llevaba frutos silvestres al panadero. Luego se quedaba a ver como se doraba el pan y de la primera hornada recibía un trozo tan grande como un queso. También le gustaba ver coser al zapatero, martillear al herrero, labrar a los labradores, pescar a los pescadores… Algo tenía su silenciosa manera de mirar que parecía ayudarles. Era un brillo feliz y al mismo tiempo profundamente atento que hacia que el pan estuviese crujiente, los zapatos fueran cómodos, las herraduras bruñidas y los surcos rectos y que no importase cuantos peces picasen si contabas la historia del rey del río que pesaba lo mismo que un saco de trigo. Teresa se sentía muy esperanzada con todo esto, porque notaba que últimamente le costaba más trabajo a su corazón hacerla caso y pensaba que cuando no estuviese Rafael podría ser el aprendiz de alguno de ellos. Así habría sido si no se hubiera enamorado.
La primera vez que la vio, enmarcada en su ventana con sus largas trenzas y sus ojos de ensueño, sintió que despertaba en su interior un cálido suspiro. Como no supo que hacer con él simplemente sonrío. Ella le regresó la sonrisa. Él echó a correr. En el camino de vuelta a casa no jugó a las cometas con los vencejos, ni a moldear las nubes o alentar al sol simplemente pensó que había algo en esa chica que no era capaz de expresar.
– ¿Qué te ha ocurrido? – le preguntó Teresa preocupándose nada más verle entrar. – ¿Te has caído de un árbol? – dijo conocedora de su afición a imitar a los pájaros.
– ¿Quién es esa chica que vive en casa del alcalde? Nunca la había visto.
– ¿Clara? Pobre niña. Su padre, que es más malo que un dolor de muelas, pretende casarla con algún señoritingo. La tiene recluida para que no se le “estropeé”.
– ¿No puede ir al bosque o al río? Pero mamá, eso es cruel. ¿Nadie hace nada para salvarla?
– ¿Qué van a hacer? Es el alcalde – dijo Teresa dejándolo pasar. – Vamos a comer que se enfría la sopa.
Aquella misma noche Rafael saltó la cerca, acarició a los perros, escaló la pared con sus pies descalzos por donde le pareció más fácil y, sigilosamente, se introdujo por la ventana de Clara. Desafortunadamente estaba dormida por lo que no pudo decir ninguna de las frases que tenía preparadas para el rescate.
Ahora que estaba allí le pareció maleducado despertarla. Parecía dormir muy a gusto. Respiraba como una brisa de verano en el prado. Sus cabellos eran suaves como margaritas. Sus orejas eran raras aunque después de una breve exploración de las suyas concluyo que no tanto. Su colcha era blanca y estaba delicadamente bordada. Había una cantidad asombrosa de libros en el cuarto colocados en dos estanterías. Tenía curiosidad por saber lo que contenían ya que Teresa le había hablado de ellos. Abrió unos cuantos pero no consiguió entenderlos.
Clara tenía una peca al lado de la nariz. Sus cejas se curvaban de una manera extraña. Debajo de su cama estaba un poco sucio y había una bacinilla. En el escritorio que estaba junto a la ventana había una pluma pero hecha un desastre y papeles. Encontró un tesoro en uno de los cajones. Había flores aplanadas que todavía olían bien y canicas preciosas a la luz de la luna, frías y lisas como el fondo del cielo. También un collar que sin duda venía del mar.
Rafael notó que empezaban a levantarse las sombras. Decidió que tendría que planear el rescate un poco mejor. Rebuscó en su bolsillo y dejó sobre el escritorio una piedra de chispas, una bellota peonza, un capullo de amapola sin abrir y un silbato de madera que había hecho él mismo y que sonaba bien si no soplabas demasiado fuerte.
Fue más difícil bajar que subir. Saltó un poco pronto pero tras tumbarse un rato y que el perro le lamiese la cara se sintió mejor.
– Es cuestión de paciencia – susurró a su nuevo amigo. – Mañana salvaré a la princesa.
lunes, 22 de diciembre de 2025
domingo, 21 de diciembre de 2025
YULE
Yule es una animada celebración invernal que señala el regreso del Sol . Los símbolos tradicionales de Yule incluyen el muérdago, las ramas de pino, la hiedra y las luces. La quema del tronco de Yule representa el sacrificio del Hombre Verde y asegura la abundancia para el año siguiente. Las cenizas que quedan del tronco son esparcidas por los campos para asegurar que ese año habrá buenas cosechas. Yule es el momento del Solsticio de Invierno, la noche más larga y el día más corto del año. Ha sido una fiesta importante durante miles de años, y muchos megalitos y círculos de piedra están alineados con el Solsticio de Invierno. Actualmente, los neopaganos, los druidas y otros celebran este día como el regreso de la luz, la época en la que los días empiezan a ser cada vez más largos.
Yule es también la época de los pozos, arroyos y el agua sagrados. El respeto por la Tierra, el Fuego y el Agua en esta fiesta muestra una conexión espiritual entre la gente y la Tierra. Beber las "primeras aguas" de la luz de Yule trae buena suerte.
sábado, 20 de diciembre de 2025
SE CREE QUE...
Conecta con la energía del oeste a través de los sueños, la natación, el hipnotismo o visitando manantiales sagrados.
viernes, 19 de diciembre de 2025
jueves, 18 de diciembre de 2025
El equilibrio del cielo
En un país muy lejano donde los bosques son tan bellos que en ellos viento y sol recuerdan a la melodía de un arpa y las casas huelen a pastel de manzana, vivía Teresa, una anciana de hermosos ojos y cabellos como nubes. Era tan pobre que hacía sopa con las miguitas del pan y tenía tantos remiendos en sus ropas y zapatos que no había color que no estuviese representado. Todas las mañanas, bien temprano, salía de su pueblo e iba al bosque a desayunar pequeñas fresas, moras de río, delicadas frambuesas y arándanos un poco ácidos. Aconteció que un día, en el que camina tan tranquila con su grueso bastón para espantar lobos, su cesta de mimbre y su capa encarnada, se encontró un arándano mirándola desde el centro del sendero. Un paso más lejos había otro y otro más, otro, dispuestos cuidadosamente. Teresa los siguió al interior del bosque llevada por la curiosidad. Llegó al último arándano y allí no había un joven recogiendo bayas con un agujero en su saco sino un bulto que lloraba.
– Es un niño – dijo Teresa algo asustada. – Suu, pequeño. Suu. Deja alguna lágrima para la mar.
El bebé estaba cuidadosamente envuelto en una rosa de tela blanca con breves bordados. En su frente estaba escrita con letra oscura y temblorosa la palabra “infortunio”
– Que poco pesas – dijo la vieja sonriéndole – ¿Quién te habrá puesto esta tontería? Ven, que te la quito con un poco de saliva – y frotó y restregó aún después de que perdida la novedad el bebe volviese a llorar.
– Ya está, ya está. ¿Ves cómo no era nada? Fuu. Fuu – sopló Teresa un cariñoso viento y el bebe calló para poder escucharla. Tenía ojos y nariz de cervatillo. La anciana se lo llevó a su pecho donde su corazón le calmó con una nana que creía olvidada.
– Cuando lleguemos a casa te limpiaré mejor. Espero que tengas un buen pañal – dijo la vieja sacando de la cesta una tetera tapada con corcho para hacerle sitio que dejó al cuidado de un árbol. Retornó la vieja al camino acunando al pequeño con su andar y cantar acompasados:
“Buen Sol alumbra esta bella flor.
Buen Sol colorea esta canción.
Buen Sol muéstrame un pájaro cantor.
Buen Sol préstame un poquito de atención.”
Y así llegaron hasta su casa en las afueras del pueblo. Allí les esperaba un hombre con pinta de haber respirado con demasiada fuerza por sus enormes narices, haberse tragado a una abeja y estar en ese momento mascándola. Era Marcos, el hijo del alcalde.
– ¡Viuda! – gritó mucho antes de que se acercara. Pero Teresa se lo tomo con calma y fue a su paso por más que el hombre bufara y rezongara.
– Viuda. Me han dicho que preparaste no sé que poción para la hija del panadero y la curaste.
– Así es. Un cálido té de raíz de jengibre.
– Pues yo quería una para mí…
– ¿Tienes también una indigestión?
– No… – el hombre miro a su alrededor y bajo la voz – Quiero una para… atraer a las mujeres.
– A todas en general o a alguna en particular.
– En general.
– ¿Has probado con colonia y baños de agua fría?
– No, pero yo lo que quería…
– Grufru – dijo el bebe al despertarse. – Cuf. Cuf – tosió Teresa para disimularlo.
– ¿Qué fue eso?
– Nada. Nada – dijo Teresa dirigiéndose a la casa. – Gaga – gorjeó el bebe.
– ¡Es un niño! – exclamó reteniéndola. – ¿De dónde lo has sacado?
– Lo encontré abandonado y además de tener hambre y frío, está sucio. Así que si me lo permites voy a ocuparme de él – dijo Teresa a toda velocidad y abrió el cesto justo bajo su nariz. Era tal el olor y la sorpresa que Marcos la soltó y Teresa pudo entrar en su casa y cerrar la puerta.
La casa de Teresa transmitía una sensación de soledad, con sus establos vacíos ocupados por un largo lecho, sus paredes oscurecidas por el humo del hogar y las fuertes vigas de madera agarrando un frágil techo con algunos huecos. Tenía un recortado segundo piso al que se accedía por una escalera de mano. Ramilletes de plantas medicinales recubrían las paredes con una marea de aromas. Una henorme mesa cercada por sillas dominaba la estancia.
Teresa prendió un fuego con unas ramas de encina. Se quejó por su espalda, tomo un poco de harina de la alacena y la puso a tostar. La removía cada poco para que no tomase demasiado color y se pusiese amarga.
– No llores cielo, ya casi está la papilla. En cuanto se vaya Marcos me ocupare de airear ese pañal. Ya habrá ido a contárselo a su madre y a esa no le cabe un huevo en el culo. En fin ya veremos.
Cuando estuvo lista la disolvió en agua dejando que quedase un poco líquida, empapo la punta de un pañuelo y se lo dio al bebe.
– Me temo que no tengo leche pequeño. Pero esta muy rica. Es lo que me daban a mi cuando era pequeña. No compramos la vaca hasta que me casé. Pero llegaste un poco tarde. A ver el trasero... Vaya lo que tienes aquí organizado. Mejor lo dejo fuera y me ocupo de ello más tarde.
Lavó al bebe con la poca agua que tenía, hizo una cuna para él con ropas viejas y pacientemente lo alimentó hasta que se terminó la papilla.
– Tendré que ponerte un nombre – dijo Teresa mientras acariciaba su rostro aliviado por el sueño – ¿Qué te parece Rafael? Es bonito y al fin y al cabo estás durmiendo sobre su camisa.
miércoles, 17 de diciembre de 2025
martes, 16 de diciembre de 2025
EL ENFERMO Y EL DOCTOR
Había una vez un enfermo que estaba ingresado en un hospital y que cada día se encontraba peor. Pasó el doctor a preguntarle por los síntomas del mal que padecía, a lo que el paciente le dijo: “Doctor, hoy he sudado más que otras veces”. “Eso está bien”, le respondió el médico. Y se fue.
Al día siguiente, regresó y le volvió a hacer la misma pregunta al enfermo. Éste le contestó: “Doctor, tiemblo y siento constantes escalofríos”. “Eso está bien”, repitió el médico y se retiró del lugar. Al otro día, el doctor regresó y, por tercera vez, le interrogó por su mal. El doliente esta vez respondió: “Doctor, ahora he tenido diarrea”. “Eso está bien”, dijo, y nuevamente se marchó.
Poco después, vino un pariente a ver al paciente y, al preguntarle por su salud, éste respondió resignado: “Pues creo que me muero... a fuerza de estar bien”.
Esta fábula nos enseña que uno debe tomarse en serio su trabajo y sus responsabilidades, ya que, en muchos casos, nuestra actitud puede llegar a afectar a los demás. Y también nos enseña que hay personas que se dejan llevar por las apariencias, sin ver más allá y sin tener en cuenta lo que de verdad podamos sentir.
lunes, 15 de diciembre de 2025
El encargo
Acarició el terciopelo hasta conseguir el brillo y la calidez de gato dormitando al sol. Lo probó en varios ángulos antes de quedar satisfecho de como acomodaba la luz y cortarlo. Mimaba cada costura con sus dedos, cuidaba cada pequeño detalle sabiendo que allí se revelaba la maestría, el amor por lo que hacía. Tapizar había trabajado su alma con suaves silencios y precisa confianza.
A lo largo del escaparate de su pequeña tienda se exponían fotografías con sus mejores trabajos. Sólo contenían un reflejo de la belleza que él atrapaba, por eso colgaba un juguete de espejos, una promesa que en las mejores horas del día transmitía a los que pasaban la luz que entregaba a su arte. Dentro el tapicero percibía el paso de la gente como mariposas de colores en el borde de su visión. Algunos se paraban, casi todos encandilados en el tapiz con la oración, pero la mayor parte se perdían al cabo de un instante. Los que miraban la flor del costurero y su color atardecer entraban.
Sintió a alguien. Espero pacientemente que llegase hasta él mientras manejaba el martillo imantado con un continuo latir. Sonrió antes de fijar su atención en él.
– ¿Qué desea? – preguntó ajustándose las gafas. El cliente repitió inconscientemente su gesto. Parecía algo nervioso.
– Un tapiz que sea idéntico a una noche sin nubes.
– Lo tiene muy claro. No le garantizo que satisfaga a su imaginación. Creo que podría lograr el reflejo del cielo en una noche de luna profunda en un lago poblado por carpas. ¿Para que lo desea?
– Para envolver un libro.
– Tiene que ser un libro valioso. ¿Lo tiene aquí?
– Lo siento no puedo enseñárselo. Pero tengo el patrón de las estrellas que debe de tener.
– Es un encargo ciertamente atípico.
– No sólo eso, necesito terminarlo cuanto antes. Quiero algo realista, sencillo.
– Mire señor...
– Ignasi. Perdone que no haya comenzado presentándome. Estoy nervioso. Me llamo Ignasi y el libro que necesito cubrir se titula Lleó.
– Señor Ignasi, este es un arte delicado. Usted busca algo seductor, algo que establezca un pacto secreto con los que lo vean. No es coser y cantar. Yo llevo toda una vida tapizando y cada trabajo requiere de su propio aprendizaje e inspiración.
– Se lo ruego. Para mi es muy importante. El dinero no será problema.
– ¡Ja! El dinero dejó de importarme hace mucho. No se trata de eso. Su propuesta es un desafío, por eso la acepto, pero requiere de tiempo.
– ¿Cómo podría convencerle para que se concentrase sólo en esto que le pido?
– Sin duda su libro tiene una historia interesante.
– Pídame otra cosa – Ignasi se frotó la frente y suspiró visiblemente cansado. – Está bien se la contaré pero cuando termine lo que le he pedido. No antes.
– Es razonable. Empezaré con su proyecto esta misma noche.
– ¿Le importaría si me quedo a ayudarle? Empezaré ya con los preparativos. Sólo indíqueme que debo de hacer.
– Pero... Mire, necesito concentrarme en lo que hago. Cuando termine está silla estaré con usted. Eche un vistazo al taller si no piensa marcharse.
– No pensé que tuviera tanta paciencia.
– Se trata de algo importante para mi.
– Una pasión. Estaría mejor dedicada a una mujer, pero en fin, que se le va hacer, parece usted de los casados con su trabajo. ¿A qué se dedica?
– Si se lo dijese podría deducir mi secreto. Digamos que me ocupo de definir limites en el fondo de los ojos.
– Ahí me ha pillado. A ver si va a tener también espíritu de poeta.
– Sí, se presta algo a ello. Sólo necesito el tejido, yo me ocupare de colocárselo al libro.
– No le quedará bien. Recuerde que ha prometido contarme la historia. No veo un motivo por el que no pueda enseñármelo, así trabajaría con más detalle.
– Piense que cuando todo esto acabe tendrá una historia que contar a sus nietos. Necesito que sea más oscuro por los bordes.
– Tiene muy claro lo que necesita.
– Yo mismo me ocupare de los retoques finales. Sólo necesitare unas pocas indicaciones.
– Bueno, bueno, ya veremos. Para lograr su cielo usaré seda negra. Es sensible a la humedad. La pasamos por un poco de vapor antes de empezar. ¿Ve? Tiene brillo y suavidad y te abraza, no como esas frías fibras sintéticas, la seda enamora. Entretejeremos en ella los hilos de plata. ¿Sabe que creo que quedaría bien? Sus cabellos. Perdone que hable tanto pero me gusta conversar conmigo mismo, aunque lo hago normalmente sin darle tanto a la sin hueso. Vamos a ponerla en este bastidor. Suelo trabajar con un diseño definido pero para lo suyo la cosa cambia, esperemos que baste con sus estrellas marcadas sobre este papel. La próxima vez puede usar entretela que es más maleable. Pero me las apañaré. Pondré algún detalle en oro. Recuerde que cuidar la luz a la que se exponga es fundamental. Este trabajo será mucho más sutil que el tisú. Bonita palabra. Viene del francés. Es curioso lo importantes que son los nombres. Hoy en día a las cosas se las etiqueta con una larga ristra de números. Es antinatural, yo me pierdo al hacer un pedido. A la seda hay que tratarla con delicadeza de pincel. ¿Ve cómo se hace? Es una labor que requiere de mucha planificación pero una vez que llega el momento hay que bailar los dedos. A esta dama no le gustan los temblorosos. Y cada vez que sientas que deja de fluir tomarte un descanso...
– Esa estrella un poco más grande.
– Por supuesto. Lo cierto es que está quedando bastante aparente a una noche, además de que casi hemos consumido la de afuera. ¿Me cuenta la historia?
– Sólo si me jura guardar el secreto. Hay algo más valioso que usted y que yo en juego.
– Lo dudo mucho señor. Pero tiene mi juramento, no por mi vida sino por está pequeña tienda a la que me gustaría seguir dedicándome hasta mis últimas fuerzas.
– Verá, he descubierto un nuevo mundo. Un planeta. Muy lejos de nosotros.
– ¿Y le has llamado Lleó? Yo le habría puesto el nombre de mi amada, que menos.
– No... No es eso. Es que lo he descubierto por unas fórmulas matemáticas.
– Ah, ya veo, y no puedes hacerle una foto.
– Así es. He ido a los periódicos al principio entusiasmado pero es que me dicen que no tiene interés cuando es algo que amplía el universo conocido.
– Y crees que con una foto trucada todos te harían caso.
– Pero es que es verdad. Las ecuaciones no mienten.
– Pero los seres humanos se equivocan.
– No, no es el caso. Sé que es verdad. Las ecuaciones encajan. Es... Es bello.
– Eso si que lo entiendo. No seré yo quien impida a un joven intentar transmitir su belleza. Pero ¿Lleó? Yo habría escogido algún nombre más resplandeciente.
– Gracias. Gracias.
– No hacen falta. Al fin y al cabo he tejido un cielo para un planeta.
domingo, 14 de diciembre de 2025
sábado, 13 de diciembre de 2025
jueves, 11 de diciembre de 2025
EL ENANO Y EL PASTOR
Basado en el cuento tradicional español
Talismanes, amuletos, un trébol de cuatro hojas… ¿Crees que la suerte aparece o se trabaja?
Un pastor iba en busca de sus ovejas cuando se encontró un viejo zurrón. Dudó en cogerlo, pero al final se lo colgó al hombro y oyó: “Conmigo cargaste y la suerte voy a darte”.
El pastor abrió el zurrón con algo de temor y salió un enano con capa roja y un sombrero verde. Enseguida se hicieron muy amigos. El enano cuidaba de las ovejas y le avisaba de los lobos y las tormentas o le decía donde estaba la mejor hierba. Si el pastor tenía hambre o sed, le proporcionaba sustento, y si estaba triste, tocaba la flauta.
Estuvieron juntos mucho tiempo hasta que el enano le dijo que tenían que ir a una cueva llena de tesoros a rescatar a una princesa secuestrada por un gigante. El pastor se veía incapaz de vencer a semejante mole, pero el enano le dio una piedra negra infalible. El pequeño se puso a imitar el sonido de los cuervos en la entrada de la cueva hasta que salió el gigante. Entonces el pastor entró y rescató a la princesa, pero cuando huía oyó gritar al enano: “¡El gigante me ha atrapado!” El pastor soltó a la princesa, sacó la piedra y le dio un golpe tan certero al gigante que cayó fulminado.
Y así fue como el pastor dejó de ser pastor, se casó con la princesa y se llevó a su amigo el enano a vivir con ellos.
Que las cosas nos vayan bien o mal no depende de la suerte, sino de nuestro trabajo y perseverancia.
miércoles, 10 de diciembre de 2025
EL ENAMORADO
Lunas,
marfiles, instrumentos, rosas,
lámparas
y la línea de Durero,
las
nueve cifras y el cambiante cero,
debo
fingir que existen esas cosas.
Debo
fingir que en el pasado fueron
Persépolis
y Roma y que una arena
sutil
midió la suerte de la almena
que
los siglos de hierro deshicieron.
Debo
fingir las armas y la pira
de
la epopeya y los pesados mares
que
roen de la tierra los pilares.
Debo
fingir que hay otros. Es mentira.
Sólo
tú eres. Tú, mi desventura
y
mi ventura, inagotable y pura.
martes, 9 de diciembre de 2025
lunes, 8 de diciembre de 2025
PEGANUM HARMALA
La planta Peganum Harmala rompe sortilegios y asegura protección.
Hay que manipularla con guantes, pues su aceite vuelve la piel sensible a la radiación solar.
domingo, 7 de diciembre de 2025
sábado, 6 de diciembre de 2025
CLONES
Hablamos mucho de la importancia de no matar al niño que llevamos dentro pero no se habla tanto de la importancia de que hacerlo no sea a cambio de matar al adulto.
Supongo que a estas alturas, a menos que tengas dieciséis años o menos, ya has tenido parejas que no han funcionado, amigos que han fallado, seres queridos que han muerto, trabajos que no salieron como esperas, problemas económicos e incluso cosas que duelen demasiado como para escribirlas en un mail y completar así un poquito más la lista de tragedias.
Y al mismo tiempo supongo que también has tenido historias de amor maravillosas, amigos que hicieron por ti cosas que no hubieses dicho nunca, trabajos que salieron impecables, momentos donde no te preocupó gastar un poco más en aquel o este capricho e incluso, con un poco de suerte, justo estás en un momento donde todo está tranquilo.
Aunque, por como funciona la movida esta de vivir, casi seguro estarás en un momento donde algunas cosas están bien y otras no tanto.
Y hacer eso no tiene nada que ver con mantener vivo al niño que llevamos dentro.
Como mencionaba al principio, una cosa es mantener vivo al niño que llevamos dentro para no convertirse en una persona amargada incapaz de disfrutar de absolutamente nada, y otra muy distinta, matar por completo al adulto que gracias a todo lo que lleva vivido sabe ya bastantes cosas.
No sé en que momento se decidió que estar en las redes significaba renunciar a ser uno mismo para facilitar que un algoritmo impulsase tus publicaciones.
Lentamente nos hemos ido convirtiendo en copias.
Puedes pasar horas deslizando videos, fotos y publicaciones idénticas en forma de posar, hablar, mirar, opinar...
Creo que somos cerca de ocho mil millones de personas sobre este planeta y te aseguro que si pasas media hora echando un vistazo en las redes, cuando lleves quince minutos todo te parecerá absolutamente igual.
No tengo ni idea de a que te dedicas pero yo me dedico a una cosa donde no hago más que escuchar la frase de “Si no estás en las redes no existes”. Sin embargo, de un tiempo a esta parte no hace más que resonar en mi coco esta pregunta:
“¿Que es mejor? ¿No existir o existir siendo un clon de otro clon de otro clon?”
Supongo que lo que estoy queriendo decir es que, aunque no sé bien porqué, hace poco empecé a echar de menos sentir al adulto que llevamos dentro esforzándose por ser distinto sin importarle un carajo lo que piensen los otros, y empezó a preocuparme sentir que estaba ganando el niño que no hace más que esforzarse en gustar para ser aceptado aunque sea haciendo cosas que tampoco le apasionan tanto.
O a lo mejor simplemente necesito tomar algo más de café.
Nunca se sabe.
Lo único que sé es que, a mi, siempre me ha gustado más lo distinto y cada vez veo menos de eso y más de lo otro.
Ángel Martín
viernes, 5 de diciembre de 2025
EL DIAÑU BURLÓN
El Diañu burlón puede adoptar la figura de caballo, de vaca, de carnero o de cualquier otro animal, incluso de bebé humano, y despliega su actividad durante la noche, asustando al caminante que anda a deshora, desorientando al campesino que busca el ganado perdido, incordiando al molinero que maquila a la luz de la luna o burlándose de los mozos que regresan tarde de la fiesta. entre sus travesuras más comunes cabe citar la del burro blanco que se ofrece como montura al caminante y que una vez montado crece y crece sin cesar, el caballo que después de una galopada infernal devuelve al jinete al mismo lugar de donde partió, le arroja de cabeza al río o le quema los pantalones; el cabritín aterecido de frío que una vez llevado a casa y secado al lado del fuego se burla de su benefactor; el perro negro que persigue al caminante; el sapo que corre más que el caballo y su jinete; el bebé que juega desnudo sobre la nieve...y un sinfín de ruidos, luces misteriosas y otros fenómenos inquietantes que atemorizan al caminante nocturno. "No existe concejo donde no hayan ocurrido casos como éste o parecidos. Y hasta se citan con los nombres de las personas que fueron burladas por este espíritu travieso", afirmaba Aurelio de Llano en 1922.
La figura del diañu burlón es una figura sumamente compleja, que por un lado parece haber absorbido atributos de diversos duendes y genios menores especializados en distintas tareas ( como, por ejemplo, impedir la roturación de terrenos y cavadas en el monte, causar aludes de nieve y argayos de tierra, trenzar las crines de los caballos, estropear las redes de los pescadores u oprimir el pecho del durmientes hasta casi ahogarle ), que bajo distintas denominaciones se dan en otros lugares de Europa. Y, por otro lado, se confunde con la imagen omnipresente de Satán, Señor de los Infiernos, cuya figura demoníaca constituye la encarnación del mal propagada por la Iglesia Católica.
Sin embargo, y al igual que en otros pueblos europeos, el diañu burlón asturiano es un genio bromista y hasta cierto punto divertido, que disfruta burlándose de las gentes con sus travesuras nocturnas.
jueves, 4 de diciembre de 2025
EL DEDO EXTRAORDINARIO
Había una vez un mendigo que se había acostumbrado a malvivir con lo que le daban. Un día se encontró con un amigo de la infancia y ambos se pusieron a recordar viejos tiempos. “¿A ti qué tal te ha ido?”, le preguntó el amigo al mendigo. “Muy mal, mi situación es muy lastimosa”, respondió. “Creo que puedo ayudarte”, le dijo su viejo amigo.
Dicho esto, tocó con su dedo índice un ladrillo y lo convirtió en oro. “Para ti. Esto aliviará tus necesidades”, dijo. “Sí, pero la vida es tan larga y pueden ocurrir tantas cosas...”, contestó el mendigo. El hombre tocó con su dedo una gran piedra y la convirtió en oro. “Para ti. Ahora jamás tendrás problemas de dinero. ¡Eres rico!”, le dijo su amigo.”Está bien,pero la vida es tan larga y cuánto más tienes, más necesitas”. “¡Pero bueno! ¿Qué más quieres?”, exclamó el amigo. “Tu dedo”, respondió el mendigo.
Esta historia nos enseña a no codiciar lo que no tenemos y aprender a vivir feliz con lo que necesitamos.
miércoles, 3 de diciembre de 2025
martes, 2 de diciembre de 2025
El cuento
“Cuéntame un cuento”, suspiró Beatriz a la torre, pero esta sólo gemía y lloraba de invierno. Miró por la ventana sin temor a las alturas, pero sólo encontró a un criado empujando un rebelde burro cargado de leña por un fangoso camino. Se rió, ocultándose en una esquina, dejando la escena en el borde de su visión a través de las rejas.
Vestía varias capas de terciopelo y envolvía sus manos en piel de lobo. Su habitación estaba recargada de tapices y libros dejados a su propia comodidad, algunos sobre la enorme cama. Se tumbó sobre la alfombra, como acostumbraba a hacer cuando necesitaba reflexionar, a contemplar las humedades del techo. “Tal vez el burro este maldito. Tal vez hable” pensó. “Su dueño lo mantiene en secreto porque es pobre y lo necesita para sobrevivir”. Pero ya había contado eso mismo demasiadas veces, al final ocurriría un milagro y el burro se convertiría en un burro normal y el pobre sería aún más pobre e iría al cielo. “No. No”, habló en voz alta. “Tiene que ser algo nuevo y bonito. Quizás exista un cuento tan bello que…”
El otro día había visto pasar el cortejo fúnebre de doña Catalina. Se habían gastado una fortuna en plañideras. “Estaba un poco gorda. Supongo que eso no influye demasiado”, dijo contemplando sus muñecas y pensando en la delgadez de los pájaros. De niña estuvo muy enferma. Recordaba ser feliz con su padre a su lado y Alfonso contando historias de santos.
“Una niña se pierde en el bosque y la Virgen llora y sus lágrimas se vuelven flores y la niña las va recogiendo hasta regresar a su hogar” empezó a pensar, pero, cuando no creía llevar mucho tiempo haciéndolo, alguien trasteó en la cerradura. Beatriz se puso en pie rápidamente tratando de ordenar sus lujosas ropas y poner una sonrisa por mucho que le habían dicho que la afeaba.
– ¡Isabel! Me traes el desayuno. Tenemos un día gris.
– Sí, señora.
– Otra vez sopa. ¿Me peinarás?
– Si os estáis quieta.
– ¿Qué tal tu hijos? El mayor está en el ejército real, ¿no?
– Ya os lo he contado muchas veces.
– Pues dime algo nuevo que haya pasado en el castillo.
– Vuestro marido regresa de la corte. Dicen que es el favorito del rey.
– Eso ya lo sabía. ¿Ha pasado algo en las cocinas? ¿Alguna aventura amorosa?
– No es bueno para vos que hablemos de estas cosas. Deberíais de concentraros en rezar.
– ¿Quieres que te cuente un cuento?
– ¡Señora!
– Habría sido mejor que no le contase aquellos cuentos a Pedro. Que hubiese sido un secreto de mujeres. ¿Recuerdas cómo nos reuníamos en mi habitación y yo os contaba historias mientras las demás bordabais?
– Sería bueno que bordaseis. Ayuda a la salud del alma.
– Nunca fui muy hábil en eso. Aunque, ahora que lo pienso, bordar se parece a escribir. Mi padre decía…
– Vuestro padre, que en paz descanse, siempre os quiso demasiado.
– Era muy mayor. ¿Te cuento un cuento?
– ¡No! ¿No os dais cuenta? En todo el castillo y puede que toda la provincia hay habladurías acerca de vos.
– No te enfades.
– ¡Y cantas! ¿Cómo se te puede ocurrir cantar? Te han escuchado los del pueblo.
– ¿Sí? ¿Has escuchado las canciones?
– ¡Es imposible razonar!
– No te vayas. Lo siento.
Pero la gruesa puerta se cerraba de nuevo. Beatriz lloró.
Traía una joya con un topacio enorme y Beatriz la guardó en el baúl con el resto. El libro lo dejó sobre la cama. Él vestía con lujo cortesano, en caro negro y pero su rostro había comenzado a arrugarse.
– ¿No lo vas a abrir?
– No, esposo.
– No sé por qué me molesto.
– Porque eres piadoso.
– Sí. Puede ser.
– ¿Te has divertido en la corte?
– Es distinto. ¿Has hecho cosas nuevas?
– Sólo una. Últimamente los cuentos no salen tan fáciles como al principio. Quizás me este curando. He empezado a bordar.
– Me han dicho que cantabas a los campesinos.
– No lo volveré a hacer. Ahora sólo rezo.
– Como sea. Cuéntamelo.
– Esposo, sucedió hace algunos años que un príncipe moro capturó a un caballero cristiano muy sabio, que había sido consejero de reyes y escrito valiosos libros. Conocedor de su talento, el astuto moro lo mandó encerrar en una oscura mazmorra, lejos de la luz del sol, y le dijo que sólo le liberaría si escribía el cuento más bello que jamás se hubiese escrito. El caballero se puso a tal tarea a la luz de las velas, a veces amenazado por algún castigo, otras por la miserable comida que le daban, siempre con la esperanza de alcanzar la libertad como le había prometido el príncipe. Pero este sólo pensaba en aprovecharse de él y mostraba las obras del caballero como si él fuera su autor y por ellas era considerado un rey culto y sabio. Pacientemente pasaron los años mientras el caballero, cada vez más envejecido y agotado, trataba de superarse en belleza. Comenzó a escribir sobre su tierra, sobre la tibieza de su luz, la amabilidad de sus gentes, los recuerdos de su infancia, cosas sencillas que no satisfacían al príncipe moro pues quería enseñanzas, filosofía, consejos prácticos que maravillasen a las generaciones futuras. Un día, el moro bajo a verle a su prisión, furioso por que en su última historia sólo hablaba del vuelo de las palomas. Le dijo que si para la mañana siguiente no había escrito el cuento más bello moriría. Entonces el caballero, con manos temblorosas y pálidas, escribió el cuento de un árabe hecho prisionero por un rey cristiano y obligado a conseguir el cuento más bello y describió como tras mucho tiempo de penalidades lo había logrado. Contó lo hermoso que era, como las palabras tenían el equilibrio de un baile y la claridad de una pintura, la delicadeza de la música, la eternidad de un sabio, la dulzura de un poeta. Al terminarlo, vio que era tan bello que jamás podría volver a escribir y lo juro por el hogar que esperaba volver a ver antes de morir.
– ¿Cómo termina el cuento?
– No está escrito.