A media tarde el fuego tiraba como una tormenta desbocada, vaciándose de una sangre hechizada que vestía al roble con danzas cíngaras. El sofá seguía hambriento a pesar de que ya tenía un hombre encima. Se derramó el café trazando una geografía en su pierna. Sentía frío en los ojos. Su retrato le contemplaba con silenciosa compasión. No podía mirar el de su esposa. Un gato pasó indiferente a su mano. Las paredes se cierran, se repiten en laberintos estampados. Al fin se detiene sobre un cambiante plano como todos. Los colores ya sabidos. Los sonidos monocordes. El reborde de niebla de refugio pantanoso. Rostros saltando fundidos con un lugar, una risa, un dolor limpio de toda cercanía, fatuo.
– ¡Papa! Te has distraido. Sabes que el café es muy difícil de quitar.
Un cabello en suave descuido. Un mechón pálido que de vez en cuando necesita ser aquietado. Esos ojos, tan amables ya te conocieran, como si atasen el alma a tu cuerpo con hilos plateados por soles verdes. Se llevó su mano al claro de su pelo.
– No te preocupes. ¿Vienes conmigo?
Esa voz. Cómo puede ser tan dulce, desplazar vientos de mariposa, y el café tan amargo. Su rostro está pulido por años de compañía, por sonrisas y bondades pequeñas, cotidianas, de esas que parece que se pierden, que no pesan, que no se ven ni se escriben, ni se escuchan, que sólo pasan por puertas resguardadas. Su mano espera. Es una playa.
– No llores. ¿Es por mamá? Ya sabes que ella prefería una sonrisa.
Lluvia. Una tarde cargada por sombras ligeras. Vieja música de baile que te lleva, lentamente, a olvidarte de los ruidos. Rejuveneciendo por pasos secretamente marcados que trazan anillos en distantes planetas. Un paño celeste pesca brillos en una tupida red.
– Ya está. Arriba que ya le has dado bastante trabajo al sofá.
Tiemblan los huesos. Arqueología en tierra ablandada por ríos pasados. Hay arañazos y golpes que sólo en ellos dejaron huella. Apresadas una tras otra hasta concluir misteriosamente en la alfombra. Cansada, sorbida, invisible como el sonido del reloj en su manto de segundos desgastados de regresos.
– Tenemos que cambiar ese pantalón. Mañana viene Luis. Nos va a traer fotos de sus niños. Y también de un puente que está construyendo en Málaga. Tenemos que pensar algún regalo.
Niños. Besos. No puedes seguir su ritmo de descubrimientos. Vienen a ti con todo lo que encuentran. Preguntan sabiendo las respuestas que valen. Son la razón de nuestra existencia. Una foto, ventana cerrada. Es el pueblo. Un día de caza. Es Félix, orgulloso de su puntería. Luego invitó a los amigos a una fiesta. A su Elena no le gustó nada.
– Aquí esta Félix. Sonreíais como dos pilluelos.
Fumar tomillo no es bueno. Pica como un demonio azuzado. Te deja el cuerpo como el paso de un tren. Luego a las chicas no les importa. Es mejor un caramelo de menta. No estar nervioso. Primero bailar con la amiga y después con ella. Luchar aunque creas la derrota. Siempre ganas.
– Eso es una sonrisa.
Mi hija. La abrazo.
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