jueves, 7 de agosto de 2025

ERZSÉBET BATHORY

La Condesa de Transilvania Erzsébet Bathory (1.560-1.614) torturó y asesinó a 612 muchachas en su castillo de Cachtice, a lo largo de más de diez años. Sus baños de sangre han pasado a la historia, indisolublemente asociados al vampirismo nigromántico de Europa Oriental. Tanto se pasó que al final, pese a ser noble, la persiguieron y la condenaron. ¿Sus motivos para tales atrocidades? Mantenerse bella a pesar de los achaques de la vejez… por lo que parece, lo consiguió…

De paso, y según se cuenta, tras perder la vida emparedada en una habitación a manos de gentes que no comprendían sus inquietudes, logró también pasar al reino de los no-muertos como una de las más poderosas Señoras de la Oscuridad, en compañía de varias de sus víctimas. La historia de la Condesa Sangrienta, con el paso de los siglos, ha trascendido sus orígenes y se ha transformado en un referente vampírico universal.


A los 15 años, en 1.575, casó con Ferencz, que entonces contaba 26 años de edad. La ceremonia tuvo lugar con gran lujo en el castillo de Varanno; incluso se invitó al Emperador Maximiliano II, pero no pudo acudir. Fue Ferencz quien adoptó el apellido de soltera de su esposa, mucho más ilustre que el suyo. Se fueron a vivir al castillo de Cséjthe, en compañía de su suegra Úrsula y otros miembros de la casa. La verdad es que el joven Conde no se pasaba mucho por allí: la mayor parte del tiempo estaba combatiendo en alguna de las muchas guerras de la zona, lo que le mereció el apodo de “Caballero Negro de Hungría”. Durante esos períodos de soledad un sirviente del castillo, Thorko, introdujo a la joven Erzsébet (Erzsébet) en las artes ocultistas. Se dice que incluso llegó a ausentarse algún tiempo con un extranjero encapuchado. Cuando volvió, su marido (que había regresado de una de sus batallas) la perdonó pronto.

Es a su vuelta que Erzsébet comienza a torturar a las muchachas que le sirven con cualquier excusa ayudada por Thorko y dos brujas de la zona llamadas Darvula (o Darvulia) y Dorottya Szentes, mujeres de gran tamaño y poderío físico. Como disciplina corriente, las hacía colgar de los tobillos y les propinaba palizas con un pesado bastón, les colocaba púas en los labios de la boca y de la vulva, las quemaba con antorchas o les hacía salir desnudas a la nieve empapadas de agua en invierno, o cubiertas de miel en verano para que les atacasen los grandes insectos de la zona. Cuando se trataba de disciplinar a un varón, en cambio, delegaba la labor en el leal Thorko, quien solía solventar la cuestión sacando la piel del desdichado a tiras con un látigo de puntas de hueso. Quien durante el castigo manifestara algo distinto de la más absoluta sumisión y aceptación del mismo, fuera hombre o mujer, podía irse preparando para discutirlo con unos inquietantes alicates de plata que la condesa había encargado a un orfebre local, manejados personalmente por ella. Debe observarse que torturar a los siervos por sus errores era una práctica habitual en la época, algo que se daba por supuesto: no hay nada de extraño o inusual en estos castigos. Pero Erzsébet comenzó a poner mucho celo en la educación de las muchachas más jóvenes, y sus colaboradores también. A una chica que hablaba mucho, hizo que le cosieran la boca. Otra que hizo un comentario comparativo entre sus pechos y los de Erzsébet, creyendo que ésta no se enteraría, se vio colgada por los mismos durante una semana; tras descolgarla, hubo que amputárselos. Una camarera que tenía fama de excesivamente coqueta y disoluta fue obligada a sentarse en una parrilla al rojo vivo, de donde no la levantaron hasta dos horas después. A su suegra Úrsula esto no le parecía ni bien ni mal, mas sólo por hacerle la puñeta a Erzsébet, protegía a algunas de las chicas por el procedimiento de castigarlas ella, con extremo rigor –no era raro pasar la noche en el cepo con cincuenta bastonazos en el cuerpo- pero sin el sadismo que iba caracterizando a la condesa.

Ferencz e Erzsébet apenas se veían debido a las actividades guerreras del primero, así que no fue hasta 1.585, diez años después de su matrimonio, que la condesa tuvo a su primera hija, Ana, y en los nueve años siguientes dio también a luz a Úrsula –nobleza obliga- y Katherina. Finalmente, en 1.598, alumbró a su único hijo, Pablo. En base a las cartas que escribía a sus familiares, podemos deducir que Erzsébet era una buena esposa y una madre protectora. Algo que no resulta sorprendente dado que los nobles trataban a su familia cercana de una manera muy distinta a como trataban a las clases inferiores: los siervos y campesinos.

En la gélida mañana del 4 de enero de 1.604, el Caballero Negro de Hungría murió de súbita enfermedad durante una de sus batallas y dejó viuda a Erzsébet, que contaba 44 años. Es aquí cuando comienzan las verdaderas atrocidades. Para empezar, despidió a su muy odiada suegra del castillo, junto con el resto de la parentela Nadasdy; las muchachas a las que ésta protegía en esos momentos fueron llevadas a los sótanos y allí recibieron por fin los castigos que, en opinión de Erzsébet, se merecían. Dicen que los alaridos se escucharon durante una semana. Se cree que a estas alturas la Condesa ya se había sumado a algunas formas de hechicería, acudiendo a rituales donde se sacrificaban caballos y otros animales. La edad no perdona, y a principios del siglo XVII menos: una mujer de 44 años se acercaba peligrosamente a la ancianidad (eso de llegar a los 80 es patrimonio casi exclusivo de nuestros tiempos). Parece que la vejez aterrorizaba y obsesionaba a Erzsébet.

La primavera se derramaba por los ventanales cuando una de sus sirvientas adolescentes le dio un involuntario estirón de pelos mientras la estaba peinando. Al principio tuvo mucha suerte: la condesa se limitó a reaccionar reventándole la nariz de un fuerte bofetón. Pero entonces la sangre salpicó la piel de Erzsébet… y a ésta le pareció que allá donde había caído, desaparecían las arrugas y recuperaba la lozanía juvenil. Tras consultar a sus brujas y alquimistas, y con la ayuda del mayordomo Thorko y la corpulenta Dorottya, desnudaron a la muchacha, le hicieron un profundo corte en el cuello y llenaron un barreño con su sangre. No está confirmado que Erzsébet se bañara en sangre, pero sí que al menos se embadurnó todo el cuerpo y, probablemente, la bebió para recuperar la juventud…

Entre 1.604 y 1.610, los agentes de Erzsébet se dedicaron a proveerla de jóvenes para sus rituales sangrientos. En un intento de mantener las apariencias, convenció al pastor protestante local para que sus víctimas tuviesen entierros cristianos respetables. Cuando la cifra comenzó a subir, éste comenzó a manifestar sus dudas: morían demasiadas chicas por “causas misteriosas y desconocidas”. Así es que ella le amenazó para que mantuviese la boca cerrada y comenzó a enterrar en secreto los cuerpos desangrados.

En el duro invierno de 1.606, Erzsébet encontró en las cercanías del castillo a una huérfana bizca y pelirroja llamada Piroska. Tenía 13 años, pero estaba tan desnutrida y escuchimizada que no aparentaba más de diez. Por razones de índole esotérica, la condesa decidió que aquella pequeñaja tenía potencial para convertirse en una gran hechicera que le ayudaría en sus tareas. Así que la tomó a su servicio como favorita. Piroska estaba sometida a los mismos métodos disciplinarios que el resto de habitantes del castillo –excepción hecha de Thorko, Darvula y Dorottya-, y se sabe que podo después ya le faltaba un pezón, perdido entre los dientes de los alicates de plata, y llevaba un anillo en la nariz como signo de posesión. No obstante, se transformó en una ciega seguidora de Erzsébet: antes de cumplir los 15 años orquestaba los complejos rituales de donación para la condesa, dirigida por Thorko y las dos brujas. Cuando Thorko murió en 1.608, la pelirroja se convirtió en verdugo mayor del castillo, para extrema desolación de sus ocupantes. Le ayudaba en su tarea un hombretón un poco retrasado, llamado Ficzko, que compensaba con corpulencia y fuerza física las luces que le faltaban, y otra joven llamada Helena Jo, quien protegía su vida ayudando a quitar la de las demás.

Viuda como era, se vio más vulnerable y asilada que nunca. Fue por aquél entonces cuando tomó la costumbre de quemar los genitales a algunas sirvientas con velas, carbones y hierros por pura diversión, o quizá para liberar ansiedad. También generalizó su práctica de beber la sangre directamente mediante brutales mordiscos en las mejillas, los hombros o los pechos. Para estas cuestiones privadas se apoyaba en la fuerza física de Dorottya Szentes, que aunque ya mayor, seguía siendo muy capaz de inmovilizar a cualquier joven en la posición requerida.

En 1.609 Erzsébet, quizás debido a todo este estrés, cometió el error que acabaría con ella: utilizando sus contactos, comenzó a tomar a niñas y adolescentes de buena familia para educarlas. Como no podía ser menos, algunas de ellas comenzaron a morirse pronto por las mismas “causas misteriosas y desconocidas”. Esto no era raro en la Edad Media, con sus elevadísimas tasas de mortalidad infantil y juvenil, pero en el “internado” de Cachtice el número de fallecimientos era demasiado alto. Ahora las víctimas eran hijas de la aristocracia menor, por lo que comenzaron los rumores. La vieja bruja Darvulia le había prevenido que nunca tomara nobles, pero esta anciana había fallecido algún tiempo atrás. Fue su amiga Erszi Majorova, viuda de un rico granjero que vivía en la cercana localidad de Milova, quien convenció a la condesa de que no pasaría nada.

Es que por aquél entonces, era ya “vox populi” en la comarca que algo muy siniestro ocurría a las muchachas que “entraban a servir” en el castillo de Cséjthe, por lo que muchas familias comenzaron a ocultar a sus hijas más jóvenes.

Hacia el final, muchos cuerpos se ocultaron en lugares peligrosamente insensatos, como campos cercanos, silos de grano, el río que corría bajo el castillo, el jardín de verduras de la cocina… Es probable que en medio de su orgía de poder y sangre, Erzsébet y sus acólitos perdiesen el sentido de la realidad; pese a la brutalidad de los tiempos, ya no vivían en la época de su antecesor Vlad III Draculae El Empalador, y además ahora se implicaba a hijas de la nobleza. Finalmente, una de las víctimas logró escapar antes de que la matasen e informó a las autoridades religiosas de lo que ocurría en el castillo. Si una de las sirvientas hubiese tratado de hacer lo mismo, se la habrían devuelto a su dueña apaleada y cargada de cadenas. Esto era algo que había ocurrido varias veces en el pasado; por ejemplo, en el otoño de 1.609…

“… una joven de 12 años llamada Pola logró escapar del castillo de algún modo y buscó ayuda en una villa cercana. Pero Dorka y Helena Jo se enteraron de dónde estaba por los alguaciles, y tomándola por sorpresa en el ayuntamiento, se la llevaron de vuelta al castillo de Cachtice por la fuerza, escondida en un carro de harina. Vestida sólo con una larga túnica blanca, la condesa Erzsébet le dio la bienvenida de vuelta al hogar con amabilidad, pero llamaradas de furia salían de sus ojos. Con la ayuda de Piroska, Ficzko y Helena Jo, arrancó las ropas de la muchacha y la metieron en una especie de jaula. Esta particular jaula estaba construida como una esfera, demasiado estrecha para sentarse y demasiado baja para estar de pie. Por su (cara) interior, estaba forrada de cuchillas del tamaño de un dedo pulgar. Una vez la muchacha estuvo en el interior, levantaron bruscamente la jaula con la ayuda de una polea. Pola intentó evitar cortarse con las cuchillas, pero Ficzko manipulaba las cuerdas de tal modo que la jaula se balancease de lado a lado, mientras que desde abajo Piroska la punzaba con un largo pincho para que se retorciera de dolor. Un testigo afirmó que Piroska y Ficzko se dieron al trato carnal durante la noche, acostados sobre las cuerdas, para obtener un malsano placer del tormento que con cada movimiento padecía la desdichada. (El tormento) terminó al día siguiente, cuando las carnes de Pola estuvieron despedazadas por el suelo”.

Pero esta vez la fugitiva era una de las jóvenes aristócratas a las que Erzsébet educaba, así que le hicieron caso. A través del obispado, la denuncia llegó a la Casa Real. El rey Mátyás de Hungría –que desde hacía algún tiempo le buscaba las vueltas a la condesa con el tema de la traición y también tenía el ojo puesto en sus extensos dominios- ordeno a un primo de Erzsébet enemistado con ella, el conde György Thurzo, que tomara el lugar con sus soldados y realizara una investigación. Dado que la Señora de Báthory carecía de fuerza militar propia, no habría resistencia.

Lo cierto es que no tuvieron que profundizar mucho en su investigación. Cuando György y sus hombres entraron en el castillo de Cséjthe, el 30 de diciembre de 1.610, lo primero que vieron fue a una sirvienta en el cepo del patio, en estado agónico debido a una paliza que le había fracturado todos los huesos de la ingle. Esto era práctica corriente y no les llamó la atención, pero al acceder al interior se encontraron a una chica desangrada en el salón, y otra que aún estaba viva aunque le habían agujereado el cuerpo. En la mazmorra encontraron a una docena de chicas que todavía respiraba, algunas de las cuales habían sido perforadas y cortadas en varias ocasiones a lo largo de las últimas semanas. De debajo del castillo exhumaron los cuerpos de 50 muchachas más. Y el diario de Erzsébet contaba día por día sus víctimas, con todo lujo de detalles, hasta sumar el fabuloso total de 612 jóvenes torturadas y asesinadas. Por todas partes había toneles de ceniza y serrín, usados para recoger la sangre que se vertía tan pródigamente en aquel lugar. Pese a eso, todo el castillo estaba cubierto de manchas oscuras y despedía un tenue olor a carnicería. György hizo detener a todo el mundo y encerró a Erzsébet en sus aposentos.

En 1.612 se inició el juicio en Bitcse. Erzsébet se negó a declararse inocente o culpable, y no compareció, acogiéndose a sus derechos nobiliarios. Quien sí lo hizo, por las bravas, fueron sus colaboradores. Johannes Ujvary, el mayordomo, testificó que en su presencia se había asesinado como mínimo a 37 “mujeres solteras” de entre 11 y 26 años; a seis de ellas las había reclutado él personalmente para trabajar en el castillo. De todos modos, la acusación se concentró en los asesinatos de jóvenes nobles, pues los de las sirvientas carecían de importancia. En el juicio se supo que la mayoría de las chicas fueron torturadas durante semanas e incluso meses. Las cortaban con tijeras, las perforaban con gruesas agujas, las azotaban con látigos cuyas puntas terminaban en ganchos y cuchillas, e incluso las manipulaban con hierros candentes en el interior de la jaula llena de púas que se había estrenado con Pola; todo ello para que la Condesa tomara su refrigerio de sangre varias veces al día, utilizara el fluido vital como crema rejuvenecedora al levantarse y al acostarse, y recibiera una ducha cada semana, como mínimo. Puede que en ocasiones muy puntuales se diera también algún baño, pero llenar una bañera requería de la sangre de demasiadas víctimas, por lo que debía ser algo excepcional. Si alguna “donante” se portaba mal o no cooperaba con la extracción, tenía ocasión de entablar también estrecha amistad con los afamados alicates de plata que Erzsébet manejaba en persona antes de pasar a la jaula esférica. Como hemos visto, la condesa era asimismo, aficionada a arrancarles pedazos de carne a bocados, quemarles los genitales y ejecutar a algunas en la esfera de púas. Pero en el empalamiento, llevó la tradición familiar a nuevos niveles de sofisticación. De hecho, fue nuestra protagonista quien, tras mucho experimentar, descubrió un método para sacar siempre la estaca por la boca, algo que sus antecesores sólo lograban por puro azar, muy de vez en cuando. Un empalamiento bien realizado no sólo es más digno desde el plano estético, sino que resulta mucho más eficaz desde el punto de vista nigromántico y vampírico, prolongando la agonía hasta varios días.

Todos los seguidores de Erzsébet, excepto las brujas, fueron decapitados y sus cadáveres quemados; este fue el destino de Ficzko, por ejemplo. A Dorottya, Helena Jo y Piroska les arrancaron los dedos con tenazas al rojo vivo “por haberlos empapado en sangre de cristianos” y las quemaron vivas. Piroska fue, además, azotada en público con tal severidad que cuando la ataron a la pira los asistentes protestaron porque no era más que un amasijo informe, y eso desmerecía el espectáculo. Sin embargo, pese a su minúscula complexión y al hecho de que había varios kilos de sus escasas carnes repartidos por el patíbulo (y eso que le habían hecho comer algunos pedazos selectos), Piroska fue quien maldijo y aulló durante más tiempo cuando encendieron las hogueras, lo que enardeció de nuevo al distinguido público. Erszi Majorova también fue ejecutada. Katarina Beneczky, que con 14 años era la más joven de las ayudantes de Erzsébet, salvó la vida por petición expresa de una superviviente: se le condenó a recibir 100 latigazos en privado, y el destierro. La consecuencia fue una acusada cojera que le duraría toda la vida…

Pero la ley impedía que Erzsébet, una noble, fuese procesada. Así es que la pusieron bajo arresto domiciliario… a la manera de la época. Tras introducirla en su mazmorra, los albañiles sellaron puertas y ventanas, dejando tan solo un pequeño orificio para pasar la comida. Finalmente el rey Mátyás II pidió su cabeza por las jóvenes aristócratas que habían muertos a sus manos, pero su primo el Primer Ministro le convenció para que retrasara el cumplimiento de la sentencia de por vida. O sea, cadena perpetúa en confinamiento solitario para Erzsébet. Esta pena implicaba también la confiscación de todas sus propiedades, cosa que, como ya dijimos, Mátyás venía buscando desde tiempo atrás.

El 31 de julio de 1.614 Erzsébet, de 54 años, dictó testamento y últimas voluntades a dos sacerdotes de la catedral del arzobispado de Esztergom. Ordenó que lo que quedaba de las posesiones familiares fuese dividido entre sus hijos. Mientras duró su encierro, los carceleros la espiaban por el agujero, dado que aún era una de las mujeres más hermosas de Hungría; ¡efectivamente, había conseguido lo que se proponía!

El 21 de agosto de 1.614, uno de los carceleros fue a echar un vistazo y la vio caída en el suelo, boca abajo. La condesa Erzsébet Bathory estaba muerta. Pretendieron enterrarla en la iglesia de Cachtice, pero los habitantes locales decidieron que era una aberración que la “Señora Infame” se quedara en su pueblo, ¡y encima en tierra sagrada! Finalmente, y como era “uno de los últimos descendientes de la línea Ecsed de la familia Bathory” la llevaron a enterrar al pueblo de Ecsed, en el noreste de Hungría, el lugar de procedencia de la poderosa familia. Todos sus documentos fueron sellados durante más de un siglo, y se prohibió hablar de ella en todo el país. La tumba apareció abierta poco después; el arzobispo ordenó meter en ella un cadáver anónimo y cerrarla de nuevo en secreto. Las tumbas de 20 de sus víctimas aparecieron también abiertas durante los siguientes meses; los enterradores las taparon bajo amenaza de muerte si abrían la boca. Por otra parte, tampoco se sabía dónde yacían al menos 300 de sus 621 víctimas. Por lo que se ve, Erzsébet no sólo se pasó al mundo de los no-muertos, sino que llevó consigo, como mínimo, un séquito de medio centenar de esclavas vampíricas adolescentes y en su primera juventud.

Dos años después, las hijas y el hijo de Erzsébet fueron finalmente acusados de traición por el apoyo de su madre a la guerra contra los alemanes; Anna Báthory, una prima de la condesa, llegó a sufrir tortura por este motivo en 1.618, cuando contaba 24 años, pero sobrevivió. Finalmente la mayor parte de la familia Báthory-Nadasdy huyó a Polonia; algunos retornaron después de 1.640. Un nieto sería ejecutado en 1.671 por oponerse al emperador alemán.

>>Películas realizadas sobre la Condesa Sangrienta (ninguna merece la pena en términos históricos, pero como curiosidad…): La rouge aux lèvres (coproducción europea, 1.971); Countess Dracula (Reino Unido, 1.971); La Noche de Walpurgis (hispano-alemana, 1.971); La Novia Ensangrentada (España, 1.972) y Ceremonia Sangrienta (ítalo-española, 1.973), probablemente la mejor película de terror realizada en España. Un grupo sueco de black metal se hace llamar “Bathory”, y ha inspirado a muchos otros músicos, como los de Cradle of Filth. Se han publicado numerosos libros sobre ella, pero ninguno merece la pena desde el punto de vista del rigor histórico.

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