La Generación Simpática del 98 es menos conocida que la Generación Oficial del 98 (con Unamuno y Machado a la cabeza). Es la época de Carlos Arniches, Antonio Paso, Enrique García Álvarez, los hermanos Álvarez Quintero, Pedro Muñoz Seca y el casi desconocido Joaquín Abati Díaz (Madrid, 29 de junio de 1865 - Madrid, 30 de julio de 1936) quien escribió el genial monólogo "El conde Sisebuto", una especie de juguete cómico que se consideró el prólogo de la futura y genial "La Venganza de Don Mendo" de Pedro Muñoz Seca.
EL
CONDE SISEBUTO
A
cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo,
existe un
castillo viejo
que edificó Chindasvinto.
Perteneció a un
gran señor
algo feudal y algo bruto;
se llamaba Sisebuto,
y
su esposa, Leonor,
y Cunegunda, su hermana,
y su madre,
Berenguela,
y una prima de su abuela
atendía por Mariana.
Y
su cuñado, Vitelio,
y Cleopatra, su tía,
y su nieta,
Rosalía,
y el hijo mayor, Rogelio.
Era una noche de
invierno,
noche cruda y tenebrosa,
noche sombría,
espantosa,
noche atroz, noche de infierno,
noche fría,
noche helada,
noche triste, noche oscura,
noche llena de
amargura,
noche infausta, noche airada.
En un gótico
salón
dormitaba Sisebuto,
y un lebrel seco y enjuto
roncaba
en el portalón.
Con quejido lastimero
el viento fuera
silbaba,
e imponente se escuchaba
el ruido del
aguacero.
Cabalgando en un corcel
de color verde
botella,
raudo como una centella
llega al castillo un
doncel.
Empapada trae la ropa
por efecto de las
aguas,
¡como no lleva paraguas
viene el pobre hecho una
sopa!
Salta el foso, llega al muro,
la poterna está
cerrada.
-¡Me ha dado mico mi amada!
-exclama-. ¡Vaya un
apuro!
De pronto, algo que resbala
siente sobre su
cabeza,
extiende el brazo, y tropieza
¡con la cuerda de una
escala!
-¡Ah!... -dice con fiero acento.
-¡Ah!.. -vuelve
a decir gozoso.
-¡Ah!.. -repite venturoso.
-¡Ah!.. -otra vez,
y así, hasta ciento.
Trepa que trepa que trepa,
sube que
sube que sube,
en brazos cae de un querube,
la hija del conde,
la Pepa.
En lujoso camarín
introduce a su adorado,
y al
notar que está mojado
le seca bien con serrín.
-Lisardo... mi bien, mi anhelo,
único ser que yo adoro,
el de los
cabellos de oro,
el de la nariz de cielo,
¿qué sientes,
di, dueño mío?,
¿no sientes nada a mi lado?,
¿que sientes,
Lisardo amado?
Y él responde: -Siento frío.
-¿Frío has
dicho? Eso me espanta.
¿Frío has dicho? eso me inquieta.
No
llevarás camiseta
¿verdad?... pues toma esa manta.
-Ahora
hablemos del cariño
que nuestras almas disloca.
Yo te amo como
una loca.
-Yo te adoro como un niño.
-Mi pasión raya en
locura,
si no me quieres, me mato.
-La mía es un arrebato,
si
me olvidas, me hago cura.
-¿Cura tú? ¡Por Dios bendito!
No
repitas esas frases,
¡en jamás de los jamases!
¡Pues estaría
bonito!
Hija soy de Sisebuto
desde mi más tierna
infancia,
y aunque es mucha mi arrogancia,
y aunque es un padre
muy bruto,
y aunque temo sus furores,
y aunque sé a lo que
me expongo,
huyamos... vamos al Congo
a ocultar nuestros
amores.
-Bien dicho, bien has hablado,
huyamos aunque se
enojen,
y si algún día nos cogen,
¡que nos quiten lo
bailado!
En esto, un ronco ladrido
retumba potente y
fiero.
-¿Oyes? -dice el caballero-,
es el perro que me ha
olido.
Se abre una puerta excusada
y, cual terrible
huracán,
entra un hombre..., luego un can...,
luego nadie...,
luego nada...
-¡Hija infame! -ruge el conde.
¿Qué haces
con este señor?
¿Dónde has dejado mi honor?
¿Dónde?,
¿dónde?, ¿dónde?. ¿dónde?
Y tú, cobarde
villano,
antipático, repara
cómo señalo tu cara
con los
dedos de mi mano.
Después, sacando un puñal,
de un solo
golpe certero
le enterró el cortante acero
junto a la espina
dorsal.
El joven, naturalmente,
se murió como un
conejo.
Ella frunció el entrecejo
y enloqueció de
repente.
También quedó el conde loco
de resultas del
espanto,
y el perro... no llegó a tanto,
pero le faltó muy
poco.
Desde aquel día de horror
nada se volvió a
saber
del conde, de su mujer,
la llamada Leonor,
de
Cunegunda su hermana,
de su madre Berenguela,
de la prima de su
abuela
que atendía por Mariana,
de su cuñado Vitelio,
de
Cleopatra su tía,
de su nieta Rosalía
ni de su chico
Rogelio.
Y aquí acaba la leyenda
verídica,
interesante,
romántica, fulminante,
estremecedora,
horrenda,
que de aquel castillo viejo
entenebrece el
recinto,
a cuatro leguas de Pinto
y a treinta de Marmolejo
Joaquín Abati
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