Acarició el terciopelo hasta conseguir el brillo y la calidez de gato dormitando al sol. Lo probó en varios ángulos antes de quedar satisfecho de como acomodaba la luz y cortarlo. Mimaba cada costura con sus dedos, cuidaba cada pequeño detalle sabiendo que allí se revelaba la maestría, el amor por lo que hacía. Tapizar había trabajado su alma con suaves silencios y precisa confianza.
A lo largo del escaparate de su pequeña tienda se exponían fotografías con sus mejores trabajos. Sólo contenían un reflejo de la belleza que él atrapaba, por eso colgaba un juguete de espejos, una promesa que en las mejores horas del día transmitía a los que pasaban la luz que entregaba a su arte. Dentro el tapicero percibía el paso de la gente como mariposas de colores en el borde de su visión. Algunos se paraban, casi todos encandilados en el tapiz con la oración, pero la mayor parte se perdían al cabo de un instante. Los que miraban la flor del costurero y su color atardecer entraban.
Sintió a alguien. Espero pacientemente que llegase hasta él mientras manejaba el martillo imantado con un continuo latir. Sonrió antes de fijar su atención en él.
– ¿Qué desea? – preguntó ajustándose las gafas. El cliente repitió inconscientemente su gesto. Parecía algo nervioso.
– Un tapiz que sea idéntico a una noche sin nubes.
– Lo tiene muy claro. No le garantizo que satisfaga a su imaginación. Creo que podría lograr el reflejo del cielo en una noche de luna profunda en un lago poblado por carpas. ¿Para que lo desea?
– Para envolver un libro.
– Tiene que ser un libro valioso. ¿Lo tiene aquí?
– Lo siento no puedo enseñárselo. Pero tengo el patrón de las estrellas que debe de tener.
– Es un encargo ciertamente atípico.
– No sólo eso, necesito terminarlo cuanto antes. Quiero algo realista, sencillo.
– Mire señor...
– Ignasi. Perdone que no haya comenzado presentándome. Estoy nervioso. Me llamo Ignasi y el libro que necesito cubrir se titula Lleó.
– Señor Ignasi, este es un arte delicado. Usted busca algo seductor, algo que establezca un pacto secreto con los que lo vean. No es coser y cantar. Yo llevo toda una vida tapizando y cada trabajo requiere de su propio aprendizaje e inspiración.
– Se lo ruego. Para mi es muy importante. El dinero no será problema.
– ¡Ja! El dinero dejó de importarme hace mucho. No se trata de eso. Su propuesta es un desafío, por eso la acepto, pero requiere de tiempo.
– ¿Cómo podría convencerle para que se concentrase sólo en esto que le pido?
– Sin duda su libro tiene una historia interesante.
– Pídame otra cosa – Ignasi se frotó la frente y suspiró visiblemente cansado. – Está bien se la contaré pero cuando termine lo que le he pedido. No antes.
– Es razonable. Empezaré con su proyecto esta misma noche.
– ¿Le importaría si me quedo a ayudarle? Empezaré ya con los preparativos. Sólo indíqueme que debo de hacer.
– Pero... Mire, necesito concentrarme en lo que hago. Cuando termine está silla estaré con usted. Eche un vistazo al taller si no piensa marcharse.
– No pensé que tuviera tanta paciencia.
– Se trata de algo importante para mi.
– Una pasión. Estaría mejor dedicada a una mujer, pero en fin, que se le va hacer, parece usted de los casados con su trabajo. ¿A qué se dedica?
– Si se lo dijese podría deducir mi secreto. Digamos que me ocupo de definir limites en el fondo de los ojos.
– Ahí me ha pillado. A ver si va a tener también espíritu de poeta.
– Sí, se presta algo a ello. Sólo necesito el tejido, yo me ocupare de colocárselo al libro.
– No le quedará bien. Recuerde que ha prometido contarme la historia. No veo un motivo por el que no pueda enseñármelo, así trabajaría con más detalle.
– Piense que cuando todo esto acabe tendrá una historia que contar a sus nietos. Necesito que sea más oscuro por los bordes.
– Tiene muy claro lo que necesita.
– Yo mismo me ocupare de los retoques finales. Sólo necesitare unas pocas indicaciones.
– Bueno, bueno, ya veremos. Para lograr su cielo usaré seda negra. Es sensible a la humedad. La pasamos por un poco de vapor antes de empezar. ¿Ve? Tiene brillo y suavidad y te abraza, no como esas frías fibras sintéticas, la seda enamora. Entretejeremos en ella los hilos de plata. ¿Sabe que creo que quedaría bien? Sus cabellos. Perdone que hable tanto pero me gusta conversar conmigo mismo, aunque lo hago normalmente sin darle tanto a la sin hueso. Vamos a ponerla en este bastidor. Suelo trabajar con un diseño definido pero para lo suyo la cosa cambia, esperemos que baste con sus estrellas marcadas sobre este papel. La próxima vez puede usar entretela que es más maleable. Pero me las apañaré. Pondré algún detalle en oro. Recuerde que cuidar la luz a la que se exponga es fundamental. Este trabajo será mucho más sutil que el tisú. Bonita palabra. Viene del francés. Es curioso lo importantes que son los nombres. Hoy en día a las cosas se las etiqueta con una larga ristra de números. Es antinatural, yo me pierdo al hacer un pedido. A la seda hay que tratarla con delicadeza de pincel. ¿Ve cómo se hace? Es una labor que requiere de mucha planificación pero una vez que llega el momento hay que bailar los dedos. A esta dama no le gustan los temblorosos. Y cada vez que sientas que deja de fluir tomarte un descanso...
– Esa estrella un poco más grande.
– Por supuesto. Lo cierto es que está quedando bastante aparente a una noche, además de que casi hemos consumido la de afuera. ¿Me cuenta la historia?
– Sólo si me jura guardar el secreto. Hay algo más valioso que usted y que yo en juego.
– Lo dudo mucho señor. Pero tiene mi juramento, no por mi vida sino por está pequeña tienda a la que me gustaría seguir dedicándome hasta mis últimas fuerzas.
– Verá, he descubierto un nuevo mundo. Un planeta. Muy lejos de nosotros.
– ¿Y le has llamado Lleó? Yo le habría puesto el nombre de mi amada, que menos.
– No... No es eso. Es que lo he descubierto por unas fórmulas matemáticas.
– Ah, ya veo, y no puedes hacerle una foto.
– Así es. He ido a los periódicos al principio entusiasmado pero es que me dicen que no tiene interés cuando es algo que amplía el universo conocido.
– Y crees que con una foto trucada todos te harían caso.
– Pero es que es verdad. Las ecuaciones no mienten.
– Pero los seres humanos se equivocan.
– No, no es el caso. Sé que es verdad. Las ecuaciones encajan. Es... Es bello.
– Eso si que lo entiendo. No seré yo quien impida a un joven intentar transmitir su belleza. Pero ¿Lleó? Yo habría escogido algún nombre más resplandeciente.
– Gracias. Gracias.
– No hacen falta. Al fin y al cabo he tejido un cielo para un planeta.
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