Hace frío. El aire es lento, azul, ladrón de alientos. Hay nieve. Por algún sitio. Blanca. Deslumbrante. Hielo. Cubitos. Mar. Una sombra. Mis botas por una sombra.
– ¡No hay manera! – no tengo fuerzas ni para susurrar – ¿Cómo es posible que exista tanto calor? Si fuera un pasty – tengo los labios resecos – ya estaría consumido hasta las cenizas. Pero no. Soy un ser humano. La criatura más tozuda de toda la creación. Capaz de desafiar a un duelo a un Sol – que dejaría calvo a un gato en celo por una patria en la que debe de estar lloviendo en este momento. Y para mí ni una lágrima. Estás desvariando. Todo esto va a quedar fatal cuando lo expliques. Mira que perderte por ir a miccionar. Si no fueras tan educado. Haber seguido el ejemplo del sargento que regó el tanque de Wilkins. Concéntrate en respirar. El aire, ese es tu combustible. Seguro que en Londres no es tan puro. Sabe a suela de zapato. Aquí todo lo que he comido a suela de zapato.
– Estoy en medio de un desierto y tengo dolor de cabeza. ¿Cómo era esa canción? – estaba Jason Burns en un bar de Nai Chuan.
–Sí. Ya me acuerdo. Tenía una pinta de… – calla un momento. – ¿No lo has oído? – he dicho que te calles. – Es un ratón – ¿será comestible? Debe de estar medio hecho. – Espera. ¿Y eso?
– No corras… Vamos… a llegar… de todas… formas – es una tienda. Grande, ocre, con bebidas, con comida.
– ¡El fusil! – has estado a punto de entrar con él.
– Estúpido entrenamiento – me ha venido pesando todo el camino y ni me he dado cuenta. Estúpido entrenamiento.
– Voy a enterrarlo aquí – el sargento se pondrá hecho un basilisco.
– Que se fastidie el sargento si cree que me voy a dejar matar por no volver a verle – recuerda ser educado.
– Sí. Mejor me adecento un poco. Entenderán que esté algo sucio – a mamá le daría un síncope. Saludar lo primero. No dudes pero no seas brusco. Sonríe.
– Vale.
– As salaam alaykum – esta oscuro. ¡Las botas! Estás llenado de arena la alfombra – Ana sahabak. Salaam alykum – ¡hay una madre y una niña!
– Perdón. Disculpen. Ana sahabak. Es que me he perdido. – ¡las estás asustando! Eres demasiado alto. Siéntate. ¡No! Primero las botas. ¡Sal fuera! ¡El Sol!
– ¡Condenadas botas! – parecen diseñadas para no salir ni a tiros. Calma. Déjalas bien dispuestas. Vuelve dentro.
– As salaam alaykum – la madre está delante defendiendo a su hija. Sostiene una especie de atizador. La niña se asoma asustada entre sus ropajes oscuros. Hace meses que no te duchas. Cuatro días que no te afeitas. Tu uniforme camufla manchas. Duermes con el casco. Tus calcetines tienen tomates. ¿La niña está sonriendo? Los ha visto. Su madre parece confundida y tampoco puede dejar de mirar los dichosos calcetines.
– Disculpe señora, señorita – comportarte. Siéntate.
– Disculpen mis modales – va a ser difícil arreglar esto. La tienda guardaba un mundo acogedor. Parece una exótica flor. Una tetera borbotea olvidada sobre un hornillo.
– Disculpe. ¿Podría tomar un poco de ese té? Huele delicioso – están paralizadas. Mejor me sirvo. Los vasos parecen de cobre.
– Gracias. Muchas gracias – menos mal pensaba que… ¡Quema! ¡Abrasa! ¡Demonios fritos en vinagre! Aire.
– Fuff. Fema un foco – la niña se sienta a mi lado. Se sirve una taza de té. Sorbe suavemente sin dejar de mirarme.
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