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sábado, 19 de abril de 2025

LA TRIBU DE LAS MUJERES JIRAFA

Advierto que este artículo tiene más años que Matusalén, así que cualquier dato que aparezca en él está más que obsoleto.

Muirne

En algunas aldeas de Birmania y Tailandia existen aún hoy tribus en las que las mujeres adornan su cuello con anillos de latón. Muchos creen que es una forma de alejar a los hombres de otras etnias, atraídos por la extraña apariencia de las mujeres jirafa; otros dicen que esos anillos son un recurso destinado a ahuyentar a los malos espíritus.

Se colocan anillos a las mujeres de la tribu desde muy temprana edad, alrededor de los cinco años. En la edad adulta, algunas llegan a tener 30 de esos aros en el cuello, equivalente a 13 kilos de metal.

Esta costumbre es muy antigua y parece haber surgido para evitar que las mujeres acabasen como esclavas. Como media, se coloca un anillo por año. Los anillos constituyen un signo de belleza e identidad de la tribu desde hace muchas generaciones y están rodeados de innumerables mitos.

En la nación Karen hay bastante diversidad, tanto en las vestimentas como en las costumbres tradicionales. El grupo más visitado se conoce con el nombre de “Long Neck Karen”. Pocos grupos en el mundo ejemplifican como éste el hecho de que la belleza no es un concepto universal. En este grupo, cuando la niña llega a los cinco años de edad, la madre y otras mujeres de la comunidad colocan argollas de bronce alrededor del cuello de la joven, siempre en fase de Luna Llena. A medida que la niña crece, se le van añadiendo otras argollas. Cuando estas mujeres llegan a la edad adulta, parecen tener el cuello sumamente largo, motivo por el cual, en la información turística del país, se las llama “mujeres jirafa”.

Suele plantearse la cuestión de las alteraciones de su estructura ósea. Se dice que el cuello, al alargarse, crea un tejido esponjoso que se forma entre las vértebras debido al espacio abierto por el uso de las argollas. Pero, de acuerdo con exámenes de rayos X realizados para estudiar este fenómeno, las argollas, en realidad, deforman la clavícula y, al presionar el hombro hacia abajo, hacen que el cuello de las mujeres parezca más largo.

Estas mujeres, pues, sufren una lenta deformación del cuerpo para alcanzar un ideal de belleza sólo válido dentro de su comunidad.

Algunas de estas mujeres pueden decidir no usar este collar (y existen algunos casos en los que ello ocurre), pero todo indica que prefieren soportan el dolor a perder su estatus. Al fin y al cabo, cuanto más largo sea el cuello más codiciada será la joven. Ni siquiera se plantean la hipótesis de los daños que esta costumbre puede ocasionar a su salud, pues se trata de una tradición secular.

Cuenta la leyenda que el uso de los collares, antiguamente fabricados en oro, surgió de la necesidad de proteger a las mujeres de los ataques de los felinos, que suelen abalanzarse directamente al cuello de sus víctimas. Se dice también que el adorno serviría para ahuyentar a los malos espíritus. La verdad es que hoy la tradición se mantiene más por razones estéticas y como reclamo turístico que por cualquier otro motivo.

Los collares nunca se tiran, ni siquiera cuando, al morir, se las incinera. Por otro lado, la idea de que librarse de las argollas puede significar la muerte constituye una creencia generalizada.

Muchas de estas mujeres sirven de atracción turística. Y, en presencia de los turistas, tejen alfombras, amamantan a sus hijos, lavan la ropa, se bañan (vestidas con un traje especial para el baño) y hacen artesanía que venderán a los visitantes. Muchas muestran un asomo de enfado, quizá por ser blanco de tantas miradas y porque intentan mantener algo de su privacidad. Pero no se consideran víctimas del mundo moderno; por el contrario, se revelan como excelentes comerciantes. Algunas no aceptan que se les hagan fotos salvo que se haya comprado algún artículo de su puesto de venta. Saben que hoy dependen de los turistas para sobrevivir. Las más jóvenes ya se han habituado a las visitas constantes de extranjeros desde muy pequeñas, a pesar de que muchos defensores de los derechos humanos dicen que forman parte de una especie de “zoo humano”.

Las mujeres jirafa de Myanmar, la antigua Birmania, en el sureste de Asia, son bajas. Caminan dando pasos cortos, como si sus pequeñas piernas estuviesen sujetas por los aros que rodean sus tobillos. También usan muchos brazaletes que cubren sus muñecas. El cuello desproporcionado sostiene una cabeza pequeña, lo que, para los ojos occidentales, constituye algo extraño y al mismo tiempo fascinante.

Ya se conocían mujeres jirafa en el continente africano, pero últimamente ha circulado la noticia de que también era posible encontrarlas en Asia. En la frontera entre Myanmar y Tailandia, las agencias de turismo ofrecen paseos en elefante por la selva para verlas de cerca.

En la biblioteca del Museo Guimet, en París, existen documentos según los cuales algunos etnólogos ingleses ya habrían conocido a mujeres jirafa a finales del siglo XIX. Las informaciones obtenidas en esa época variaban en cuanto a los orígenes del collar y siguen siendo, aún hoy, imprecisas.

El collar podría haber sido un castigo para las mujeres adúlteras o una protección para las campesinas contra los tigres, que se abalanzaban sobre su cuello para beberles la sangre cuando trabajaban en el campo. Pero existen otras interpretaciones: los hombres habrían optado por esa solución para afear el aspecto de sus mujeres evitando así que fuesen raptadas o esclavizadas. Otra versión dice que de esa manera mostrarían su riqueza y harían respetar a su tribu. Hay quien afirma que el collar se destinaba a ahuyentar a las fuerzas sobrenaturales, atrayendo especialmente las buenas vibraciones del cielo y de los dioses.

Estas deformaciones, próximas a la mutilación, podrían volver a las mujeres jirafa tristes, enfermizas y abatidas. Pero quien visita estas tribus afirma que son personas muy alegres. Es sorprendente su vitalidad mientras trabajan en el campo, recogen frutos, criban arroz, cosen y hasta ensayan pasos de danza. Al fin y al cabo, el visitante se siente más incómodo. Las birmanesas se revelan como actrices admirables durante la ceremonia de colocación del primer collar. Este ritual hace pensar en la circuncisión femenina (la ablación), aunque en el caso del collar la mutilación es menos grave.

De un modo general, cuando una mujer de la tribu abandona ese hábito, acaba marginada. Pero el collar es fuente de dinero fácil y es raro que ello ocurra. ¿Serán, pues, culpables los turistas de ese retroceso, que tiene algo que ver con la conversión de un ser humano en mercancía? Si ellos les ofrecen dinero, ellas acaban viéndose de algún modo obligadas a “vender” su cuerpo para vivir en un mercado ilusorio que puede perjudicarlas. Viven entre la supervivencia y el placer.

Para algunos nativos, el centro del alma es el cuello. Así, para proteger el alma y la identidad de la tribu, las mujeres siguen protegiendo su cuello con aros, entre 5 y 25, cada uno de ellos de 8,5 mm. de diámetro. Antiguamente se hacían de oro, hoy, hechos de cobre o latón, preservan la identidad de las tribus, pero siguen siendo uno de los grandes misterios de la humanidad. Y a estas extrañas mujeres se las llama así no solo por el tamaño de su cuello, sino también por su andar característico, sumamente altivo, provocado por el uso y el peso del collar, una actitud que no remite a la sensación de sufrimiento o sacrificio.

Según los estudios realizados, quitar los anillos no representaría ningún alivio: después de tantos años aprisionados, los músculos ya no sostienen la cabeza. Sin ellos, el cuello se doblaría e impediría el paso del aire. Las mujeres morirían asfixiadas. Era así como se castigaba en tiempos pasados a las esposas adúlteras.

viernes, 14 de marzo de 2025

FÉLIX RODRÍGUEZ DE LA FUENTE

Félix Rodríguez de la Fuente en una de sus imágenes más características. (Imagen: EFE)


  • Un 14 de marzo de 1980 falleció en un accidente aéreo en Alaska.

  • El naturalista dirigía en TVE la serie 'El hombre y la tierra'.

  • Según los que le conocieron era "un niño grande" y un "adelantado".

  • Su trayectoria profesional y humana dio pie a una fundación.


Personaje clave en la lucha por la conservación de nuestro patrimonio natural en los años 60 y 70 del siglo pasado, Félix Rodríguez de la Fuente sigue siendo hoy, cuando se cumplen treinta años de su muerte, un referente mundial de laprotección del medioambiente. 

Su ingente trabajo, íntimamente vinculado a la divulgación en los medios de comunicación, sobre todo en televisión, despertó muchas vocaciones en unos niños y jóvenes que hoy, ya en la madurez,  se dedican profesionalmente a la investigación, a la conservación o a la divulgación del medio ambiente.

"Estábamos -continúa su relato- acostumbrados a hacer locuras para conseguir las mejores imágenes", cuenta un amigo de Félix que trabajó con él
Este domingo se cumplen 30 años del trágico accidente aéreo que, en los hielos de Alaska, acabó con la vida de quien mostró a los españoles de entonces cómo vivía el lobo o el lince ibérico, cómo las nutrias desaparecían de nuestros ríos o cómo el águila imperial, majestuosa, atrapaba a sus presas. 

El 14 de marzo de 1980 Félix Rodríguez de la Fuente se encontraba en Alaska junto a su equipo de El Hombre y la Tierra, el programa que semanalmente se asomaba a las pantallas de TVE y que él dirigía y presentaba, para tomar imágenes de la "Iditarod Trail Sled Dog Race", la carrera de trineos tirados por perros esquimales más importante del mundo. Aquel día, en el que Félix cumplía 52 años, el equipo de rodaje era tan numeroso que para su traslado fueron necesarias dos avionetas. 

Al poco de despegar, y dado que los dos aparatos volaban a escasa distancia, Miguel Molina, cámara de Televisión Española, fue testigo de la tragedia. "Le dije: Tony (el piloto del aparato), acaba de caer una avioneta. Se derrumbó sobre los mandos al darse cuenta de que era su amigo y compañero el que había caído", recuerda en conversación con Efe. 

Nunca se han conocido con claridad los motivos del accidente que costó la vida a Rodríguez de la Fuente, al piloto de la avioneta, Warren Dobson, al cámara Teodoro Roa y a su ayudante Alberto Mariano Huéscar. "Pudieron ocurrir mil cosas", cuenta Miguel Molina, que trabajó con Félix durante cinco años. 

"Estábamos -continúa su relato- acostumbrados a hacer locuras para conseguir las mejores imágenes". El accidente se conoció en España un día después, el 15 de marzo. La noticia conmocionó a todo el país.

Luchador incansable

Miguel Molina habla de Rodríguez de la Fuente con admiración y respeto, y lo define como "un niño grande" que, aunque tenía un carácter "fuerte" y "muy exigente" era, al mismo tiempo, un hombre "muy ameno y divertido" que "no hacía más que preocuparse por la naturaleza" y que murió en un momento "muy especial" de su vida. 

Asegura que a Félix le costó "mucho llegar profesionalmente donde estaba" y que, a pesar de las dificultades que encontró, era un "luchador" que no reconocía "nunca" la posibilidad de la derrota. Por eso, añade Molina, "si viviera ahora estaría aterrado" con todo lo que ocurre con el medio ambiente.

Los que conocieron a Félix coinciden en señalar que fue un hombre adelantado a su tiempo
Los que conocieron a Félix coinciden en señalar que fue un hombre adelantado a su tiempo, y en destacar que sus ideas sobre conservación abarcaban todos los aspectos del ecosistema, consciente de la importancia de mantener un equilibrio para el cual todas las piezas son imprescindibles. 

Odile, la menor de sus tres hijas y hoy directora general de la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente, destaca de su padre la capacidad que tuvo para conseguir generar "un cambio de 180 grados" en la conciencia ecológica de España. 

"Un país", añade enérgica, en el que, "gracias a las imágenes de El Hombre y la Tierra, se pasó de tener una Junta de Extinción de Animales Dañinos a que la gente llorara cuando una loba y sus lobeznos eran perseguidos por cazadores". El lobo, un animal que Félix convirtió en un símbolo de su lucha, y por el que sentía una especial atracción. Miguel Molina cuenta que muchas veces le comentó que cuando muriera le gustaría reencarnarse en uno de ellos.

AGENCIAS. 14.03.2010 - 17.07 h

martes, 24 de diciembre de 2024

ESTRATEGIAS PARA LA CENA DE NOCHEBUENA

"Cómo te vas a haber pasado con la decoración, mamá..." CHRISTMAS-GIFTS-FOR-U.BLOGSPOT.COM.ES

Las abominaciones culinarias, los villancicos más bastos y las decoraciones que convierten tu salón en un puticlub de camioneros marcan la velada más bonita del año. El autor de Sinopsis de Cine te enseña a disfrutarla.

La cena de Nochebuena es, con diferencia, el momento más bonito del año. La ocasión en la que se junta la familia entera en amorosa armonía y concordia, hasta que empiezas a discutir de política con tu cuñado, tu abuela se emborracha con el Freixenet, tu tía monta su drama anual y algún niño se lleva dos paternales hostias por cruzar la delgada línea roja. Porque no hay celebración navideña que no acabe como una boda berebere.

Para una ocasión tan especial se ornamenta la casa apropiadamente, desplegando un abeto de plástico repleto de bolas colgando y colocando luces de colores parpadeantes, tanto en el árbol como en las ventanas, hasta que tu salón parezca un puticlub de camioneros. También pueden repartirse tiras de espumillón y flores de pascua por cualquier rincón poco adornado. Porque lo importante en Navidad no es que quede bien, sino que abunde. No pretendas que tu hogar se acabe pareciendo a los que salen en las películas americanas: con suerte lo confundirán con el escaparate de un bazar chino.

En muchas casas, además, se sigue manteniendo la tradición de montar el Belén. Un Belén casero consiste en un zurriburri de ovejas de porcelana tullidas, una gallina más grande que una casa, un río de aluminio, placas de musgo podrido, tres camellos gigantes, un niño Jesús de 8 meses de edad y una Virgen María vestida con seda y corona de oro (como cualquier campesina de Galilea de hace 2.000 años). Si tienes críos en casa, también habrá pokémons adorando al Niño y en lugar de San José habrá un Gormiti devoramentes debajo del portal de corchopán.

La velada empieza siempre en la cocina, adonde va acudiendo poco a poco un río de gente para abrir ollas, meter el dedo en las salsas y pellizcar guisos. Aquí es donde el jurado cata los manjares que luego se servirán en la cena. Eso hasta que a tu madre se le hincha el gominolo y desaloja la estancia al grito de “fuera de aquí todos los que no estén cocinando”. Con suerte podrás quedarte si te encomiendan la misión de partir los turrones, con la condición de que dejes de golismear en los fogones. Tú aprovecharás el trabajo para comerte disimuladamente los trozos que se van rompiendo y las migajas de Suchard que se quedan sobre la tabla.

Preparar una bandeja de turrones es todo un arte. Hay que colocar los tablones en varias alturas de modo que no se desmoronen, dejando debajo del todo tus sabores preferidos para que no se los coman los demás. Luego hay que rodear la estructura con polvorones (que sólo se los come el abuelo porque están blanditos) y lanzar puñados de uvas pasas, orejones y peladillas que estarán dando vueltas por la casa hasta el mes de junio. A la hora de los turrones sólo hay guantazos por los pralinés; nadie que no esté en tratamiento discute por un mazapán o una fruta escarchada.

La mesa para la cena es otro arte. Tu madre pone el mantel bueno, la vajilla buena y la cubertería buena, que no se usan nunca porque es tradición destrozarlos únicamente en las grandes ocasiones. Ella dice que no pasa nada, pero tú le ves la cara cada vez que alguien tira el vino sobre el mantel de organdí o desintegra una copa de la Vajilla Catalina de Prusia, y sabes que no saca de paseo el cuchillo de deshuesar terneras porque luego le toca a ella limpiar la matanza.

Entonces sobre la mesa se despliega el festín de Nochebuena. Estalla la guerra. Debes colocarte estratégicamente cerca de los platos ricos y centrarte en ellos. Olvídate de las bandejas más alejadas de ti, están perdidas. Sacrifica el jamón, que lo venden todo el año, y concentra las estocadas de tu tenedor en la caza del centollo, porque no tendrás tiempo de dar más de dos o tres. Aunque os hayáis vestido con elegancia, no es momento para comportarse con recato. El que hace algún remilgo o intenta iniciar una conversación, se queda sin gulas. Aquí la batalla no se da por terminada hasta que todos los comensales estén repanchingados en sus sillas como gatas preñadas.

En esto de la gastronomía navideña cada casa tiene su propio menú, pero hay varios manjares comunes a todas que no pueden faltar:

- La bandeja de langostinos, que servirán para hacer el salpicón del día siguiente y para que se los coma tu suegra diciendo que son congelados, pero se zampa kilo y medio “por no tirarlos”.

- Los espárragos blancos, que ni ellos mismos saben qué pintan ahí.

- Los canapés, que son como la amiga fea de los pinchos. Aquí el español deja volar su imaginación para alcanzar todo tipo de abominaciones culinarias.

- El cóctel, principalmente el de las gambas que se asoman al borde de una piña. Esto es lo que se conoce como comida elegante en cualquier presidio caribeño.

- La botella de sidra El Gaitero para quien no soporta el sabor del cava o del champán pero tiene que participar en los variados brindis posteriores al atiborre.

Después de la cena viene el momento de cantar villancicos. Pero villancicos de los nuestros, con pandereta de plástico, botella de anís y puñetazos en la mesa. Porque hay una sutil diferencia entre las canciones navideñas anglosajonas como White Christmas, Let it snow o Jingle Bells, que se cantan en coro sobre un fondo nevado, y los villancicos españoles como Hacia Belén va una burra, rin, rín, Ay del chiquirritín o Ande, ande, ande la marimorena, que se pueden tocar con un bombo, diez borrachos y una cabra sentada en una banqueta. Nuestro carácter exquisito y refinado.

En conclusión: disfruta del momento porque, si lo piensas, te puedes echar unas buenas risas, recopilar anécdotas vergonzantes y ponerte como la moñoño de tus platos favoritos. Además la familia es lo mejor. Si todavía no lo sabes, ya te darás cuenta.

¡Feliz Navidad!

ÁNGEL SANCHIDRIÁN  24/12/2015

sábado, 26 de octubre de 2024

HISTORIA DEL CARNAVAL BONAERENSE

"Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros opresores." Así comenzaba "Un porteño", como dio en llamarse, una nota que publicara en un periódico de 1833. Como bien dice nuestro antepasado protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de antigua data en al continente europeo.

El carnaval que se festeja en nuestras tierras se ve originado como una fiesta cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es cuando comienza la Cuaresma. La cuaresma es un período de ayuno observado por los cristianos como preparación para la Pascua. Por todo esto, los tres días de carnestolendas o carnaval, eran festejados a pleno, porque luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.

Como bien dice una antropóloga "el carnaval aparece como un absurdo; encarna la sublimación del ocio. El sinsentido del hacer para despilfarrar." En esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta la de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Por esta suspensión de lo establecido se lo tildó muchas veces de subversivo. Pero es también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ser, solo por tres días.

Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de años de vida, pero la costumbre que siempre reino, y lo sigue haciendo, es la de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en esos tres días en los cuales la ciudad parecía un campo de batalla; ricos, pobres, blancos, negros, desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo F. Sarmiento era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en los mas mínimo si le arrojaban agua cuando era presidente.

Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros. En 1771 el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo rey de España. El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz, no se quedó callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Como ustedes se imaginaran no se respetó la prohibición, tanto que los festejos degeneraron y ya en la época del virreinato, el virrey Cevallos se vio obligado a prohibir los festejos de carnaval. "...conviniendo remediar este desorden con el presente prohibo los dichos juegos de Carnestolendas...", decía el bando del virrey, y sigue "... ha tomado en pocos años a esta parte tal incremento en esta ciudad [...] en ellos se apura la grosería de echarse agua y afrecho (salvado), y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos...". Seguía diciendo que la gente, se metía en las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los muebles.

Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado prohibiendo "los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas".

En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común entre la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma intensa con agua. Para ello utilizaban todo tipo de recipiente, desde el modesto jarro, hasta los huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa, pasando por baldes, jeringas, etc. Los huevos eran vaciados y llenos con agua, pero no siempre con agua aromatizada, a veces solo se tiraban huevos podridos. Entre la gente acomodada se usaba, comprar los huevos de ñandú, rellenos de agua con olor a flores, como hoy se venden las bombitas los huevos se vendían en las esquinas. Las azoteas de las casas se convertían en verdaderos campos de batalla acuáticos, y mas de un transeúnte se ligó una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y mujeres, todos jóvenes, era divertidìsima y terminaba con la inmersión de los perdedores en una tina o bañadera.

Esta costumbre de mojarse solo se utilizaba en la ciudad, no se había generalizado todavía en la campaña ni en las ciudades aledañas a la capital virreinal. En la campaña solían festejar de forma muy ruda, grupos de jinetes se chocaban entres si con mucha fuerza, quedando muchos heridos.

Un escritor inglés dice para 1820: "Llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojándose baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa." Y sigue "Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito."

En las calles eran más encarnizadas las luchas con agua, ya que en ellas intervenían los esclavos, que mojaban a todo el mundo, se daban pequeñas venganzas, y más de uno no se la aguantaba pasando a las manos, que muchas veces terminaba con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.

El carnaval de 1827 fue mucho más tranquilo y los juegos con agua casi ni se vieron, las continuas quejas de años anteriores habían hecho efecto, aunque mas que nada se debió a la determinación de la policía de conservar el orden, algo que nuca había ocurrido. Pero esta moderación solo duro dos años, ya en 1829 vuelve la violencia. Dice un periódico: "Hémos oído asegurar que no han faltado brazos ni piernas rotas, ojos sacados, pistoletazos, etc.". Esto porque otra vez los policías eran los primeros en jugar. Los juegos con agua siguieron, no siempre violentos.

En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval era esperado con mucho entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos de Rosas.

Para el carnaval de 1836 se permitieron las máscaras y comparsas, siempre y cuando gestionasen anticipadamente una autorización de la policía. Para esta época el carnaval estaba ya muy reglamentado para prevenir desmanes. Solo se permitía el juego en los tres días propiamente dichos de carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada) con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se tiraban cohetes, para los cuales había que tener permiso de la policía.

Para los juegos en esta época, se movilizaban carros con tinas de agua, jarros, jeringas, huevos de ñandú, también se usaban vejigas llenas de aire, con las cuales se golpeaba a los transeúntes. Estos juegos generaban verdaderas batallas campales. Luego del cese, de los juegos con agua, continuaban los festejos con reuniones particulares, que a veces terminaban a la madrugada.

Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos, llegando hasta el máximo desbordamiento. La gente se divertía muchísimo, no había ni clase ni estrato social que no jugara al agua en carnaval. Pero como en todo estaban los exagerados, que llegaban a las manos, y muchas veces ocurrían desgracias. También estaban los que no disfrutaban de estos juegos y no dejaban de quejarse por medio de revistas y periódicos. Muchos de estos últimos se iban de la ciudad por esos tres días de carnaval. Los excesos, ¿cuáles eran los excesos?, se preguntaran. Estaban los que aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta violando. También se catalogaban como excesos algunos que ahora son muy comunes en carnavales como los de Río de Janeiro o Gualeguaychu: "Las negras, muchas de ellas jóvenes y esbeltas, luciendo las desnudeces de sus carnes bien nutridas...", decía José M. Ramos Mejía de esa época.

Por esta época los festejos de carnaval se habían extendido a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires. Los juegos con agua predominaban, pero también había bailes. Estos eran muy importantes, comenzaron en domicilios particulares, a principios de este siglo (s. XX) tomaron la posta los clubes de barrio.

Pero siguiendo con los "carnavales de Rosas", los grandes protagonistas y protegidos de Rosas, eran los morenos. Los negros se dividían en "naciones", y se juntaban en "tambos" a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo Rosas concurría a los "huecos" donde los morenos festejaban. Por nombrar una, en 1838 acudió a la fiesta realizada por la "nación" "Congo Augunga", en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de su esposa Encarnación y su hija Manuelita.

Una costumbre en esta época era la llamada "día del entierro". Los vecinos de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.

Pero no todo era diversión, los desmanes y las escenas "poco decorosas" aumentaron llegando a ser "repulsivas". Rosas decidió cortar por lo sano y prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. La prohibición se extendió también a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires.

Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.

En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería.

El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Al principio, los corsos se llevaban a cabo en las calles Rivadavia, Victoria y Florida, con el tiempo se extendieron a diversas calles y barrios. Eran muy alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval. Cada corso contaba con una comisión organizadora, los familiares de los miembros e invitados especiales se ubicaban en los balcones de la casa que servía de sede, y frente a esta se detenían las comparsas y mascaras para interpretar sus canciones y sus músicas.

Como es de esperarse, la costumbre de jugar con agua no había desaparecido, todavía sigue. Se utilizaban huevos y jeringas como antes, mas la incorporación de los pomos.

Cobraron auge los "centros", sociedades organizadas especialmente para desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de sus candombes. A veces al enfrentarse dos comparsas de negros se iniciaban las "tapadas", un contrapunto de todos los instrumentos que no terminaba hasta dejar en claro la supremacía de una de las comparsas, podían durar varias horas. Mas de una ves los vencidos apelaban a los golpes para expresar su descontento. Pero estos "centros" también estaban integrados por "gente de bien", el mas conocido era la sociedad "Los Negros". Esta estaba integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad. Vestían un uniforme militar húngaro. Las letras de sus canciones eran sobre la relación de los negros y los blancos, ellos eran, supuestamente, esclavos. Bastardeaban las costumbres de los negros con sus canciones. Las comparsas tenían canciones con unas letras muy interesantes. Las había con contenido gracioso, crítica política, crítica social, de todo un poco.

Lo normal en estos años era que la gente jugaba con agua durante el día, veían los corsos, que comenzaban tipo cinco y media o seis de la tarde, y luego acudían a los bailes públicos o particulares, que comenzaban entre las 9 y 11 de la noche y terminaban de madrugada. Decía una crónica de 1872: "En los teatros, las puertas se abrirán mañana, el lunes 12 y el martes 13, a las 11 de la noche, y se cerrarán a las 4 de la madrugada. Los "tranways" estarán en funcionamiento toda la noche. En los teatros, los palcos costarán alrededor de 200 pesos y la entrada 100. En el Teatro de la Alegría los precios serán más módicos para los bailes de máscaras: 60 pesos los palcos y 25 la entrada para hombres. Las damas entrarán gratis. ¿No habrá algún disfrazado que se haga pasar por mujer?". Este año de 1872, los juegos con agua fueron prohibidos por la policía, solo se permitían los disfraces y las comparsas.

Estas últimas se solían juntar en las plazas, la gente se apiñaba en ellas a fin de escuchar su música y sus canciones. Al mismo tiempo en estos lugares se libraban combates con bombas, pomos y huevos.

Los corsos de fines del siglo XIX estaban integrados por comparsas, "centros" y orfeones. Los centros eran sociedades que se juntaban durante todo el año a cantar en diferentes fiestas, principalmente en carnaval. Las comparsas estaban integradas por músicos y cantantes, que se reunían para carnaval. Los orfeones se caracterizaban por su muy buena vestimenta, estaban integrados por músicos de gran categoría, muy buenos coros y grandes orquestas y bandas. Los corsos eran financiados mediante colectas y donaciones, ya que las autoridades no contribuían con dinero. Los corsos comenzaban usualmente a las cinco y media o seis de la tarde, y finalizaban con una fiesta de la ceniza. En esta la gente se arrojaba harina y ceniza, eran luchas violentas, que más de una vez terminaba con incidentes lamentables, pero por lo general se jugaba con mucho divertimento.

Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia, y los llamados de "bellas Artes". Estos arrojaban agua perfumada. Todo esto a pesar de la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval. También se arrojaban serpentinas y "confettis". En San Isidro se vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio Spinelli, donde también se ofrecían caretas, serpentinas y papel picado.

A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos sobraban y alcanzaron su máxima popularidad. Los había en casi todas las calles principales de Buenos Aires. También en las ciudades aledañas. Predominaban en el Centro, pero los había en Flores, en Belgrano, Barracas, La Boca, Parque Patricios. También en el resto del Gran Buenos Aires. Uno muy importante era el de San Fernando, y se destacaban los de Adrogué, Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro, este ultimo corso se llevaba a cabo en las calles Cosme Beccar, Begrano, 9 de julio, 25 de mayo, hasta Primera Junta.

En estos tiempos estaba prohibido jugar con agua, solo se podía arrojar "papel cortado, flores, serpentinas y laminillas de mica". Esto no quiere decir que no se jugara con agua, se siguió haciendo a pesar de todas las prohibiciones, pero por lo menos con menos violencia. Se solía dejar caer bolas de papel mojadas desde los balcones o azoteas sobre la gente, a veces sujetas con hilo para volver a utilizarla.

Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados. Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y condes y al gracioso y simpático "oso Carolina", el cual realizaba piruetas. Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la llegada de las sociedades corales y musicales. También estaban los "clowns" o payasos, que ejecutaban difíciles pruebas gimnásticas. Luego surgieron los grupos de máscaras caricaturescas que divertían con sus números y vestimenta graciosa.

Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Se realizaban a continuación de los corsos en teatros, instituciones sociales, hoteles y residencias particulares. Por lo general eran de disfraces, y se bailaban polcas, valses, etc. Algunos de los teatros hasta tenían un servicio mediante el cual los concurrentes podían cambiar de disfraz cuantas veces quisiesen. Uno de los más famosos lugares de baile fue el "Club del Progreso", fundado en 1852. Era un triunfo social poder participar de sus bailes, ya que había una rigurosa selección de invitados. Fuera de la Capital los mas conocidos eran los del "Tigre Hotel" los del "Hotel de San Isidro", también en la ultima localidad eran famosos los bailes de Francisco Bustamante, o las suntuosas veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los de Morón, Lomas de Zamora y, los del hotel Las Delicias en Adrogué. También estaban los bailes del Club de Flores, los del hotel "Carapachay" de San Fernando. Otros bailes famosos eran los organizados por una comisión de vecinos en los salones de la Municipalidad al finalizar el corso de la calle Corrientes. En casi todos los clubes barriales había bailes en carnaval, tanto en la Capital como en el Gran Buenos Aires.

Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos mas importantes. Ya no se daba la camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y festejaban juntos.

El carnaval fue perdiendo encanto, había muchas patotas y gente pasada de copas que acudía a los corsos, siempre armándose peleas. Muchas familias dejaron de ir a los corsos mas populares. En 1909 se suspendieron los corsos por los continuos incidentes que se producían en ellos.

Por estos años se daban los bailes de los conventillos, que eran legión en Buenos Aires, muchas veces terminando a tiros o puñaladas, pero la mayoría de ellas festejados con mucha alegría y camaradería.

A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo. Fueron siendo remplazadas por las murgas. Estas en principio estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras "atrevidas". Los corsos perdían brillo, se poblaban de chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Ya no primaba la elegancia de tiempos pasados. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En 1921 resultaron fabulosos los del Club de Flores, el realizado por el Círculo de la Prensa en el teatro Coliseo y las veladas en el Tigre Hotel. Las mujeres iban vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas, para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales y en residencias particulares. En todos se realizaban concursos y se premiaba al mejor bailarín y al mejor disfraz.

En la década del 20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos.

Como se dijo, con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco. Las comparsas en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración. Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos, de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del encuentro e intercambio vecinal de los barrios.

Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y son muy divertidas.

Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por mas prohibiciones que les implantaron.

Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, Nº 47, febrero 2000

domingo, 28 de julio de 2024

CARTELES DE CINE QUE HACEN DAÑO A LOS OJOS (y V)


Slumdog Millionaire (2009)

¿Por qué es tan feo? Vamos a ver, Danny Boyle: darle un baño digital al colorido de los filmes de Bollywood es una cosa, y agrupar elementos sin ton ni son es otra bien distinta. Por muchos Oscar que te recibiese el filme, su cartel original no le gustó ni a Carlos Sobera.

Ssssilbido de muerte (1973)

¿Por qué es tan feo? Mucho antes de Serpientes en el avión, este thriller poco lucido (y producido por uno de los autores de Aterriza como puedas) trató de ganarse un lugar en las carteleras titulándose con el silbido (perdón, ssssilbido) de un ofidio. Su póster, por su parte, quiso ser sensual y amenazador, pero se quedó en repelente.

Los superbabies (2004)

¿Por qué es tan feo? Nuestro amor por la infancia nos mueve a apartar la mirada cada vez que nos topamos con este póster, hijo adulterino de un anuncio de pañales y el flyer de un antro de dudosa reputación. Cuando crezcan, los críos protagonistas llevarán a cuestas un severo trauma.

Superman III (1983)

¿Por qué es tan feo? Eres el superhéroe más famoso del mundo. De repente, un buen día, descubres que estás llevando en brazos por el aire a Richard Pryor, en vez de a una señorita estupenda como Margot Kidder. Decididamente, ha llegado el momento de cambiar de oficio.

Teen Wolf: De pelo en pecho (1985)

¿Por qué es tan feo? Que la nostalgia no te engañe, amigo pureta. Ni este filme era tan bueno como recuerdas (¿cuál lo es?) ni su cartel aguanta una revisión. Más que nada porque parece como si alguien hubiese arrancado la cabeza de Michael J. Fox para ponérsela a un maniquí peludo.

De pelo en pecho 2 (1987)

¿Por qué es tan feo? Con Michael J. Fox fuera de escena, la secuela licántropa y adolescente tuvo como protagonista a Jason Bateman. Cuya sonrisa crispada se debe, suponemos, al sonrojo de verse atrapado en una imagen como esta. ¡Una bala de plata, por caridad!

Por CINEMANÍA / TF

sábado, 27 de julio de 2024

CARTELES DE CINE QUE HACEN DAÑO A LOS OJOS (IV)

Viaje mágico a África (2010)

¿Por qué es tan feo? Lanzado a bombo y platillo como la primera película española en 3D digital, este filme resultó decepcionante por muchas cosas. Entre ellas, que su póster resultaba una visión cuanto menos alucinógena, y no en un sentido positivo. Los animales (incluido el caballo con alas) parecen plantearse la posibilidad de recurrir a los tribunales.

Evasión o victoria (1981)

¿Por qué es tan feo? De nuevo nos encontramos con un caso de hermanos siameses y carteleros. En esta ocasión, los unidos por el tronco son nada menos que Sylvester Stallone, Michael Caine y el mítico futbolista Pelé: pobre del cirujano que tuviese que separarles...

Si la cosa funciona (2009)

¿Por qué es tan feo? Con su legendaria mala leche, Larry David mira a cámara encogiéndose de hombros, como si el pesado de Woody Allen le hubiese hecho repetir toma por enésima vez. Con una imagen así, uno siente ganas de cualquier cosa menos de ver la película.

¿Qué más puede pasar? (2001)

¿Por qué es tan feo? La pregunta que nos plantean Martin Lawrence (again) y Danny DeVito en el título de esta película tiene una respuesta muy sencilla. Porque, además de ser una comedia rutinaria cuanto menos, el filme se presentó ante el público ofreciéndonos los poco agraciados rostros de sus actores protagonistas: una fina maniobra de márketing.

En busca del Arca perdida (1981)

¿Por qué es tan feo? Pese a todos nuestros esfuerzos, no hemos podido encontrar una imagen en alta resolución de este cartel. Sospechamos que Steven Spielberg tiene algo que ver, y le entendemos perfectamente. ¿'Indy' con camisa vaquera? ¿Y sin sombrero? ¿Y con unos pantalones chinos de todo a 100? Inadmisible: nos preguntamos qué se le pasó por la cabeza al director y a George Lucas para, teniendo a Drew Struzan, autorizar el lanzamiento de un póster así.

Rompedientes (2010)


¿Por qué es tan feo? La comedia para niños más intragable del año pasado necesitaba un póster a su altura. Y lo tuvo, vaya si lo tuvo. La niña de la izquierda se ríe, el niño de la derecha tiene cara de salir corriendo a la menor oportunidad, y Wayne Johnson se plantea la huida, antes de que sea demasiado tarde y el fotógrafo dispare su cámara.

Top Dog: el perro sargento (1995) 


¿Por qué es tan feo? "Tenemos al rey de las yoyas ultraderechistas y a un perrito muy mono. ¿Qué puede salir mal?", debieron preguntarse los responsables de esta película. Responder a esa pregunta nos llevaría un artículo entero, pero bástenos con decir que a este póster no le haría justicia ni el Chuck Norris Fact más disparatado.

La cruda realidad (2009)

¿Por qué es tan feo? Porque su esquematismo comodón y los corazoncitos que manejan Gerard Butler y Katherine Heigl (sí, otra vez ella) puede causar una alergia supina a las palabras "comedia romántica". Aquí sólo hay una cruda realidad, y es que este póster es horrible.

Venus (2006)

¿Por qué es tan feo? El pobre Peter O'Toole no tiene la culpa de que los años le hayan tratado tan mal, pero Roger Michell ("El director de Notting Hill", como nos recuerda el rótulo) debería habérselo pensado dos veces a la hora de escoger esta imagen del actor, en cuyos ojos de pescado hervido no hay nada que pueda recordar a Lawrence de Arabia.

Por CINEMANÍA / TF

domingo, 21 de julio de 2024

CARTELES DE CINE QUE HACEN DAÑO A LOS OJOS (III)


Kazaam (1996)

¿Por qué es tan feo? Seguramente, porque el jugador de la NBA Shaquille O'Neal quería despertar buen rollo presentándose a sí mismo como un genio hiphopero y marchoso. En cambio, el póster le muestra como un portero mazas de discoteca recién salido del dentista.

Killers (2010)

¿Por qué es tan feo? Si alguien se acuerda de esta mediocre película, que emparentaba a Ashton Kutcher con la siempre melosa Katherine Heigl, seguro que se arrepentirá de hacerlo tras ver su cartel. Este póster parece realizado con más desgana que el filme, si es que ello es posible.

El discurso del rey (2010)

¿Por qué es tan feo? El exitoso asalto de The Weinstein Company a la última edición de los Oscar no se hubiese llevado ni una mísera estatuilla si este desastre (obra, sin duda, de un becario trabajando bajo presión) hubiese sido su póster oficial. Afortunadamente para Colin Firth el cartel fue retirado tras las quejas de prensa y público.

La última canción (2010)

¿Por qué es tan feo? Volvemos a encontrarnos con el misterio de las cabezas flotantes, aunado esta vez con otro poltergeist cartelero: los bonitos paisajes difuminados hasta lo mantecoso por toneladas de efecto flou. El póster de la primera película de Miley Cyrus post-Hannah Montana debió, a buen seguro, causar unos cuantos casos de diabetes.

Dharti Sheran Di (1973)

¿Por qué es tan feo? La estrella del cine pakistaní Sultan Rahi se gana el odio de todas las protectoras de animales del mundo con este chillón cartel. Vale que los leones querían devorarle, pero ¿de verdad era necesario hacer semejante escabechina?

Un verano loco (1986)

¿Por qué es tan feo? Desde que caímos en la trampa y vimos este póster por primera vez, tenemos pesadillas recurrentes en las que somos perseguidos por una naranja gigante con gafas ochenteras, mientras John Cusack y Demi Moore se ríen. No decimos más...

Outrageous! (1977)

¿Por qué es tan feo? A veces, un cartelista de cine puede lograr grandes cosas olvidándose de las imágenes y recurriendo a la sutileza tipográfica. Pero no es el caso: el título en inglés de esta película significa "escandaloso" u "ofensivo", y damos fe de que este póster lo es.

Querido profesor (1971)

¿Por qué es tan feo? Aspirando a ser sensual, este cartel tan setentero se queda en la portada de una novela erótica barata. Mención especial a la forma en la que Rock Hudson observa las curvas de Angie Dickinson, como pensando "A ver cómo se lo digo yo ahora, a la pobre".

Rhinestone (1984)

¿Por qué es tan feo? Un año antes de descubrir el filón de Rambo, Sylvester Stallone probó suerte como actor de comedia en este filme junto a Dolly Parton. Por la desvalida mirada de 'Sly', deducimos que la química entre la pareja era nula, y que la reina de la música country debe ser un hacha echando pulsos.

Sexo en Nueva York 2 (2010)

¿Por qué es tan feo? La obra gráfica que acompañó a la segunda aventura de 'Sarajesi' Parker y amigas en pantalla grande fue tan amplia como atroz. Si nos quedamos con este cartel es porque en él aparece toda la banda: ojito al 'estirado' digital de las arrugas de Kim Catrall.

Por CINEMANÍA / TF