sábado, 15 de febrero de 2025

ABELARDO Y ELOÍSA

Todos los impedimentos que puedan imaginarse trataron de evitar su unión.

Se amaron, se casaron en secreto, tuvieron un hijo... pero sólo la muerte les permitió descansar juntos y en paz.


La imaginación de Eloísa cometió un desvarío. Mientras escuchaba a Abelardo disertar sobre cómo la duda puede ser el primer paso del arduo camino que desemboca en la verdad, cerró los ojos y soñó que la palabra de Abelardo era más ardiente y reveladora que la lengua de fuego que el Espíritu Santo había depositado sobre la cabeza de los apóstoles.

Fuera hacía calor, mediaba junio y París era una fiesta de colores donde la hierba fresca se desmadraba en las praderas que bordan el Sena. Eloísa siguió a Abelardo para que éste le aclarase todas las incertidumbres que sus enseñanzas le sembraban. El sol brillaba sobre el agua del río. En medio de la cálida respiración de la naturaleza, Eloísa no pudo contener las palabras que le subieron a la boca como un relámpago: “Abelardo, eres más hermoso que un dios pagano”.

Él la miró, se quedaron quietos y los dos supieron que en aquel momento comenzaba un viaje irrefrenable de los dos cuerpos para encontrarse, confundirse y quizá quemarse en un incendio clamoroso y total.

Se cogieron las manos, ardían, pero de pronto aparecieron todas las palabras bíblicas y ascéticas maldiciendo la carne como raíz de la lujuria. Se alejaron de la sombra de aquel árbol como si fuera el de las manzanas malditas del paraíso. Ella echó a correr hacia la casa de su tío, el poderoso canónigo Fulberto, él empezó a pensar.

Siguieron las clases y el calor. Los ojos y la rubia cabellera de Eloísa eran una tea en la sangre de Abelardo.

Al cabo de unos días, en una esquina del sol y de la tarde, junto a un recodo del Sena, los cuerpos se mezclaron y las pulsaciones de todo el universo latieron en sus sexos. A la misma hora, todo París sintió un temblor de tierra premonitorio, ellos también lo sintieron en su interior. La tierra había temblado empujada por la pasión de los amantes al unirse.

Más adelante vivieron múltiples desventuras que los piadosos maestros de teología tenían como un castigo de Dios por aquella desordenada felicidad. Una pasión que ni Eloísa ni Abelardo pudieron evitar.


Amor sin medida

Pedro Abelardo nació en 1079 en Nantes. A la edad de 34 años era profesor de dialéctica y teología en la famosa escuela de la catedral de París. Era un apasionado por la razón en su dimensión humana y estaba convencido de la necesidad de tener derecho a pensar sin tener que someter las reflexiones al despotismo de la teología. Como creyente trataba de explicar la fe apoyándose en los razonamientos metódicos formulados por el entendimiento. Fue condenado por concilios y jerarquías a causa de sus liberales doctrinas sobre el misterio de la Trinidad.

La pasión por la verdad moral derivó hacia la devoción al cuerpo y alma de su bella alumna Eloísa. De sus relaciones nació un hijo al que bautizaron con el nombre de Astrolabio.

Los familiares de Eloísa, que pertenecían a la más insigne jerarquía eclesiástica, como venganza, consiguieron amputarle el miembro viril mientras dormía. La tragedia continuó. Eloísa fue ingresada en el monasterio de Argenteuil y Abelardo se retiró desolado a la abadía de Saint-Denis, escribiendo allí lo más importante de su obra.

La felicidad que no pudieron conseguir en vida, la lograron a su muerte, al ser enterrados juntos.

-Alfonso S. Palomares

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