Corría El año 813 de nuestra Era, en una Península Ibérica dominada prácticamente por los musulmanes, cuando en tierras gallegas –a la sazón regidas por los monarcas satures-, en las cercanías de la iglesia de San Fiz de Solobio, comienzan a acontecer extraordinarios sucesos. En las noches, extrañas luces descendían hacían un enmarañado paraje boscoso del que surgían melodiosos cánticos; a él acudían temerosos y maravillados los curiosos vecinos. Pelayo, un santo ermitaño que frecuentaba aquellos lugares, comprendió que aquella señal sobrenatural no podía sino estar relacionada con una antigua tradición sobre el enterramiento del Apóstol Santiago.
Puestos estos hechos en conocimiento del obispo de Iria Flavia, Teodomiro, éste decidió visitar personalmente el lugar y, tras admirar los prodigios, ordenó limpiar el bosque de malezas, encontrando allí las ruinas de una antigua edificación que albergaba un enterramiento. Concluyó el prelado que, efectivamente, estaban ante el sepulcro de Santiago el Mayor –el Hijo del Trueno-, cuyo cuerpo, tras ser decapitado en el año 42 por orden de Herodes Agripa, había sido trasladado por sus discípulos hasta los confines occidentales del mundo conocido, en donde el elegido de Cristo había predicado.
Inmediatamente, el rey Alfonso II, de sobrenombre El Casto, fue informado en su corte de Oviedo –a donde se había trasladado la capital del reino y en donde se veneraban las más importantes reliquias de la cristiandad, las que atesoraban en el Arca Santa-, no dudando el monarca en viajar hacia el sepulcro por el camino más corto y seguro, el que a través de Tineo y de Lugo llevaba al extremo occidental de su reino. Postrado el rey con toda su corte ante la tumba del Apóstol, ordenó la construcción de una basílica que resguardase las reliquias y acogiese a los devotos que comenzaban a llegar desde todos los lugares de la cristiandad. Fue, pues, Alfonso II, el primero de los peregrinos a Compostela, estableciendo la unión entre los que serían los dos grandes santuarios de su reino: el relicario de San Salvador en Oviedo y el sepulcro del Apóstol Santiago.
Quien va a Santiago
E non va al Salvador
Hónrale al Criado
E dexa al Señor
Pelegrino tanto quiere dezir como ome estraño, que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalen e los otros Santos Lugares en que nuestro señor Jesu Christo nasció, bivió e tomó muerte e pasión por los pecadores; o que andan pelegrinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo, o a otros logares de luenga e de estraña tierra.
Código de las Siete Partidas, Alfonso X, El Sabio (1.256)
Con el establecimiento del llamado camino francés, que atravesando la Meseta Norte al sur de la Cordillera Cantábrica llevaba a Santiago de Compostela, los peregrinos que deseaban desviarse hasta el relicario ovetense lo hacían, principalmente, desde uno de los grandes hitos jacobeos, la ciudad de León, que durante siglos mantuvo la capitalidad del reino astur. Desde allí, los viajeros, tras cruzar el puente sobre el río Bernesga, se encontraban dos caminos:
El uno lleva a San Salvador
El otro a Santiago el Mayor
rezaban las canciones medievales. La ruta remontaba el río buscando sus fuentes y atravesaba los lugares de Carbajal de la Legua, Valle, Villalbura, Cabanillas, Cascantes, La Robla, Puente de Alba, La Ermita del Buen Suceso, Nocedo y La Pola de Gordón, Beberino, Nuestra Señora del Valle y Buiza, desde donde por Pobladura de la Tercia o por Rodiezmo y Villanueva de la Tercia, se alcanzaba uno de los lugares más significativos de la peregrinación asturiana, la Colegiata de Arbás, pórtico del puerto de igual nombre, hoy conocido como Pajares. Situada en lo que en la actualidad son los territorios administrativamente leoneses, Santa María de Arbás fue lugar hospitalario para socorrer a los peregrinos y transeúntes, en él los mojes tañían las campanas, voceaban por los caminos, abrían túneles en la nieve y encendían hogueras para guiar a los que se atreviesen a aventurarse en el “monte tenebroso” que mencionaban las canciones de los romeros. Al Conde Fruela, hermano de Doña Jimena, la esposa de Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, se le atribuye la fundación de la Colegiata y del hospital anejo, conociéndose un documento del año 1.103, en el que se nombre. Grandes favorecedores de esta alberguería fueron los reyes leoneses, siendo Alfonso IX el constructor del actual templo, de estilo románico, en cuya portada occidental pueden verse sendos modillones con las cabezas de un oso y de un buey, que representan la leyenda del oso bueno que hubo de uncirse al yugo después de haber dado muerte a uno de los bueyes de la pareja.
Además del Puerto de Arbás o de Pajares, otros accidentes de la Cordillera sirvieron como paso a los peregrinos que se dirigían hacia el relicario de Oviedo o que regresaban de allí. Así, en los Puertos del Pontón y de Tarna existieron alberguerías protegidas por el rey Alfonso VII, en el de San Isidro hubo otro centro hospitalario al que la reina Urraca ofreció su tutela y en el Puerto de Leitariegos existieron hospitales dependientes del Monasterio de Corias. Todo ello, sin olvidar que el más importante de los accesos a Asturias desde la meseta, el Camino Real del Puerto de la Mesa –que permaneció vigente hasta el siglo XVIII- hubo de ser muy utilizado por los devotos de la peregrinación.
Nunca tuvimos más frío
Que en este monte de Asturias.
Calados hasta los huesos,
Sin ver el sol ni la luna,
Viento y lluvia nos conturban.
Pero Dios nuestro Señor
Librándonos de uno y otra,
Nos llevó a San Salvador.
(Canción de peregrinos)
Una vez que las condiciones meteorológicas lo permitían, los peregrinos que hacían la ruta hacia San Salvador de Oviedo y que se habían alojado en Santa María de Arbás, continuaban camino hasta alcanzar la divisoria de aguas e iniciar el descenso del Puerto de Pajares. Llegados al pueblo de este nombre, los caminantes continuaban por Flor de Acebo hasta la Romía –topónimo que nos recuerda el paso de los romeros-, y de allí, a Puente de los Fierros, donde se cruzaba el río Pajares, para continuar, por Herías, hasta Campomanes. Tras atravesar el río Huerna en esta población, en la que existió durante la Edad Media una hospedería, la ruta continuaba hacia la Vega del Rey, en cuyas proximidades se sitúa una de las grandes joyas del Arte Asturiano, la iglesia de Santa Cristina. Alcanzada la villa de Pola de Lena, que fue fundada por Alfonso X, los peregrinos encontraban un nuevo hospital en el que curar los males del camino. Ujo y Villallana, ambos lugares con iglesias románicas, daban paso a la villa de Mieres del Camino, a la que se accedía tras cruzar el río Caudal por un puente. Era esta población parada obligatoria, ya que poseía alberguería y una iglesia románica consagrada a San Juan y suponía la antesala del Alto del Padrún, que había que superar pasando por el pueblo de La Rebollada. Tras descender a la población de Olloniego, en la que se atravesaba el río Nalón antes de descender hacia Picu Llanza, los peregrinos continuaban hacia la Manjoya, el “Monxoi” asturiano, ya que la torre de la Catedral de Oviedo, la meta deseada –“Majoie!”-, ya se hacía visible.
También el valle del río Aller, que se inicia en los puertos de San Isidro y de Vegarada, conserva vestigios de su antigua relación con las peregrinaciones. Entre los monumentos que se encuentran en él, destacan las iglesias de San Vicente de Serrapio –probablemente emplazada en un lugar venerado por antiguos cultos prerromanos-, y la de San Juan de Llamas. Muchos autores suponen que esta ruta era utilizada para salir de Asturias sin dirigirse a León por los romeros que ya habían visitado esta ciudad, por lo que una vez adorado el relicario de Oviedo continuaban hasta Ujo y de allí hacia los altos puertos.
Oh Asturias, bella Asturias
Tú eres muy bella, y eres muy dura
(Canción de peregrinos)
Hasta el establecimiento, en tiempos del rey Sancho el Mayor de Navarra, del camino francés a Santiago, algunos peregrinos elegirían, probablemente, los itinerarios de la costa para viajar a Oviedo y a Compostela, ya que el “timor maurorum”, el miedo a caer cautivo de los moros, condicionaría los viajes a través de los territorios más meridionales, en donde aún había confrontaciones armadas. No obstante, los historiadores de la talla de D. Juan Uría, han advertido la necesidad de no magnificar la importancia que trazados marginales pueden haber tenido en la peregrinación a los santos lugares. Con todo, un cierto flujo romero habrá existido desde los primeros tiempos por el litoral oriental asturiano en dirección al relicario de San Salvador. Iniciábase esta ruta en la costa oriental en tierras de Peñamellera Baja, tras atravesar el río Deva por medio de embarcaciones. Desde allí, a través de Columbres, Buelna, Pendueles, Vidiago, San Roque del Acebal –en cuyas cercanías se ubicaba la malatería de San Lázaro de Cañamal-, Andrín y Cue, el itinerario conducía a la villa de Llanes, donde en el siglo XIV ya existía el hospital de San Roque y en donde se podía visitar la iglesia de Santa María de Concejo, edificada durante los siglos XIV y XV sobre restos anteriores. Desde esta villa se partía en dirección a la de Ribadesella, que se alcanzaba tras pasar por los monasterios benedictinos de San Salvador de Celorio y de San Antolín de Bedón. Tras vadear el Sella, los caminantes continuaban por tierras de Caravia y de Colunga, discurriendo la ruta por las cercanías de la iglesia prerrománica de Gobiendes. Otra posibilidad de este camino, era la de seguir Sella arriba hasta la confluencia del Piloña en Arriondas, y desde allí continuar por Villamayor e Infiesto hasta la Polla de Sierro –villa fundada por Alfonso X-, y de allí proseguir hasta Oviedo.
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