Deshaced
ese verso,
Quitadle
los caireles de la rima,
el
metro, la cadencia
y
hasta la idea misma.
Aventad
las palabras,
y
si después queda algo todavía,
eso
será
la poesía.
La
tangente
¿Y
la tangente, señor Arcipreste?. ..
¿El
radio de la esfera que se quiebra y se fuga?
¿La
mula ciega de la noria, que un día, enloquecida, se liberta del
estribillo rutinario?.. .
¿La
correa cerrada de la honda, que se suelta de pronto para que salga la
furia del guijarro?...
¿Esa
línea de fuego tangencial que se escapa del círculo y luego se
convierte en un disparo?
Porque
el cielo... Señor Arcipreste, ¿sabe usted?,
No
hay arriba ni abajo...
y
la estrella del hombre
es
la que ese disparo va buscando,
ese
cohete místico o suicida, rebelde, escapado...
De
la noria del Tiempo
como
el dardo,
como
el rayo,
como
el salmo.
Dios
hizo la bola y el reloj: la noria dando vueltas y vueltas sin
cesar,
y
el péndulo contándole las vueltas, monótono y exacto...
El
juguete del niño, señor Arcipreste,
¡el
maravilloso regalo!
Pero
un día el niño se cansa del juguete y se le saca las tripas y el
secreto
como
a un caballito mecánico,
como
a un caballito de serrín y de trapo.
Es
cuando el niño inventa la tangente, Señor Arcipreste,
la
puerta mística de los caballeros del milagro,
de
los grandes aventureros de la luz,
de
los divinos cruzados de la luz, de los poetas suicidas, de los
enloquecidos y los santos
que
se escapan en el viento en busca de Dios para decirle
que
ya estamos cansados todos, terriblemente cansados
de
la noria y del reloj,
del
hipo violáceo del tirano,
de
las barbas y las arrugas eternas,
de
los inmóviles pecados,
de
este empalagoso juguete del mundo,
de
este monstruoso, sombrío y estúpido regalo,
de
esta mecánica fatal, donde lo que ha sido es lo que será
y
lo que ayer hicimos, lo que mañana hagamos.
León Felipe
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