sábado, 5 de julio de 2025

DESDE ARRECIFES DE SOLEDAD

La tierra es fértil pero está cuidada y el mármol es más abundante en el pequeño cementerio. El color que va quedando es el del plástico. Los pasillos son estrechos peleados trozo a trozo con los vecinos del pueblo. Los pasos del cura se detienen frente a la única tumba abrumada por las flores. “En vida nunca le hubieran regalado tantas, y se las merecía”, piensa soñando consigo mismo de joven, cortando todas las rosas del jardín de su tío y luego yendo puerta por puerta pidiendo una flor para su ramo, para que todos supiesen que la amaba, y dejándolas a su puerta, o mejor aún subiéndolas hasta su ventana quién sabe cómo. Ella las vería y él prometería guardar sus ojos para siempre.

El frío es de esos que silencian. El cura está quieto, confuso, su tristeza se desliza, sin que sea consciente de ello, en un reguero de lágrimas desde su ojo izquierdo.  Busca una oración pero una voz tímida, de una bondad natural, se esconde entre sus pensamientos. La risa que le enamoró.

Su mirada desciende lentamente hacia la tierra oscura y allí encuentra un pétalo de rosa blanca, distinto, solitario. Lo toma con una delicadeza reservada a lo más valioso y con una leve sonrisa lo guarda en su breviario. Después inicia un rezo que va ordenando sus sentimientos, que se va volviendo más profundo hasta que sólo se mueven sus labios.

Abre los ojos y allí está su nombre, cariñosamente dejado entre las flores. Pero al verlas se da cuenta de que no hay ninguna rosa blanca.

Al abrir temerosamente su breviario descubre que donde creía haber dejado un pétalo sólo quedan manchas de humedad, arrugas en frágiles páginas. “Sin duda ha de haber una explicación”, se dice en su interior, rozando con sus dedos enrojecidos la huella del pétalo. Tratando de hallar en la tierra algún otro, dejándose llevar por un creciente desconsuelo.

Siente un dolor en sus huesos mientras recuerda las palabras que había distanciado, el momento que les separaba.

Suspira y mira al cielo. Una nube blanca desafía al viejo sol. La contempla notando sus ojos llorosos y dice: “Creo que jamás llegare a entenderte”. 

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