Miró con sus pequeños ojos, sus grandes cuencas vacías. Le invadió la pena, por todo lo que había sido, por lo que en ese instante representaba. Se conmovió ante su frágil desnudez, vestida de sucio blanco, por el paso de un tiempo expuesta al raso. A las inclemencias de la meteorología y del olvido, sobre todo de él, del olvido, donde ya nada queda de todo lo que fuimos. Le preguntó en silencio, esperando una contestación callada.
- Dime que haces aquí, en medio de todo, sola y abandonada.
-
En verdad que no tengo respuesta, o tal vez no quiera saberla.
Se
sintió culpable de su belleza ante tanta desgracia. Ante el desamor
que veía y el amor que sobre sus alas cargaba. Lloró las lágrimas
que ella ya no podía y decidió en un intento de aliviar su pena
oler las flores, supliendo de esta manera, la falta de olfato de ese
ser allí postrado. Beber el agua cristalina, para que su boca
se sintiera menos seca. Acariciar la suavidad de la hierba, en
honor a sus carentes manos. Rebosó su cuerpo de mucho y se lo dio
para que nada le faltará. Posándose en ella, escuchó un
silencioso murmullo.
-
Gracias.
-
¿Por qué?
-
Por tu hermoso regalo.
-
Yo no te di tanto.
-
Sí que me lo has dado, ya que aún, estando muerta, me he sentido
otra vez viva.
Se
quedó allí feliz, mirándola con sus pequeños ojos, para llenar
sus grandes cuencas vacías.
Fin.
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