El
hombre y la mujer son limitados y frágiles. Cuando no falta
una cualidad,
sobra un defecto. Afortunadamente existe el camino del espíritu,
en donde todo es perfecto y duradero, allí podemos recurrir cuando
estamos dispuestos a iniciar la gran aventura de compartir nuestra
vida con la pareja.
Así,
aparte de preocuparse por su físico, sus sentimientos
y pensamientos,
las parejas han cultivado el espíritu, saben que deben trabajar
como si todo dependiera de ellos puesto que nunca podremos determinar
cuándo termina nuestro trabajo y dónde empieza esa gracia,
la gracia
sobrenatural, que las mujeres tienen la facultad de captar
más fácilmente
que los hombres.
El
hombre o la mujer de 60 ó más años, han tenido más tiempo
y oportunidades
que los jóvenes para aprender a amar de verdad, con un amor
completo.
Durante
la juventud, en realidad, casi nunca se sabe lo que es amar de
verdad; suele más bien ser enamoramiento y pasión. Esto significa
que en la mayoría de los casos ese pretendido amor recibe toda su
fuerza del
impulso instintivo.
Más
que amor es un deseo corporal o sentimental que busca al otro para
sentirse feliz, pero casi nunca busca la felicidad de su pareja, sino
la propia.
En
cambio, pasada la juventud, en las personas de carácter sano,
el amor
suele volverse más maduro y son capaces de amar de verdad a
la persona
que escogen para compartir su vida, porque entonces ya no es tan
fácil que seamos dominados por la pasión ciega o el
romanticismo exagerado.
En
estos tiempos, sobre todo en las grandes ciudades, se da mucho el
fenómeno del divorcio, que sorprende a las parejas de gente de
la tercera
edad que viven felices después de muchos años de matrimonio.
Estas han aprendido a compartir también la enfermedad, los achaques, las despedidas de los hijos, la muerte de amigos, en fin, su paulatina disminución de actividad e incluso de fuerza, para apoyarse mutuamente.
Es en la edad avanzada, cuando su comunión es total, porque quedan atrás egoísmos, vanidades, superficialidades, competencias inútiles, pleitos y malentendidos.
Carlos Lara
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