jueves, 23 de enero de 2025

AL MIRAR EL MAR

La arena parece abandonada. El mar se aleja de las vallas y hierros del esqueleto de un hotel. El mar es el único amante del tiempo, el resto se acaba olvidando.

El profesor pronuncia mi nombre como si no tuviera importancia, una cruz más. No falta nadie, pero ya es mayor y su clase es tranquila.

– Sofía Milena.

Ella dice sí. No se permite otra respuesta. Su voz es amable. Se sienta delante de mí, casi donde termina la clase, el lugar reservado a los menos problemáticos. Podría dibujarla si los pupitres no estuvieran tan próximos. Tengo que cerrar los ojos. Es tan bella que resulta doloroso. Cabellos oscuros, cuello detallado por una cadena de oro. Sonrió al profesor.

 

 – Estoy muerto y rematado.

 – No deberías esforzarte tanto. Es sólo el fútbol de todos los días.

 – Tú eres demasiado tranquilo.

 – ¿Cómo iba a quitarle protagonismo a nuestra estrella? Si me pusiera a marcar goles seguro que te deprimías.

 – Sí. Ya. Claro. ¿Vas a ir a la fiesta de Jorge?

 – ¿Cuándo es?

 – El viernes.

 – No. No me ha invitado.

 – Bah. Te pasas por allí y ya está. Van a ir todas las chicas interesantes.

 – ¿Y eso?

 – Luisa. Que suerte tiene el tío. Se ha llevado a la mejor de la clase.

 – Dirás a la más populosa. Irán sólo sus amigas.

 – No, se han apuntado en cadena. Ya sabes como va eso. Por cierto, todavía no me has dicho a por cuál vas.

 – Ni te lo diré. Tengo buen gusto y no me gusta la competencia.

 – Venga. No me seas traicionero.

 – Bueno. Si tuviera que elegir… Tal vez Sofía no esté mal.

 – ¿Sofía? Estuvo con Carlos. Está chiflada.

 

El mar no conoce el silencio. Su rostro es de esos que los pintores embellecen. Tienes la sensación de que no podrás comprenderlo por más que lo contemples. Es curioso como el viento hermana con el mar y el cielo.

 

No se escapan muchos murmullos del interior de las clases. Los pasillos son una dimensión agresivamente vacía. La hora de matemáticas no ayuda mucho. El profesor tiene una pose reflexiva. Mira todas las caras a la vez, no existe ese anonimato de grupo, por mucho que te repliegues cuando lleguen sus inevitables ojos. Sofía tensa sus hombros conteniendo la respiración.

 – Juan. Sal a la pizarra a resolvernos el problema.

Siempre saca a quién cree que podrá resolverlo, salvo cuando quiere humillar a algún alborotador. No suele ser una buena idea.

La tiza es rebelde. Los números son una parodia amontonándose.

 – ¿Ves dónde has cometido el error?

Están extrañados de que haya fallado. Sofía alza sus ojos inmensos profundizados por la pregunta. Me ve.

 

Siempre tienes la sensación al empezar un recreo y la misma al terminar. En el comedor te dan el mismo bocadillo envidia de los pobres y ladrón de minutos. Hay que estar hambrienta o socialmente moribundo para esperar en la heterogénea cola, pero te lo dan gratis si estás apuntado al comedor. Sofía no aparece nunca por allí.

Al terminar las clases hay un intervalo hasta que sirven la comida. Suelo estar en la biblioteca, soy encargado honorario, lo que concede ciertas ventajas a la hora de acceder a nuevo material. La clientela es reducida pero fiel.

Sofía come en el colegio, a una mesa de mí. Le gusta el pescado, el arroz y la comida sencilla, sin tonterías.


El sol es eterno. No importa lo que digan los cobardes que lo olvidan. El cielo es claro a su alrededor. Pocas son las nubes que se atreven a desafiarlo. No puedes evitar que te afecte el calor. No hay defensa, no es como el frío que puede ser domado.


 – Oye. Antes, en matemáticas, ¿no lo habrás hecho a propósito?

 – Es una clase aburrida.

 – Siempre que te veo marchas por allí. ¿A dónde vas?

 – Al mar.

 – No te cansas de verlo.

 – Es cuestión del ángulo. Pero en vacaciones no voy a la playa.

Las sonrisas son tan inesperadas. Nacen de nuestra propia definición. Nos resumen.

 – Hoy mi padre viene tarde a recogerme.

 – Los míos siempre lo hacen. No te preocupes aquí estoy yo para protegerte.

A veces no puedes controlar las palabras, pero con ellas es más difícil resumir la verdad.

 – Gracias.

 – Hay un sitio frente al mar. Unos trozos de piedra cortados por algún artista. Hay que escalar un poco pero son un buen asiento.

 – ¿Vienes aquí al salir de clase?

 – Sólo un rato mientras espero que se haga la hora. Es que no hay mucho más y el viento de mar refresca.

 – Es cierto, ya lo noto. ¿Fumas?

 – No. Pero tomo caramelos de eucalipto. Despejan la mente y refrescan el aliento. ¿Quieres uno?

 – Sí, gracias.

 – Aquí es.

 – ¿Resbala?

 – No lo permitiría.

Cerca. Nos sentamos en silencio mirando a la distancia para luego tratar de hablar de cualquier cosa.

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