jueves, 31 de octubre de 2024

HALLOWEEN 👻


Miedo, horror y pavor. Llega la noche de los espíritus y las leyendas, pero también de las fiestas y las sorpresas. Estás invitado... si te atreves...

  • Noche de miedo: La palabra Halloween es la abreviatura de All Hallow Eve o, lo que es lo mismo, La Víspera de Todos los Santos. Se celebra el 31 de Octubre, fecha en la que, según la tradición celta, los espíritus de los muertos vuelven a la tierra para hacernos una visita...

  • Rico, rico: ¿Por qué los niños van casa por casa pidiendo caramelos? Porque los druidas celtas se paseaban de pueblo en pueblo reclamando alimentos. Si los obsequiaban, ellos rezaban por los muertos; pero si no, maldecían al que no les daba nada. De ahí el “Treat or Trick” (Trato o treta), o lo que es lo mismo, “me das o te doy”.

  • El clásico: Un irlandés llamado Jack fue condenado a vagar por la tierra después de muerto con una linterna a cuestas. Para que no entrara en las casas, la gente vaciaba nabos, colocaba dentro carbones encendidos y los colgaba en las ventanas. Cuando la tradición llegó a Estados Unidos, los americanos no encontraron nabos tan grandes y emplearon las famosas calabazas.

  • La mejor medicina: Nuestros tatara-tatarabuelos se disfrazaban en Halloween para meter miedo a las plagas y enfermedades que les amargaban la existencia. Un buen susto y adiós virus.

  • Consejo de bruja: Nunca hagas un hechizo de amor para atraer a una persona. Eso, no es enamorar sino manipular y no da buen karma. Puede volverse contra ti de manera imprevista...

  • Monta una ouija: Prepara el tablero, el vaso y convoca a los espíritus. Al acabar, no olvides romper el vaso; dicen que si no lo haces el espíritu se quedará contigo... Este, en realidad, no es un buen consejo. No es conveniente practicar con la ouija si no sabes lo que haces, puede ser realmente peligroso.

DE OVEJAS Y LOBOS

 


La historia literaria recoge los peligros que acechan a las ovejas. También es sabido que el lobo es su más natural enemigo.

Las ovejas saben que aquel animal las tiene en la mira, pero no se preocupan. Ellas son un rebaño y como tal se conducen por la vida. Conocen la terrible fama del lobo y el dicho que dice “cría fama y échate a dormir”. Piensan que más temprano que tarde, llegará el día en que el orden natural de las cosas las favorezca.

Pero hay una cosa cierta y poco conocida. El lobo teme a las ovejas y eso lo guarda muy dentro de sí. Piensa que por su naturaleza pacífica, éstas esconden algo y recuerda el dicho “el animal más manso da la patada más fuerte”, por eso no cuenta las ovejas antes de dormir y prefiere consumir somníferos que lo llevan a la dependencia más extrema. Cuando piensa en la rivalidad con la genérica oveja, le molestan esos ojos que miran el infinito, pero lo que más le disgusta, es la distancia de su pensamiento.

Las ovejas viven y mueren balando como es su costumbre, pero entre balido y balido dejan caer ideas contrarias a las del lobo, entonces éste muestra los colmillos en señal de enojo y con ello no logra dispersarlas. Por las noches duerme a saltos cuando aparecen en reversa las imágenes del día y muere de una deshidratación mental que lo ataca de manera fulminante durante el sueño.

Más adelante las ovejas lo extrañarían. Quedarían otros lobos, pero como aquél ninguno. _Vaya si era de armas tomar, dirían luego, pero para vencernos a nosotras hay que sabérselas por libro.

miércoles, 30 de octubre de 2024

NOMBRES DE CALLES

Vivo en el número siete,calle Melancolía.

Quiero mudarme hace años al barrio de la alegría.

Pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía

y en la escalera me siento a silbar mi melodía.

"Calle Melancolía" Joaquín Sabina

Durante la Eurocopa que el año pasado la selección española ganó en Austria Mahou inició una campaña con el fin de que le pusieran a una calle "Calle de la madre que parió a Casillas" en honor al capitán del equipo. Se abrió una página web, se recogieron más de 3000 firmas y se hizo un vídeo, pero finalmente y como podía suponerse, Esteban Parro, alcalde de Móstoles, anunció que la idea era simpática pero inviable.

El proceso que se lleva a cabo para ponerle nombre a una calle debe ser largo y aburrido, y aunque no voy a profundizar en ese asunto y entiendo que no le pusieran ese nombre a la calle no sé por qué no iban a ponerle a una calle el nombre de Iker Casillas. Después de todo hay calles con nombres de lo más estúpido. Alejándonos de personajes históricos, en mi barrio hay mogollón de calles dedicadas a metales, minerales y elementos químicos como el níquel, el estroncio o la mica. Personalmente no creo que a la potasa le importe mucho tener una calle en Madrid y los jugadores de la selección han hecho más méritos.

En otro barrio cercano al mío llamado El Espinillo son los mejores sentimientos quienes dan nombre a las calles. Calle del Afecto, de la Felicidad, de la Generosidad...hace años apuñalaron a alguien en la Calle de la Dulzura, dando pie a curiosos titulares de prensa. En otra parte de Villaverde encontramos La Ciudad de los Ángeles, cuyas calles son nombres de zarzuelas como La Dolorosa, La del Manojo de Rosas, La Canción del Olvido o El Huésped del Sevillano.
En la Ciudad de la Imagen (donde se encuentra el cine más grande de Europa) actores como Fernando Rey o José Isbert tienen su calle y en Leganés son famosas las calles de Rosendo, Joan Manuel Serrat y sobre todo la de AC/DC. Todavía en Madrid encontramos la calle de Antonio Flores y la del Payaso Fofó y muy cerca de esta podemos ver la Calle de La Diligencia, la de Cleopatra o la de Mogambo.

No obstante en cuanto a nombres de películas nos ganan en Zaragoza. Allí están, entre otras, la plaza de Ben-Hur y la calles de Centauros del desierto, Gilda, Desayuno con diamantes, La lista de Schindler, Río Bravo, Mary Poppins, Con faldas y a lo loco o Todo sobre mi madre. En Guadalajara tenemos la calle de El mago de Oz y la de Walt Disney y en Almería la calle más cojonuda: Calle Gibraltar español.

Los nombres de artistas y películas molan, pero también tenemos calles no aptas para menores. En Zamora está la Plaza de la Paja, en Granada el Callejón de las zorras y en Salamanca la Calle La Polla. Más inquietantes son la Calle del Tormento y la Calle del Miedo en Las Palmas, la Calle Infierno en Cuenca, la Calle Matanza en León o la Calle de la Angustia en Cáceres.

Luego hay otras que parecen esconder una historia como la Calle de la Trampa en Segovia, la Calle Escondida en Valladolid, la Calle de los Amantes en Teruel o la Calle Salsipuedes. Lo de esta última es bastante curioso, porque si bien suena original lo cierto es que hay una calle Salsipuedes en Jaén, Zamora, Palencia, Valladolid, Huelva, Toledo, Burgos, Cáceres, Madrid (en mi barrio también) y Oviedo.

Y luego están los nombres impronunciables. Cerca de mi casa hay una calle dedicada a la pianista Clara Schumann e imagino que la gente que resida allí deberá deletrear el apellido cada vez que le pidan la dirección (eso sin contar la gente que nunca sabrá pronunciar bien el nombre de su calle).

En vista de todo esto no vería tan raro que le pusieran a una calle el nombre de Iker Casillas. Es más, seguro que dentro de unos años le ponen una calle a todos los jugadores que ganaron la Eurocopa el verano pasado. Después de todo yo preferiría vivir en la Calle Dani Güiza que en el Callejón de las zorras. Por cierto, también hay una Calle de la Melancolía y está en Segovia.

Publicado por Doctora

martes, 29 de octubre de 2024

NOMBRES DE PUEBLOS

-¿Creéis que existirá algún pueblo en Missouri o en algún sitio así que se llame "Trance"?.¿Y que a la entrada del pueblo haya un letrero que ponga "Estás en Trance"?.

"Friends" El del Campeón de Lucha Definitiva


Hace algún tiempo os traje un pequeño recopilatorio de nombres curiosos de calles, avenidas y plazas. Pues bien, hoy le toca el turno a los pueblos y no puedo empezar con otro que no sea Guarromán, que para algo es la sede de la Asociación Internacional de Pueblos con Nombres Feos, Raros y Peculiares.

La primera vez que escuché el nombre de este municipio fue en "Sorpresa sorpresa". No lo veía a menudo, pero recuerdo una escena en la que Isabel Gemio estaba hablando con una muchacha del público a la que al parecer le iban a presentar a su ídolo o algo así, y entonces la chica, visiblemente emocionada, dijo "Verás cuando lo cuente en Guarromán". Me hizo tanta gracia que años después sigo recordándolo.

Guarromán se encuentra en Jaén, tiene alrededor de tres mil habitantes (a los que se les llama guarromanenses) y en principio era conocido como Guadarromán, que suena igual de mal, pero resulta menos cómico. Veréis, Guadarromán es una derivación de "Wadi-r-rumman",nombre que le dieron los árabes en el medievo y que significa "Río de los granados".

Como imaginaréis este nombre provoca muchos chistes sobre la higiene de los guarromanenses, pero curiosamente el Ministerio de Obras Públicas le otorgó a Guarromán el Premio Conde Guadalhorce al pueblo más limpio de España en el año 1982 (¿qué factores tendrían en cuenta a la hora de entregar el galardón?, buena pregunta).

Pese a todo en los años sesenta hubo una propuesta para cambiar el nombre del pueblo, sin embargo no contó con el apoyo de la mayoría ya que, como imaginaréis tras saber que son la sede de la Asociación Internacional de Pueblos con Nombres Feos, Raros y Peculiares, los vecinos de Guarromán están muy orgullosos del nombre de su pueblo. No es el caso de sus vecinos de Granada.

Y es que al igual que "Wadi-r-rumman" derivó en Guarromán una pedanía de Granada bautizada en su día como "'Aqua rosae" terminó siendo pronunciada como "Asquerosa", nombre con el que se conoció el lugar hasta el año 1943.Como comprenderéis en este caso los vecinos si deseaban cambiar el nombre del pueblo, lo que finalmente ocurrió cuando una tabacalera empezó su actividad en la zona. La empresa se negó a poner en las cajetillas que provenían de Asquerosa, de modo que rebautizaron el lugar como Valle del Rubio, que era el tipo de tabaco que cultivaban, y hoy en día se conoce el pueblo como Valderrubio. No obstante a los vecinos del lugar sigue llamándoseles maliciosamente asquerosinos.

Interesantes historias, ¿verdad?, pues hay más nombres raros. Volviendo a Jaén encontramos pueblos como Jódar o Porcuna, pero nombres raros hay repartidos por toda la geografía española. Así tenemos Viejo y Mula en Murcia; Atea y Castropepe en Zamora; Jesús Pobre en Alicante; San Pedro de los Burros en Asturias; Retuerto en Vizcaya; Correpoco en Cantabria; Peralejos de las Truchas en Guadalajara o Moscas del Páramo, Folledo y Calamocos en León. También en León estaba Alija de los Melones, pero en los sesenta le cambiaron el nombre por Alija del Infantado cuando muchos de sus vecinos se enrolaron en la Marina.

¿Queréis que siga?.

Venga, en Cáceres están El Gordo, Romangordo, Aceituna, Cabezabellosa, Alcollarín y Morcillo. También había un pueblo llamado Arroyo del Puerco, pero en 1937 lo cambiaron por Arroyo de la Luz, que suena mucho mejor. En Badajoz está Cabeza la Vaca y en Sevilla Dos hermanas y Tocina. En Salamanca Machacón y Dios le guarde y en Toledo Cebolla y Pepino.

En Ourense hay un pueblo llamado Rabo de Galo, o sea Rabo de Gallo, pero es más gracioso lo de Niñodaguia. Veréis, Niñodaguia significa "Nido de águila", pero cuando Franco abolió los topónimos en gallego tradujeron Niñodaguia por "Niño de la guía".

Lo voy a dejar aquí, pero como imaginaréis puede hacerse una enciclopedia de esto. Y eso que no nos hemos salido de España, porque en Sudamérica hay nombres de pueblos para flipar, pero eso me lo reservo para otra entrada.

Publicado por Doctora

lunes, 28 de octubre de 2024

LOBO

NOMBRES ARTÍSTICOS

-Apu Nahasapeemapetilon.

-Oh,eso no cabe en los carteles. Desde ahora serás Apu de Beaumarchais.

-Será deshonrar a mis antepasados y a mis dioses, pero vale.

"Los Simpson" El cuarteto vocal de Homer


Michael Douglas no es Michael Douglas. En realidad Michael Douglas es el verdadero nombre de Michael Keaton, el prota de "Batman". Cuando empezó en el mundo de la actuación se cambió el apellido ya que prefería que le confundiesen con el hermano de Diane Keaton que con el hijo de Kirk Douglas, quien en realidad tampoco debe llamarse realmente Michael Douglas si tenemos en cuenta que Kirk Douglas no se llama realmente Kirk Douglas. Qué lio ¿verdad?. Es igual, en realidad ni siquiera Diane Keaton se apellida realmente Keaton, sino Hall.

Ya sea porque su verdadero nombre es feo, impronunciable o poco comercial muchos actores y cantantes han adoptado otro nombre por el que han pasado a la historia, haciendo de su auténtica identidad un misterio. Estos son algunos de los más curiosos que he encontrado.

·Kirk Douglas - Issur Danielovitch (normal,¿no?).

·Charles Bronson - Charles Dennis Buchinsky.

·John Wayne - Marion Robert Morrison.

·Sophia Loren - Sofia Villani Scicolone.

·Dean Martin - Dino Paul Crocetti.

·Lana Turner -Julia Jean Mildred Frances Turner.

·Anthony Quinn - Antonio Rodolfo Reyna Oaxaca.

·Marilyn Monroe - Norma Jeane Mortenson (bautizada como Norma Jeane Baker).

·Lauren Bacall - Betty Joan Perske (es que ni se parece ¿eh?).

·Bud Spencer - Carlo Pedersoli (pues le pega más Bud Spencer,¿a que sí?).

·Terence Hill - Mario Girotti.

·Tina Turner - Annie Mae Bullock.

·Nicolas Cage - Nicolas Kim Coppola.

·Jean-Claude Van Damme - Jean-Claude Camille François Van Varenberg.

·Demi Moore - Demetria Gene Guynes.

·Sting - Gordon Matthew Thomas Sumner.

·Meg Ryan - Margaret Mary Emily Anne Hyra.

·Jean Reno - Juan Moreno y Herrera Jiménez (olé).

Martin Sheen - Ramón Gerardo Antonio Estévez

Charlie Sheen - Carlos Irwin Estévez


En España tenemos por ejemplo a:

·Rocio Dúrcal - María de los Ángeles de Las Heras Ortíz.

·Sara Montiel - María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández (olé y olé).

·Lina Morgan - María de los Ángeles López Segovia.

·Rocío Jurado - María del Rocío Trinidad Mohedano.


Y para acabar algunos de los que ha prescindido de segundos nombres o han recurrido a diminutivos para su presentación en sociedad:

·Robert De Niro - Robert Mario De Niro Jr.

·Chevy Chase - Cornelius Crane Chase.

·Richard Gere - Richard Tiffany Gere.

·George Clooney - George Timothy Clooney.

·Kim Basinger - Kimila Ann Basinger.

·Al Pacino - Alfredo James Pacino.

·Salma Hayek - Salma Valgarma Hayek Jiménez.

Todos cambios comprensibles ¿verdad?.Bueno,tambien hay excepciones,como por ejemplo Arnold Schwarzenegger,quien figuró en su primera película como "Arnold Strongman" para retomar su auténtico nombre después. Strongman no está mal,pero Schwarzenegger suena todavía más chungo.

Publicado por Doctora

domingo, 27 de octubre de 2024

MBORORÉ

Hay batallas que sólo sirven para entretener a historiadores. Pero hay otras que fueron realmente importantes y a veces no son las más difundidas. Por ejemplo la batalla de Mbororé, que nadie recuerda hoy y sin embargo ha sido la mas trascendente acción bélica de nuestra historia puesto que impidió que la actual Mesopotamia argentina fuera hoy territorio brasileño.

No es reprochable que no queden memorias de esta acción. Ocurrió hace más de tres siglos y los contendientes fueron habitantes de dos imperios ya olvidados: por un lado los guaraníes que vivían en las reducciones jesuitas en lo que hoy es Paraguay, Misiones y Corrientes, una verdadera nación con leyes, idioma y economía propios. Los otros protagonistas de la batalla de Mbororé fueron los bandeirantes, aventureros que tenían su centro de acción en Sao Paulo y eran una mezcla de portugueses, mestizos e indios tupíes, verdaderos piratas de la tierra, desacatados de toda autoridad y profesantes de un vago cristianismo sincretizado con toda clase de supersticiones. Agrupados libremente en compañías o "bandeiras", tal como los bucaneros del Caribe, incursionaban sobre las misiones de la Compañía de Jesús en busca de esclavos. Pues los jesuitas habían enseñado a sus neófitos a profesar toda suerte de oficios, pero eran indefensos como corderos.

Desde 1620 en adelante los avances de las "bandeiras" se hicieron tan atrevidos que los hijos de Ignacio de Loyola prefirieron abandonar algunas de sus reducciones y trasladar poblaciones enteras antes que seguir exponiéndose a esos ataques. Sabían que era necesario rogar a Dios pero también dar con el mazo... Los jerarcas de la orden deliberaron, pues, en Buenos Aires, y firmemente resolvieron defenderse. Trasládase a varios jesuitas que habían sido militares antes de ordenarse sacerdotes y les encomendaron la organización castrense de los guaraníes. Luego obtuvieron que el rey de España levantara la prohibición que vedaba a los indios el manejo de armas de fuego. Adquirieron todos los artefactos bélicos disponibles y, no desdeñando los recursos espirituales, consiguieron del Papa un Breve que fulminaba con excomunión a todo cristiano que cazara indios. Pero cuando el jesuita que portaba el documento papal lo difundió en Soa. Paulo corrió peligro de ser linchado: una de las industrias paulistas era, precisamente, la caza de guaraníes para proveer mano de obra gratuita a los ingenios y fazendas de la región.

A fines de 1640 los jesuitas tuvieron evidencias de una nueva incursión de bandeirantes más numerosa que las anteriores. Apresuradamente concentraron a sus bisoños soldados y maniobraron hasta esperar a los paulistas en el punto de Mbororé, en la actual provincia de Misiones, sobre la ribera derecha del Alto Uruguay. Más de 10.000 soldados armados con toda clase de elementos se aprestaron a defender su tierra; centenares de canoas y hasta una balsa artillada formaban parte del ejército de la Compañía de Jesús

Los portugueses venían en 300 canoas y estaban tan acostumbrados a arrear sin lucha a los pacíficos guaraníes, que no tomaron las mínimas previsiones aconsejables. Unas oportunas bajantes del río que naturalmente los religiosos certificaron como ayuda providencial- contribuyeron a desordenar a los invasores. El 11de marzo de 1641 los soldados de Loyola empezaron a arrollar a los bandeirantes: la batalla duró cinco días. El ingenio jesuita había provisto a sus discípulos de armas tan curiosos como una catapulta que arrojaba troncos ardientes. Finalmente, los paulistas debieron huir desordenadamente por la tupida selva. Anduvieron diez días arrastrando a sus heridos y enterrando a sus muertos.

Pero los jesuitas estaban resueltos a terminar con la cuestión paulista. El día de Viernes Santo, mientras los derrotados oraban por su salvación, los guaraníes dieron cuenta de los últimos restos de la bandeira. Los contados sobrevivientes, acosados por las fieras, los indios caníbales y la selva, tardaron un alto y medio en regresar a Sao Paulo. Fue un escarmiento definitivo. No hubo más bandeirantes sobre el imperio jesuítico, que desarroIIó desde entonces todo su hermético esplendor.

Si no hubiera sido por esa batalla curiosamente anfibia, con varias etapas en el río y otras en la selva, el avance portugués se habría extendido infaliblemente sobre Misiones, Corrientes y hasta Entre Ríos, y el mismo Paraguay no se hubiera salvado de la anexión. Así de pequeñas son las causas que colorean en definitiva los mapas de los continentes.. La olvidada y remota batalla de Mbororé salvó esa vasta comarca que seria más ancha si la diplomacia portuguesa y su sucesora, la de Brasil, no hubieran avanzado al estilo bandeirante sobre nuestro noreste.

Pero no hubo guaraníes valerosos ni jesuitas decididos para oponerse a esta acción. Y en cambio sobró imprevisión e incapacidad para dejar perder esa parte de la herencia nacional.

Bibliografía: Conflictos y Armonías En La Historia Argentina

sábado, 26 de octubre de 2024

HISTORIA DEL CARNAVAL BONAERENSE

"Se acercan los días consagrados a esa brutal diversión. Legado de nuestros opresores." Así comenzaba "Un porteño", como dio en llamarse, una nota que publicara en un periódico de 1833. Como bien dice nuestro antepasado protestón, en los siglos pasados el carnaval se festejaba con una violencia increíble. Fue cambiando, poco a poco, a través de los años, influenciado por el también lento cambio cultural de nuestra sociedad. El carnaval fue legado por los españoles, con ellos llegaron a nuestras tierras estos festejos de antigua data en al continente europeo.

El carnaval que se festeja en nuestras tierras se ve originado como una fiesta cristiana, o por lo menos en un ámbito cristiano, ya que el carnaval son los tres días anteriores (sábado, domingo y lunes) al miércoles de ceniza, que es cuando comienza la Cuaresma. La cuaresma es un período de ayuno observado por los cristianos como preparación para la Pascua. Por todo esto, los tres días de carnestolendas o carnaval, eran festejados a pleno, porque luego vendría un período de ayuno completo, o sea, de fiestas también.

Como bien dice una antropóloga "el carnaval aparece como un absurdo; encarna la sublimación del ocio. El sinsentido del hacer para despilfarrar." En esta fiesta, el disfraz propone la confusión de los lugares sociales y hasta la de los sexos, esclavos disfrazados de señores y al revés, humanos disfrazados de animales, hombres transformados en mujer, etc. Por esta suspensión de lo establecido se lo tildó muchas veces de subversivo. Pero es también un tiempo de sueño, se encarna el papel que se quiere ser, solo por tres días.

Nuestro carnaval ha adquirido muchas formas a lo largo de sus cientos de años de vida, pero la costumbre que siempre reino, y lo sigue haciendo, es la de arrojarse agua. El abuso de esta costumbre fue la causante de las distintas prohibiciones que se le impusieron a esta divertida fiesta. Nadie quedaba fuera del carnaval, todos se divertían en esos tres días en los cuales la ciudad parecía un campo de batalla; ricos, pobres, blancos, negros, desconocidos, conocidos, todos participaban. El mismo Domingo F. Sarmiento era un gran adepto al carnaval y no se molestaba en los mas mínimo si le arrojaban agua cuando era presidente.

Como se dijo, la costumbre de mojarse uno a otro en carnaval, la trajeron los españoles, a pesar que en España el carnaval cae en invierno. Ya desde el siglo XVIII los bonaerenses se mojaban los unos a los otros. En 1771 el Gobernador de Buenos Aires Juan José Vertíz implantó los bailes de carnaval en locales cerrados. Se oficializaban los bailes, a efectos de atenuar las inmorales manifestaciones callejeras de los negros, que habían sido prohibidas el año anterior. Por esa misma época, un grupo de gente descontenta con los bailes justo antes de la cuaresma, y según decían por los excesos que ocurrían en ellos, llevaron su descontento ante el mismísimo rey de España. El rey envió de inmediato dos órdenes a Vértiz, el 7 y 14 de enero de 1773, por las cuales prohibía los bailes y le encargaba que arreglase las escandalosas costumbres en que había caído la ciudad. Vértiz, no se quedó callado, le protesto al rey diciendo que como se bailaba en España, también se lo podía hacer en Buenos Aires. Pero el rey Carlos III promulgó una ley el 16 de diciembre de 1774, en la cual prohibía los bailes de carnaval, alegando que él nunca los había autorizado en las Indias. Como ustedes se imaginaran no se respetó la prohibición, tanto que los festejos degeneraron y ya en la época del virreinato, el virrey Cevallos se vio obligado a prohibir los festejos de carnaval. "...conviniendo remediar este desorden con el presente prohibo los dichos juegos de Carnestolendas...", decía el bando del virrey, y sigue "... ha tomado en pocos años a esta parte tal incremento en esta ciudad [...] en ellos se apura la grosería de echarse agua y afrecho (salvado), y aun muchas inmundicias, unos a otros, sin distinción de estados ni sexos...". Seguía diciendo que la gente, se metía en las casas y reventaban huevos por todos lados, hasta robaban y rompían los muebles.

Los excesos no disminuían, y si lo hacían era por poco tiempo. El 13 de febrero de 1795 el virrey Arredondo promulgó el bando acostumbrado prohibiendo "los juegos con agua, harina, huevos y otras cosas".

En los años siguientes a la Revolución de Mayo, se volvió muy común entre la población, en especial entre las mujeres, la costumbre de jugar en forma intensa con agua. Para ello utilizaban todo tipo de recipiente, desde el modesto jarro, hasta los huevos vaciados y rellenos de agua con olor a rosa, pasando por baldes, jeringas, etc. Los huevos eran vaciados y llenos con agua, pero no siempre con agua aromatizada, a veces solo se tiraban huevos podridos. Entre la gente acomodada se usaba, comprar los huevos de ñandú, rellenos de agua con olor a flores, como hoy se venden las bombitas los huevos se vendían en las esquinas. Las azoteas de las casas se convertían en verdaderos campos de batalla acuáticos, y mas de un transeúnte se ligó una fresca catarata de agua. La batalla por una azotea entre hombres y mujeres, todos jóvenes, era divertidìsima y terminaba con la inmersión de los perdedores en una tina o bañadera.

Esta costumbre de mojarse solo se utilizaba en la ciudad, no se había generalizado todavía en la campaña ni en las ciudades aledañas a la capital virreinal. En la campaña solían festejar de forma muy ruda, grupos de jinetes se chocaban entres si con mucha fuerza, quedando muchos heridos.

Un escritor inglés dice para 1820: "Llegado el carnaval se pone en uso una desagradable costumbre: en vez de música, disfraces y bailes, la gente se divierte arrojándose baldes de agua desde los balcones y ventanas a los transeúntes, y persiguiéndose unos a otros de casa en casa." Y sigue "Los diarios y la policía han tratado de reprimir estos excesos sin obtener éxito."

En las calles eran más encarnizadas las luchas con agua, ya que en ellas intervenían los esclavos, que mojaban a todo el mundo, se daban pequeñas venganzas, y más de uno no se la aguantaba pasando a las manos, que muchas veces terminaba con heridos o algún muerto. Por eso cada comienzo de carnaval se dictaban medidas preventivas, que nunca funcionaban porque los policías también jugaban al carnaval y los que estaban de servicio preferían alejarse de los lugares de lucha, para no ligarla ellos también.

El carnaval de 1827 fue mucho más tranquilo y los juegos con agua casi ni se vieron, las continuas quejas de años anteriores habían hecho efecto, aunque mas que nada se debió a la determinación de la policía de conservar el orden, algo que nuca había ocurrido. Pero esta moderación solo duro dos años, ya en 1829 vuelve la violencia. Dice un periódico: "Hémos oído asegurar que no han faltado brazos ni piernas rotas, ojos sacados, pistoletazos, etc.". Esto porque otra vez los policías eran los primeros en jugar. Los juegos con agua siguieron, no siempre violentos.

En los tiempos de Juan Manuel de Rosas, el carnaval era esperado con mucho entusiasmo, en especial por la gente de color, protegidos de Rosas.

Para el carnaval de 1836 se permitieron las máscaras y comparsas, siempre y cuando gestionasen anticipadamente una autorización de la policía. Para esta época el carnaval estaba ya muy reglamentado para prevenir desmanes. Solo se permitía el juego en los tres días propiamente dichos de carnaval, y el horario era anunciado desde la Fortaleza (actual Casa Rosada) con tres cañonazos al comienzo, 12 del mediodía, y otros tres para finalizar los juegos, al toque de oración (seis de la tarde). También se tiraban cohetes, para los cuales había que tener permiso de la policía.

Para los juegos en esta época, se movilizaban carros con tinas de agua, jarros, jeringas, huevos de ñandú, también se usaban vejigas llenas de aire, con las cuales se golpeaba a los transeúntes. Estos juegos generaban verdaderas batallas campales. Luego del cese, de los juegos con agua, continuaban los festejos con reuniones particulares, que a veces terminaban a la madrugada.

Las costumbres del carnaval, en época de Rosas, fueron cayendo en excesos, llegando hasta el máximo desbordamiento. La gente se divertía muchísimo, no había ni clase ni estrato social que no jugara al agua en carnaval. Pero como en todo estaban los exagerados, que llegaban a las manos, y muchas veces ocurrían desgracias. También estaban los que no disfrutaban de estos juegos y no dejaban de quejarse por medio de revistas y periódicos. Muchos de estos últimos se iban de la ciudad por esos tres días de carnaval. Los excesos, ¿cuáles eran los excesos?, se preguntaran. Estaban los que aprovechaban para entrar en las casas y robar, los que se aprovechaban de las mujeres que jugaban al carnaval, manoseándolas, rompiendo sus ropas y hasta violando. También se catalogaban como excesos algunos que ahora son muy comunes en carnavales como los de Río de Janeiro o Gualeguaychu: "Las negras, muchas de ellas jóvenes y esbeltas, luciendo las desnudeces de sus carnes bien nutridas...", decía José M. Ramos Mejía de esa época.

Por esta época los festejos de carnaval se habían extendido a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires. Los juegos con agua predominaban, pero también había bailes. Estos eran muy importantes, comenzaron en domicilios particulares, a principios de este siglo (s. XX) tomaron la posta los clubes de barrio.

Pero siguiendo con los "carnavales de Rosas", los grandes protagonistas y protegidos de Rosas, eran los morenos. Los negros se dividían en "naciones", y se juntaban en "tambos" a danzar al ritmo de sus candombes. El mismo Rosas concurría a los "huecos" donde los morenos festejaban. Por nombrar una, en 1838 acudió a la fiesta realizada por la "nación" "Congo Augunga", en la esquina de las actuales San Juan y Santiago del Estero, acompañado de su esposa Encarnación y su hija Manuelita.

Una costumbre en esta época era la llamada "día del entierro". Los vecinos de cada barrio colgaban en algún lugar un muñeco de paja, al que llamaban Judas, que luego era quemado, en medio de una fiesta general.

Pero no todo era diversión, los desmanes y las escenas "poco decorosas" aumentaron llegando a ser "repulsivas". Rosas decidió cortar por lo sano y prohibió todo festejo de carnaval el 22 de febrero de 1844. La prohibición se extendió también a todas las ciudades del actual Gran Buenos Aires.

Las celebraciones se reanudaron recién en 1854, con Rosas fuera del poder. Pero el carnaval volvió muy reglamentado, se realizaban bailes públicos en diversos lugares, previo permiso de la policía. Había mucha vigilancia policial para prevenir los desmanes de las décadas anteriores.

En los años siguientes comenzaron a predominar las comparsas. Todo reglamentado, las comparsas tenían que estar anotadas, así como sus miembros, en la policía; también las personas que usaban caretas tenían que pedir un permiso y llevarlo encima por si un policía lo requería.

El primer corso se efectuó en 1869, participando en él mascaras y comparsas. Fue muy festejado por el pueblo y la prensa. Al año siguiente, una disposición policial permitió el desfile de carruajes en los corsos. Al principio, los corsos se llevaban a cabo en las calles Rivadavia, Victoria y Florida, con el tiempo se extendieron a diversas calles y barrios. Eran muy alegres y vistosos, el lujo de los disfraces y adornos fue creciendo con cada nuevo carnaval. Cada corso contaba con una comisión organizadora, los familiares de los miembros e invitados especiales se ubicaban en los balcones de la casa que servía de sede, y frente a esta se detenían las comparsas y mascaras para interpretar sus canciones y sus músicas.

Como es de esperarse, la costumbre de jugar con agua no había desaparecido, todavía sigue. Se utilizaban huevos y jeringas como antes, mas la incorporación de los pomos.

Cobraron auge los "centros", sociedades organizadas especialmente para desfilar en los corsos. Predominaban los de los negros desfilando al son de sus candombes. A veces al enfrentarse dos comparsas de negros se iniciaban las "tapadas", un contrapunto de todos los instrumentos que no terminaba hasta dejar en claro la supremacía de una de las comparsas, podían durar varias horas. Mas de una ves los vencidos apelaban a los golpes para expresar su descontento. Pero estos "centros" también estaban integrados por "gente de bien", el mas conocido era la sociedad "Los Negros". Esta estaba integrada por jóvenes intelectuales de la alta sociedad. Vestían un uniforme militar húngaro. Las letras de sus canciones eran sobre la relación de los negros y los blancos, ellos eran, supuestamente, esclavos. Bastardeaban las costumbres de los negros con sus canciones. Las comparsas tenían canciones con unas letras muy interesantes. Las había con contenido gracioso, crítica política, crítica social, de todo un poco.

Lo normal en estos años era que la gente jugaba con agua durante el día, veían los corsos, que comenzaban tipo cinco y media o seis de la tarde, y luego acudían a los bailes públicos o particulares, que comenzaban entre las 9 y 11 de la noche y terminaban de madrugada. Decía una crónica de 1872: "En los teatros, las puertas se abrirán mañana, el lunes 12 y el martes 13, a las 11 de la noche, y se cerrarán a las 4 de la madrugada. Los "tranways" estarán en funcionamiento toda la noche. En los teatros, los palcos costarán alrededor de 200 pesos y la entrada 100. En el Teatro de la Alegría los precios serán más módicos para los bailes de máscaras: 60 pesos los palcos y 25 la entrada para hombres. Las damas entrarán gratis. ¿No habrá algún disfrazado que se haga pasar por mujer?". Este año de 1872, los juegos con agua fueron prohibidos por la policía, solo se permitían los disfraces y las comparsas.

Estas últimas se solían juntar en las plazas, la gente se apiñaba en ellas a fin de escuchar su música y sus canciones. Al mismo tiempo en estos lugares se libraban combates con bombas, pomos y huevos.

Los corsos de fines del siglo XIX estaban integrados por comparsas, "centros" y orfeones. Los centros eran sociedades que se juntaban durante todo el año a cantar en diferentes fiestas, principalmente en carnaval. Las comparsas estaban integradas por músicos y cantantes, que se reunían para carnaval. Los orfeones se caracterizaban por su muy buena vestimenta, estaban integrados por músicos de gran categoría, muy buenos coros y grandes orquestas y bandas. Los corsos eran financiados mediante colectas y donaciones, ya que las autoridades no contribuían con dinero. Los corsos comenzaban usualmente a las cinco y media o seis de la tarde, y finalizaban con una fiesta de la ceniza. En esta la gente se arrojaba harina y ceniza, eran luchas violentas, que más de una vez terminaba con incidentes lamentables, pero por lo general se jugaba con mucho divertimento.

Las nuevas armas para los juegos con agua, eran los famosos pomos cradwell, que se vendían en la farmacia Cradwell de la calle San Martín y Rivadavia, y los llamados de "bellas Artes". Estos arrojaban agua perfumada. Todo esto a pesar de la ordenanza que prohibía arrojar agua en los días de carnaval. También se arrojaban serpentinas y "confettis". En San Isidro se vendían los pomos de plomo en la librería de Valentín Dosso o la de Plinio Spinelli, donde también se ofrecían caretas, serpentinas y papel picado.

A fines del siglo XIX y primeras décadas de 1900 los corsos sobraban y alcanzaron su máxima popularidad. Los había en casi todas las calles principales de Buenos Aires. También en las ciudades aledañas. Predominaban en el Centro, pero los había en Flores, en Belgrano, Barracas, La Boca, Parque Patricios. También en el resto del Gran Buenos Aires. Uno muy importante era el de San Fernando, y se destacaban los de Adrogué, Lomas de Zamora, Avellaneda, Morón y San Isidro, este ultimo corso se llevaba a cabo en las calles Cosme Beccar, Begrano, 9 de julio, 25 de mayo, hasta Primera Junta.

En estos tiempos estaba prohibido jugar con agua, solo se podía arrojar "papel cortado, flores, serpentinas y laminillas de mica". Esto no quiere decir que no se jugara con agua, se siguió haciendo a pesar de todas las prohibiciones, pero por lo menos con menos violencia. Se solía dejar caer bolas de papel mojadas desde los balcones o azoteas sobre la gente, a veces sujetas con hilo para volver a utilizarla.

Grandes grupos de máscaras llevaban la alegría a la gente por todos lados. Se disfrazaban pintorescamente, se podía ver a la princesa, los príncipes y condes y al gracioso y simpático "oso Carolina", el cual realizaba piruetas. Los carruajes eran siempre lujosos, pero la gente esperaba con ansia la llegada de las sociedades corales y musicales. También estaban los "clowns" o payasos, que ejecutaban difíciles pruebas gimnásticas. Luego surgieron los grupos de máscaras caricaturescas que divertían con sus números y vestimenta graciosa.

Y por estos años comenzaron a tener importancia los bailes. Se realizaban a continuación de los corsos en teatros, instituciones sociales, hoteles y residencias particulares. Por lo general eran de disfraces, y se bailaban polcas, valses, etc. Algunos de los teatros hasta tenían un servicio mediante el cual los concurrentes podían cambiar de disfraz cuantas veces quisiesen. Uno de los más famosos lugares de baile fue el "Club del Progreso", fundado en 1852. Era un triunfo social poder participar de sus bailes, ya que había una rigurosa selección de invitados. Fuera de la Capital los mas conocidos eran los del "Tigre Hotel" los del "Hotel de San Isidro", también en la ultima localidad eran famosos los bailes de Francisco Bustamante, o las suntuosas veladas que organizaba Alfredo Demarchi en su palacio de San Fernando, los de Morón, Lomas de Zamora y, los del hotel Las Delicias en Adrogué. También estaban los bailes del Club de Flores, los del hotel "Carapachay" de San Fernando. Otros bailes famosos eran los organizados por una comisión de vecinos en los salones de la Municipalidad al finalizar el corso de la calle Corrientes. En casi todos los clubes barriales había bailes en carnaval, tanto en la Capital como en el Gran Buenos Aires.

Con el paso de los años se fue viendo que la gente de sociedad no compartía como antes estas fiestas populares, solo acudían a los bailes o se exhibían en los carruajes durante los corsos mas importantes. Ya no se daba la camaradería que imperase en el siglo anterior, en que los niños salían con los grandes, los negros con los blancos, ricos con pobres todos jugaban y festejaban juntos.

El carnaval fue perdiendo encanto, había muchas patotas y gente pasada de copas que acudía a los corsos, siempre armándose peleas. Muchas familias dejaron de ir a los corsos mas populares. En 1909 se suspendieron los corsos por los continuos incidentes que se producían en ellos.

Por estos años se daban los bailes de los conventillos, que eran legión en Buenos Aires, muchas veces terminando a tiros o puñaladas, pero la mayoría de ellas festejados con mucha alegría y camaradería.

A partir de 1915 muchas de las famosas comparsas fueron desapareciendo. Fueron siendo remplazadas por las murgas. Estas en principio estaban integradas por jóvenes de 20 o menos años. Sus cantos eran simples e ingenuos, y sus letras "atrevidas". Los corsos perdían brillo, se poblaban de chatas, carros y carritos de lechero, adornados con flores artificiales, farolitos chinescos y tiras de papel barrilete de distintos colores. Ya no primaba la elegancia de tiempos pasados. Eran tiempos difíciles y se notaba en los festejos del carnaval. Los desfiles fueron siendo relegados por los bailes en gran escala que organizaban diferentes instituciones sociales. En 1921 resultaron fabulosos los del Club de Flores, el realizado por el Círculo de la Prensa en el teatro Coliseo y las veladas en el Tigre Hotel. Las mujeres iban vestidas con disfraces y los hombres con smoking. Esto para las clases altas, para los demás seguían existiendo los bailes en los clubes sociales y en residencias particulares. En todos se realizaban concursos y se premiaba al mejor bailarín y al mejor disfraz.

En la década del 20 eran muy pocos los corsos que seguían existiendo, y menos aun los que seguían siendo alegres y divertidos.

Como se dijo, con la declinación de las comparsas aparecen y proliferan las murgas. Las murgas apelan de modo desafiante al grotesco. Las comparsas en cambio tenían influencias europeas y eran bandas de músicos con alto dominio técnico y muchos coros e instrumentos. Las murgas también son el resultado de la mezcla de tradiciones que se dio con la gran inmigración. Antes las agrupaciones carnavalescas se fundaron en fuertes lazos étnicos, de clase y amistad. Con el tiempo se fueron organizando a partir del encuentro e intercambio vecinal de los barrios.

Las murgas representaban a estos centros sociales, y fueron relegando a las grandes comparsas. No tenían ni tenores ni bandas sinfónicas, pero eran y son muy divertidas.

Los carnavales fueron mantenidos como fiesta pública por entidades que se organizaron en función de lazos de vecindad y territorio, que es la forma que todavía se encuentra en nuestros días. Desaparecieron los corsos, pero todavía se festeja. Y obviamente los juegos con agua nunca desaparecieron por mas prohibiciones que les implantaron.

Artículo publicado en la revista Circulo de la Historia, Nº 47, febrero 2000

viernes, 25 de octubre de 2024

LOS BUCANEROS

La necesidad de las expediciones navales de largo re corrido de procurarse carne fresca, dio lugar a lo que tal vez sea el episodio más extraño del relato que cuenta cómo los alimentos cambiaron el curso de la historia; me refiero a la era de los bucaneros.

Hacia principios del siglo XVII, en las islas del Caribe, algunas pequeñas comunidades de colonos europeos, no españoles, emprendieron el floreciente negocio de aprovisionar a los barcos de pasaje con carne fresca recién curada.

Las carnes de vacuno y de porcino se curaban en casa siguiendo una antigua receta de los indios de la zona. Los caribes han contribuido a enriquecer el vocabulario de la lengua inglesa con muchas más palabras que cualquier otro grupo de indios, y «bucanero» es una de ellas. El bucanero construía un enrejado de palos, que los caribes llamaban barbacoa, debajo del cual encendían una hoguera de leña. Encima se colocaban lonchas de carne recién cortadas, alimentándose el fuego con ramas verdes, para que produjesen mucho humo, con una llama pequeña. La carne se secaba, se ahumaba, y se asaba al mismo tiempo, convirtiéndose en carne conservable, de color rojo-rosa, y que desprendía un aroma tentador. Los caribes la llamaban boucan. El boucan tenía un sabor delicado, y era al mismo tiempo un magnífico antídoto contra el escorbuto. Se trataba de un alimento que ni siquiera un cocinero inglés podía estropear, pues se podía comer crudo, masticándolo como si fuese un embutido, o ablandarlo en agua para después guisarlo al estilo tradicional.

El boucan se podía preparar salando la carne antes de cortarla, o untando las lonchas con salmuera y colgándolas al sol para que se secasen sin tener que recurrir a ahumarlas. La carne ahumada se podía conservar durante varios meses, pero la que se secaba al sol tenía que ser consumida con bastante rapidez, y en las húmedas bodegas de un barco se estropeaba muy pronto.

El boucan que se conservaba mejor era el que se hacía con carne de jabalí, y se empaquetaba en bultos de cien piezas, cada una de las cuales se vendía por seis monedas de a ocho, equivalentes a una libra y diez chelines del actual dinero inglés. Por lo tanto, haciéndose bucanero se podía ganar mucho, pues los gastos eran mínimos, y todo lo que hacía falta era ser un buen cazador.

Pequeñas partidas de unos siete bucaneros organizaban una expedición de caza. Cada uno de ellos llevaba un fusil especial, con un cañón larguisimo de 4 pies y medio, y con una culata en forma de pala. También llevaban enrolladas una manta y una tienda de lona ligera, un machete y un cuchillo marinero para cortar la espesa maleza de la jungla caribeña. Los bucaneros vestían gruesas polainas, pantalones y chaquetas de lino, y calaban mocasines; todo ello teñido de rojo por la Sangre de los animales que cazaban. Tanto la chaqueta como la camisa que llevaban debajo no se lavaban nunca y acostumbraban untarse la cara con grasa. Tomaban todas estas precauciones con la esperanza de que los mosquitos no les atacasen. Las junglas del Caribe estaban llenas de enemigos mortales, como la víbora de cabeza de lanza, o el arbusto venenoso manichel, pero la única criatura a la que los bucaneros tenían auténtico pánico era el mosquito.

La parte más interesante del equipo del bucanero era su gorra. Se trataba de un sombrero moderno con todo el borde recortado, excepto en su parte delantera, para darle sombra a los ojos. Fue el precursor de las gorras de los jinetes y de los jugadores de béisbol.

Detrás de los bucaneros iban sus sirvientes o mayordomos, y casi siempre se trataba de infortunados esclavos blancos importados de Europa. Si dejaban caer los fardos de pieles y de boucan que transportaban, o hacían cualquier cosa que disgustase a sus amos, se exponian a ser azotados brutalmente, y a que untasen sus heridas con una mezcla de zumo de limón, sal y pimienta roja.

Prácticamente el único gasto del bucanero era la pólvora, y como no podía permitirse el lujo de errar el tiro con demasiada frecuencia, se hizo tan experto que casi podía aceitar a una moneda en el aire. Así pues, en su día, los bucaneros fueron los mejores tiradores del mundo.

La mayoría de ellos se estableció en la costa norte de Haití y de la isla de la Tortuga. La Tortuga era su base; allí compraban municiones; cuchillos, hachas y todos los demás pertrechos. Cuando divisaban un contrabandista danés que se dirigía al paso entre la isla de Cuba y Haití, salían a su encuentro en sus pequeños bergantines, confiados en que le podrían vender su carne ahumada a buen precio, y los barcos ingleses y franceses fondeaban cerca de sus bases para comprar provisiones en su viaje de regreso a casa. La mayoría de los bucaneros eran franceses o ingleses, pero también había entre ellos indios campeches, esclavos negros evadidos, muchos holandeses, e incluso irlandeses de Montserrat. Algunos eran hombres honrados - exiliados por cuestiones religiosas, náufragos, y pequeños terratenientes expulsados de Barbados y de otras islas de la zona por los grandes cultivadores de azúcar. Otros eran piratas, criminales, desertores y demás gente de mal vivir. Sin embargo, aunque hubiesen sido tan honrados como el que más, los españoles nunca los habrían aceptado como vecinos de unas islas que ellos consideraban suyas.

En 1638, decididos a terminar con el problema de los bucaneros de una vez por todas, los españoles atacaron la isla de la Tortuga, capturaron a todos los que encontraron y colgaron a los que no se rindieron. Con esta masacre de unas trescientas personas, las esperanzas de los bucaneros de ganarse la vida honradamente, suministrando su carne ahumada a los buques de paso, se esfumaron para siempre.

Sin embargo, el día del ataque a la Tortuga, la mayoría de los bucaneros estaban cazando, y escaparon así de la ira de los españoles. Cuando regresaron y comprobaron los estragos de la incursión, enterraron a sus compañeros, y sobre sus tumbas juraron que no descansarían hasta haberlos vengado. De esa forma, se juramentaron y constituyeron la confederación de «La Hermandad de la Costa».

La idea de que un pequeño grupo de bandidos pudiese desafiar al vasto imperio español, en cuyos dominios no se ponía el sol, le habría parecido ridícula a cualquiera que desconociese la Hermandad. Los bucaneros no dejaban nada al azar. Como escribió Alexander Exquemelin, uno de sus cirujanos, los bucaneros «nunca están desprevenidos», ninguno de ellos se aparta ni un segundo de su mosquete de treinta cartuchos, de un machete y de las armas que constituyen la base de su supervivencia, sus pistolas.

Como sabía que a campo abierto no podía competir con la magnífica caballería española, la Hermandad de la Costa decidió atacar a los españoles en el mar. Al principio salían en canoas, compradas a los indios campeches, o en sus pequeños bergantines. Estos barcos tan pequeños eran prácticamente invisibles a la luz del ocaso, y podían llegar fácilmente hasta cerca de un galeón sin que éste se diese cuenta. Una vez puestos a tiro, los que tenían mejor puntería, que al igual que sus compañeros iban echados en el fondo de la canoa para que sus movimientos no fuesen demasiado bruscos, se incorporaban y disparaban contra el timonel y contra el vigía de cubierta. Antes de que el resto de la tripulación pudiese reaccionar, las canoas ya habían llegado hasta el barco, y una oleada de hombres realizaba el abordaje, disparando los varios fusiles que llevaba cada uno. El galeón capturado, ahora bajo la enseña de los bucaneros, partía de nuevo en busca de presas de mayor envergadura.

Exquemelin nos ha descrito un ataque típico de los bucaneros, y es muy posible que él mismo formase parte activa de esta historia, aunque modestamente oculte su participación.

El vicealmirante de la flotilla española se había destacado algo del resto del convoy, cuando el vigía de cubierta le informó haber avistado un pequeño barco en la lejanía, advirtiéndole de que podía tratarse de un bucanero. El oficial contestó despectivamente que no tenía nada que temer de un barco de ese tamaño.

Sospechando con razón que el vicealmirante estaría demasiado confiado como para vigilar adecuadamente los movimientos de su nave, el capitán bucanero se mantuvo al acecho hasta el anochecer. Entonces llamó a sus hombres (eran veintiocho) y les recordó que les quedaba poca comida, que el barco se encontraba en malas condiciones y podía hundirse en cualquier momento, pero que había una forma de salir del apuro: capturando el galeón español y repartiéndose las riquezas que sin duda llevaría. Los bucaneros juraron enfervorizados que le seguirían y que estaban dispuestos a luchar con todo su entusiasmo, pero por si alguno de ellos estaba más remiso, el capitán ordenó al cirujano que hundiese el barco tan pronto como el grupo atacante hubiese abordado al galeón español.

Los bucaneros realizaron el abordaje en apenas un minuto y en completo silencio, sorprendiendo a' capitán y a sus oficiales jugando a las cartas en su camarote. Ante la amenaza de las pistolas el vicealmirante entregó el barco.

El botín capturado en un barco de este tipo sería suficiente para convertir en multimillonario a cada uno de los veintiocho asaltantes. Un galeón español, el Santa Margarita, que se hundió en Cayo Oeste en 1622, en pleno apogeo de los bucaneros, reportó a sus rescatadores, hace poco tiempo, nada menos que 13.920.000 dólares. Un galeón que se capturase en aquellos años debería ser aún más valioso, pues además de las joyas y de los lingotes de oro y plata, transportaría todo tipo de bienes perecederos. Se cuenta el caso curioso de que unos bucaneros que interceptaron un cargamento de cacao, lo tiraron al mar porque creyeron que se trataba de estiércol de caballo.

El aliciente del botín era un incentivo contra el que no era suficiente el valor que podían oponer los españoles. En 1668, como punto álgido de la época de los bucaneros, Henry Morgan saqueó Panamá. «Aunque nuestro número es pequeño», dijo a sus hombres, «nuestros corazones son grandes, y cuantos menos sobrevivamos más fácil será repartir el botín, y a más tocaremos cada uno».

Henry Morgan fue el último de los bucaneros. Con el tiempo llegó a conseguir el perdón real, un título nobiliario, y que le nombraran gobernador de Jamaica. Nunca regresó a su Gales natal, y se instaló en Port Royal, bebiendo ron hasta morirse. El poder en el Caribe pasó de las manos de la Hermandad de la Costa, a las de la marina de Francia e Inglaterra, y aquellos hermanos que no pudieron adaptarse de una continua lucha contra los españoles a una relativa paz, zarparon hacia el oriente, en busca de una nueva carrera como piratas en las costas de la India y de Madagascar.

Es difícil deducir cuáles fueron las consecuencias de la era de los bucaneros. Para los españoles, la aparición de los que ellos llamaban «los diablos del infierno», fue evidentemente desastrosa. Se puede compartir la opinión de los españoles, sobre todo cuando se leen algunos de los relatos de Exquemelin sobre Pedro el brasileño, el cual solía pasear por las calles de Jamaica segando a hachazo limpio piernas y brazos de inocentes transeúntes; o sobre el primer jefe del cirujano, que colocaba un barril de vino en mitad de la calle, y obligaba a todo el que pasaba por delante a beber de él o morir allí mismo de un pistoletazo; o respecto a otros amigos suyos que asaban mujeres desnudas sobre piedras calientes, luchaban bajo el agua contra los caimanes, o torturaban a los prisioneros para que les revelasen dónde escondían sus tesoros.

Quizás la consecuencia de la aparición de los bucaneros no fue lo que realizaron de hecho, sino lo que impidieron que ocurriese. Mientras la Hermandad de la Costa asestaba duros golpes al pulpo español en su mismo centro del Caribe, sus tentáculos tenían que retraerse para proteger sus puntos más vitales. Por lo tanto, el imperio español no pudo expansionarse hacia las incipientes colonias que se estaban formando a lo largo de la costa norteamericana, como hubiera sido razonable, y como muchas personas esperaban y otros temían.

jueves, 24 de octubre de 2024

EL REY DE LA ELEGANCIA

 

Es fácil encontrar en cualquier ciudad de la llamada civilización occidental tiendas o almacenes que llevan el nombre de Brummel. Asimismo existe multitud de perfumes, en una u otra nación, que llevan este mismo nombre siempre relacionado, sea perfumes como trajes, camisas, corbatas..., con la moda masculina. Hay quien cree en la existencia de una empresa multinacional que extiende sus tentáculos por todas partes. Pero nada más lejos de la realidad, pues el nombre deriva de un hombre que en su día fue llamado el rey de la elegancia.

Se llamaba George Brummel Era de origen más bien humilde, pues su padre había sido secretario de lord North, lo que, le hab-a permitido reunir una pequeña fortuna. Su abuelo era confitero en Bury Street. A la muerte de su padre, el joven George empezó a gastar la fortuna heredada comprando vestidos, finas camisas, corbatas, sombreros, guantes y bastones. Todo se le iba en vestimenta.

Un día, en una lechería de moda en el Green Park de Londres, mientras estaba hablando con la propietaria entró el príncipe de Gales en compañía de la marquesa de Salisbury. El príncipe, que quería ser conocido como el primer caballero de Europa, miró con admiración y no sin cierta envidia a Brummel, pues vio en él una impecable corbata, un no menos impecable conjunto de casaca, chaleco y pantalón y unos brillantes zapatos de punta afilada que se había puesto entonces de moda.

El príncipe de Gales era gordo, y gastaba miles de libras en su vestimenta y los accesorios correspondientes (se dice que se le iban cien mil libras al año en cosas de vestir); como dato curioso, poseía, entre otras cosas, quinientos portamonedas.

Brummel era alto, bien plantado e hizo tan buena impresión en el príncipe de Gales que éste le convirtió en su amigo, lo cual llenó de estupor a la aristocracia londinense, que vio cómo el nieto del confitero asistía a las íntimas reuniones principescas. Por supuesto su elegancia llamó la atención y enseguida fue copiada. Un detalle bastará para indicar la diferencia entre la elegancia natural de Brummel y la de sus imitadores.

Un día uno de éstos le dijo:

-Ayer, en casa de la duquesa de X me hice notar por mi elegancia, todo el mundo lo comentó.

-No os hagáis ilusiones, la verdadera elegancia consiste en pasar inadvertido.

Infatuado por su amistad con el príncipe de Gales y por su éxito social, Georges Brummel se permitía impertinencias llenas de afectación y de insolencia. Así, por ejemplo, un día le preguntaron:

-¿Dónde cenasteis anoche?

-En casa de un tal F; que presumiblemente quería que me fijase en él y le diese importancia. Me encargó que me cuidase de las invitaciones, y las cursé a lord Alvanly, Pierrepoint y otros. La cena fue estupenda, pero cuál fue mi sorpresa cuando vi que el señor F. tenía la caradura de sentarse y cenar con nosotros.

Otro día, en una visita que acababa de efectuar a los lagos del norte de Inglaterra, alguien le preguntó cuál era el que le había gustado más. Con un afectado bostezo, Brummel se dirigió a su criado:

-Robinson, ¿cuál es el lago que más me ha gustado?

-Me parece, señor, que fue el lago de Windermere.

Y Brummel se dirigió al preguntón y le dijo:

-Windermere... si esto lo satisface.

Tardaba más de dos horas en vestirse, por lo que era un espectáculo al que asistían algunos selectos amigos. entre ellos el príncipe de Gales. Su forma de ponerse la corbata era esperada por todos con ansiedad. Recuérdese que las corbatas de entonces consistían en unas largas tiras de tela que daban varias vueltas alrededor del cuello y se dejaban caer sobre el pecho en forma negligente. Brummel se levantaba el cuello de la camisa, entonces de proporciones considerables, hasta que casi le tapaba la cara y a continuación se anudaba la corbata, cosa no muy sencilla al parecer por cuanto ensayaba diez, quince v hasta veinte veces acertar con el nudo. Cada vez que fallaba, la corbata era tirada al suelo y reemplazada por otra. Cuando por fin quedaba satisfecho, Brummel miraba las corbatas desechadas y decía:

- ¡Hay que ver cuántos errores se cometen!

Su vanidad lo inducía a decir y cometer impertinencias, pero carecía del ingenio y el tacto necesarios para ello. Ello fue su perdición.

Un día estaban Brummel, el príncipe de Gales y unos amigos tomando café tras la cena y en un momento dado el primero dijo al príncipe:

-Gales, llama a un criado.

Aquel día el príncipe debía de estar de mal' humor, pues cuando llamó al criado y lo tuvo delante le dijo:

-El señor Brummel se va, acompáñale hasta la puerta.

Éste fue el principio del fin. Desprovisto del favor principesco, Bmmmel tuvo que afrontar a sus acreedores, que se lanzaron como fieras sobre él Se dice que en diez años había gastado más de un millón (un millón de aquella época), en corbatas, pantalones y casacas. Sus muebles fueron subastados y tuvo que huir de Inglaterra, dirigiéndose a Caíais, en Francia.

Allí vivió un tiempo gracias a préstamos que sonsacaba de algunos ingleses que visitaban Francia. Se levantaba a las nueve y, según su costumbre, tardaba dos horas en vestirse. Salía a pasear como si estuviese en Londres y, acostumbrado a la buena comida, se hacía servir una opípara cena. Pero la cosa no duró. Cada vez se iba hundiendo más en un océano de deudas. Uno de sus antiguos amigos consiguió que se lo nombrase cónsul de Inglaterra en Caen.

Aunque sus ingresos eran modestos, continuó haciendo su vida de antes. Los acreedores volvieron a surgir y se lanzaron sobre él cuando fue destituido de su cargo. No pudo comprarse más ropa. Un sastre de Caen, movido de compasión y de respeto por quien había sido el rey de la elegancia. le arreglaba bien que mal y gratuitamente los vestidos que le quedaban.

Parecía que no podía caer más bajo, pero en mayo de 1835 fue detenido por deudas y conducido a la cárcel. El duque de Beaufort y lord Alvanley se enteraron en Londres del suceso y patrocinaron una suscripción para que recobrase la libertad.

Cuando salió de la cárcel, Brummel ya no era ni una sombra de lo que había sido. Perdía constantemente la memoria y se alojó en una pequeña habitación del hotel Inglaterra, de tercera o cuarta clase. Allí pasaba horas enteras sin moverse de su habitación. Un día una inglesa de la que no se conoce el nombre se presentó en el hotel preguntando por Brummel y alquiló una habitación que daba a la escalera para verlo pasar. Lo que vio fue un hombre de cara idiotizada, hablando consigo mismo y vestido pobremente. Cuando el dueño del hotel subió a ver qué quería la señora en cuestión se la encontró llorando sentada en un sillón. Probablemente era una de tantas admiradoras que Bmmmel había tenido en Londres.

Su razón fue declinando. Varias veces los ocupantes del hotel lo vieron requisar sillas que trasladaba a su cuarto. Las ponía arrimadas a la pared. encendía unas velas y solemnemente abría la puerta de su habitación mientras decía en alta voz:

-¡Su alteza real el príncipe de Gales!... ¡Lady Conyngham!... ¡Lord Alvanley!... ¡Lady Worcester!... ¡Gracias por haber venido!... ¡El duque de Beaufort!...

Indicaba a cada uno de sus fantomáticos invitados la silla que les había destinado y luego volvía a abrir la puerta y exclamaba con énfasis:

-¡Sir George Brummel!

Y despertando de su sueño delirante miraba las sillas vacías y se derrumbaba en el suelo sollozando.

Murió en un manicomio el 24 de marzo de 1840.

miércoles, 23 de octubre de 2024

ALGO DE COCINA ANTIGUA

Si abrimos el volumen segundo del monumental e inestimable Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de Joan Corominas, en la palabra cocer se lee, entre otras cosas, lo siguiente: «Del latín vulgar cocere, del latín clásico coquere. La palabra cocer es de uso muy antiguo en castellano, pues ya la usa Gonzalo de Berceo: «En las regiones y países de seseo cocer es hoy verbo caduco en castellano hablado por la homonimia con coser, en la Argentina y, en general, en América se reemplaza por cocinar, que así pierde su matiz distintivo».

En latín tardío a la cocina se la llamaba coquina, que derivó en codna en el latín vulgar. El ya citado Berceo usa la palabra cocinero, que reemplaza al latín coquus. En Italia se conserva el uso de esta palabra, llamando cuoco al cocinero, y en nuestro país, Ruperto de Nola escribe en el siglo XV un libro en catalán titulado Libre de coc, traducido al castellano como Libro de cocina.

Quizá el primer hombre que descubrió la cocina o, mejor dicho, el arte de cocinar fue un habitante prehistórico de nuestro planeta que encontró un buen día un animal medio quemado en un incendio casual de un besque. Acuciado por el hambre le hincó el diente y se dio cuenta de que la carne asada tenía mejor sabor que la cruda con que acostumbraba a alimentarse. Sin duda es el asado el primer plato que se dio a conocer.

El padre Homero nos habla de asados de carneros, cerdos, ternera y cabra, todo lo cual debería hacerse a pleno aire, aunque no es difícil suponer que algún lugar había en la casa Para cocinar, por lo menos en los días de lluvia. De todos modos los griegos hablaban de Cadmo, cocinero del rey de Sidón, hijo de Agenor, hermano de Europa, fundador de la ciudad de Tebas e inventor de la escritura. En el siglo VII a. de J.C. los banquetes tenían lugar en el Megaron, sala que servía lo mismo para un banquete que como punto de reunión. No habla mobiliario, pues no olvidemos que hasta muy entrada la Edad

Media no se reservó un sitio determinado para el comedor. La frase «poner la mesa» significaba exactamente lo que dice, pues la mesa consistía en unas tablas puestas sobre unos soportes y que se cubría con un mantel, retirándose todo después de la comida.

A los invitados se les lavaban los pies, se les entregaba una copa y pan, este último muchas veces perfumado con anís. El esclavo que se encargaba de trinchar las carnes reservaba las partes nobles del animal para los invitados de mayor importancia. Es curioso que el vino se mezclaba con agua en proporciones que hoy nos parecerían imposibles. Fueron los griegos los que perfeccionaron los utensilios de cocina que, muy probablemente, copiaron de los egipcios y otros pueblos orientales, aunque las ollas y las cacerolas se encuentran ya entre los restos de los hombres prehistóricos.

En realidad la cocina griega no empezó a ser importante hasta los tiempos de Pericles, a seguido de la influencia de los egipcios. Conocemos relativamente poco de la cocina de estos últimos. Pierre Montet, en su excelente libro La vida cotidiana en Egipto en tiempo de Ramsés, nos da una idea bastante clara de la cocina egipcia. Según este libro el alimento que se consumía entonces era básicamente la carne, especialmente de buey y la de ciertos pájaros, que se comían crudos en salazón. La cebolla y el ajo eran muy apreciados, así como el pescado, conservado en salmuera. Como frutas se servían las sandías, los pepinos y los melones, mientras que las peras, los melocotones, las almendras y las cerezas no hicieron su aparición hasta la época de la dominación romana. Se consumía mucho pan. La bebida nacional era la cerveza, pero sin usar levadura, por lo que debía consumirse rápidamente, pues si no se agriaba. Los egipcios comían sentados, separados los hombres de las mujeres, y es curioso comprobar que usaban cucharas y tenedores de madera o de metal. Recuérdese que el tenedor fue introducido en Europa ya entrada la edad moderna primero por los venecianos y luego por Catalina de Médicis en Francia, desde donde se extendió a toda Europa, pero cuyo uso fue considerado en un principio como un signo de afeminamiento.

Los que hayan visto películas de las llamadas «de romanos» o hayan leído el Satiricón de Petronio tendrán una cierta idea de cómo se desarrollaban los banquetes en la antigua Roma. Claro está que lo descrito en estas

obras se refiere a banquetes dados por el emperador o por gente rica como los grandes patricios o ricos advenedizos como el Trimalción de la obra de Petronio.

Según parece estos grandes comilones apostaban más por la cantidad o rareza de 105 manjares que por su calidad. Así, comían pasteles de lenguas de ruiseñor o de sesos de alondra. Las comidas eran tan abundantes que a mitad de ellas los comensales se retiraban al vomitorium, en donde, excitándose la garganta con plumas de pavo real, devolvían lo comido para poder así continuar comiendo. Claro está que al lado de estos banquetazos la plebe comía lo que podía y se apuntaba a cualquier festejo en que se le repartiese pan, queso o las migajas que sobraban de los banquetes de los señores.

Dos nombres se han hecho célebres en los anales de la gastronomía romana: Lúculo y Apicio. Del primero se cuenta que gastaba fortunas buscando los manjares más raros y exquisitos, dando pantagruélicos banquetes. Pero cierto día, no teniendo comensales a quien invitar, cenó solo, por lo que su mayordomo le preparó una cena más modesta que las habituales. Lúculo se extrañó y le preguntó el porqué de tal modestia.

-Como hoy comes solo.

-No olvides que hoy Lúculo cena en casa de Lúculo. Otro día unos amigos suyos se invitaron inesperadamente para ver si le ponían en un compromiso. Lúculo solamente pidió que le dejasen dar órdenes a su mayordomo para que preparase la cena, y al hacerlo le indicó que quería que fuese servida en la sala de Apolo. Los invitados quedaron sorprendidos al ver la exquisitez y la abundancia de los manjares que les servían y Lúculo les reveló el secreto:

-Cuando he dicho a mi mayordomo que preparase la cena en la sala de Apolo ya sabía que en ella se ofrecen las más exquisitas y reflnadas viandas.

Y les explicó que cada sala de su palacio tenía asignada una cantidad para gastar en las comidas. No se olvide que Lúculo no sólo era un gran gastrónomo, sino un gran general, vencedor de Mitrídates, y que se dedicó al arte culinario cuando se retiró de sus campañas, rodeándose de los más celebrados ingenios que había en Roma, como Cicerón, Catón o Pompeyo. Por otra parte introdujo en Italia la cereza, el faisán y el melocotón, que había conocido en sus campañas en Oriente.

Apicio, por su parte, es el autor de sus Diez libros de cocina y vivió hacia el año 25 d. de J.C. No sólo era aficionado a la cocina, sino que también cultivaba los amores homosexuales, pues tuvo como amante a Seyano que luego fue favorito del emperador Tiberio. Sus platos favoritos eran el talón de camello y la lengua de flamenco y como pescado apreciaba sobre todo los salmonetes. Se arruinó en locuras gastronómicas en las que derrochó cien millones de sextercios, y cuando no le quedaban más que diez millones, considerando que esta suma era. insuficiente para vivir, se suicidó. Algunos tratadistas dicen que inventó la bullabesa.