La
imagen romántica de los caballeros medievales que vivían entregados
a fabulosas aventuras y fieles a un estricto código de honor, no
está alimentada sólo por la literatura de los cantares de gesta o
por sagas como la del Rey Arturo, sino también por algunos pocos
personajes históricos cuyas andanzas cobraron estatura
mítica.
Durante centurias los niños franceses escucharon
encantados las hazañas, los dichos y hechos del condestable Bertrand
Duguesclin, uno de los grandes héroes de la Edad Media, el cual
recibió de su rey el encargo de expulsar a los ingleses del
territorio de Francia en el siglo XIV.
Sus actos de arrojo y sus
muestras de piedad sólo eran comparables a la arrogancia con la que
rubricaba sus palabras. Hecho prisionero por el Príncipe Negro, le
pidió éste que él mismo fijase el precio de su rescate. "Cien
mil libras" -contestó Duguesclin sin vacilar, una cifra
formidable para aquellos tiempos. Maravillado, el Príncipe Negro le
preguntó de dónde sacaría tamaña fortuna. El condestable repuso
con inconmovible seguridad: "No hay muchacha en Francia que no
esté dispuesta a tejer una rueca llena para pagar mi rescate".
En efecto, al poco tiempo, los franceses pagaron el rescate hasta la
última moneda.
El condestable era un guerrero a las órdenes de
la realeza, no un caballero andante que salía por el mundo a
"desfazer entuertos"; pero se dice que jamás cometió
tropelías que dañasen su honor y, más aún, predicó la defensa y
el respeto a los códigos de caballería en cada oportunidad. Entre
los dichos que se le atribuyen, están el de que "de nada vale
ganar una batalla y perder el alma". O las palabras que habrían
constituido su regla de oro: "Nunca olvides, dondequiera que
hagas la guerra, que el clero, las mujeres, los niños y los pobres
no son tus enemigos".
Se dice que anteponía el honor a todo.
Sin embargo, el mayor hecho de honor de toda su historia, no lo
protagonizó él sino su enemigo.
Hallándose Duguesclin sitiando
un castillo en Languedoc, el gobernador inglés prometió entregarlo
en un día determinado, si antes no eran socorridos. Pero falleció
Duguesclin antes del día señalado para la entrega del castillo, de
modo que el ejército francés que encabezaba no llegó a
tomarlo.
Bien pudo el gobernador inglés redoblar la defensa y
aguardar los refuerzos que venían en camino. Sin embargo, fiel a la
palabra dada al contendiente caído, el día indicado se presentó en
el campo enemigo al frente de toda su guarnición. Y a ningún
subalterno entregó las llaves del castillo, sino que avanzó hasta
la mismísima tienda del condestable y las depositó sobre el
féretro.
Tal como había prometido.
martes, 22 de octubre de 2024
UN CABALLERO IDEAL
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