miércoles, 16 de octubre de 2024

EL RITMO DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA

El laico no sabe apreciar con exactitud el paso del tiempo. Conserva mal el recuerdo de un acto lejano (como la fecha de su nacimiento) y no es capaz de ver el futuro para establecer sus planes. Si va en peregrinación, o hace un largo viaje, no se halla capacitado para calcular cuando estará de vuelta, y lo que hará después. Así, los héroes de la Tabla Redonda se van frecuentemente en busca de aventuras sin fecha ni proyecto de vuelta. Cronistas y novelistas, salvo excepción, son muy poco precisos en materia de fechas y cronología; se contentan con fórmulas oscuras («en la época del rey Enrique», «hacia la época de Pentecostés», «cuando los días se alargaron»), o resaltan simplemente lo que es poco habitual en el transcurso de los días. En la práctica, los acontecimientos se sitúan en relación con las grandes fiestas u otros eventos cuya importancia quedó impresa en las memorias.

La mentalidad medieval es sobre todo sensible al ciclo regular de los días, de las fiestas y de las estaciones, a la permanencia de las esperas y de las vueltas a empezar, al mismo tiempo que a un lento e inapelable envejecimiento. Todo ello en marcha y en suspenso. De ahí los temas, literario y artístico, del Elogio del tiempo pasado (el universo envejece; ya no es lo que era; ¿dónde están las alegrías, las virtudes y las riquezas pasadas?...), y de la Rueda de la Fortuna (todo vuelve siempre a su lugar, cada cual ve cómo su destino desciende, asciende y después vuelve a descender; para qué querer modificar el orden de las cosas...).

Esta resignación algo imposible viene probablemente del hecho de que el hombre de la Edad Media - tanto el caballero como el campesino - sólo tiene del tiempo una experiencia concreta. La reflexión intelectual, los cálculos precisos son patrimonio de unos pocos clérigos. El resto, todos los demás, no conocen más que la alternancia del día y la noche, del invierno y el verano. Su tiempo es el de la naturaleza, con el ritmo de las labores agrícolas y el pago de las deudas y rentas señoriales. Los escultores representaron a menudo en la piedra (en los pórticos de nuestras grandes catedrales y alrededor de las pilas bautismales sobre todo en Inglaterra) ese calendario de la vida rústica, en que cada mes se ilustra con una actividad: febrero el descanso ante la lumbre; marzo ve la vuelta a las tareas agrícolas: se cava la viña y se cortan los sarmientos; abril es el mes más hermoso del año, cuando todo vuelve a empezar y se representa con un ramillete de flores en las manos de una joven; mayo es el mes del señor, que se va de cacería o a la guerra en su caballo más hermoso; junio se reserva para la recogida de la hierba; julio para la cosecha; agosto para la trilla; septiembre y octubre son los meses de la vendimia, pero el segundo es también el de la sementera; en noviembre, se hacen las provisiones de leña para el invierno, sacando los cerdos a bellotear, éstos se sacrificarán en diciembre, cuando se prepararán de nuevo los festines de enero.

El tiempo corto: el día

El ritmo de la jornada está regulado sobre todo por el curso del sol; el día es corto en invierno, largo en verano. El hábitat agrupado permite contar con las campanas del monasterio, que anuncian los oficios más o menos cada tres horas: maitines a medianoche, laudes hacia las 3 h, prima hacia las 6 h, tercia hacia la 9 h, sexta a mediodía, nona hacia las 15 h, vísperas hacia las 18 h y completas hacia las 21 h. Por otro lado, esas horas están lejos de ser iguales entre si: varían con la latitud, la estación del año o la aplicación del campanero. La hora de las vísperas en particular, no es nada estable. En Inglaterra, tercia, sexta y nona se tocan antes que en el continente (hasta tal punto que noon terminará designando, en inglés, el mediodía).

¿Cómo se mide el paso del tiempo? Algunos conventos poseen relojes hidráulicos, semejantes a clepsidras antiguas, que se componen principalmente de un recipiente del que el agua cae gota a gota. Una misma cantidad de líquido emplea el mismo intervalo de tiempo para vaciarse. Pero se trata de un aparato frágil y complejo, que se halla poco extendido. Con mayor frecuencia, se emplea el cuadrante solar, y, para medir los tiempos breves, un simple reloj de arena, cuyo funcionamiento (o incluso el tamaño) es análogo al que emplean aún hoy las amas de casa. De noche, el fraile que toca los oficios se orienta por la posición de los astros o por el tiempo que dura una vela. Los textos nos dicen que se consumen tres en una noche y que ésta se divide en primera, segunda y tercera vela. El campanero puede también calcular las horas, de una manera más aproximada, según las páginas que ha leído y las oraciones o salmos que ha recitado.

El empleo del tiempo de una jornada es, por supuesto, diferente según las regiones, las estaciones del año y las categorías sociales. Sin embargo, pueden observarse ciertas constantes. La gente se levanta pronto, generalmente antes de que salga el sol, ya que las actividades comienzan con el alba; antes de empezar con la labor diaria, es preciso lavarse, vestirse, rezar las oraciones u oír misa. Es raro que uno se alimente tras saltar de la cama, pues las prácticas religiosas exigen estar en ayunas. El «desayuno», primera de las tres comidas diarias, tiene lugar más tarde, hacia la hora de tercia; divide la mañana en dos partes más o menos iguales. La «comida», más copiosa, se sitúa entre sexta y nona. Le sigue un momento de descanso, dedicado a la siesta, la lectura, el paseo o el juego. Las actividades se reanudan mediada la tarde, y duran hasta la puesta del sol. En invierno, esta parte del día es relativamente corta. La «cena» se sitúa entre vísperas y completas. Más larga que el resto de las comidas, puede estar seguida de una velada; pero, salvo la noche de Navidad, no se prolonga demasiado La gente se acuesta pronto en el siglo XII. La iluminación (velas de cera o pez, lámparas de aceite) es cara y también peligrosa; la noche es más o menos inquietante: es el momento de los incendios, de las traiciones y de los peligros sobrenaturales. La legislación prohibe, continuamente, la prolongación del trabajo a partir de la caída de la noche y castiga con severidad los crímenes y delitos entre la puesta y la salida del sol.

El tiempo largo: año y calendario

Ocurre con los días lo mismo que con las horas: son tributarios de la Iglesia. El ciclo del año es el del calendario litúrgico, cuyas épocas más relevantes son el Adviento y la Cuaresma, y las fiestas principales Navidad, Pascua, Ascensión, Pentecostés y Todos los Santos. La costumbre de celebrar la Asunción de la Virgen (15 de agosto) sólo se impondrá en el siglo XIII. Fue en el concilio de Nicea, en el año 325, cuando la fecha de Navidad se fijó definitivamente para el 25 de diciembre, y en el siglo VII la fiesta de «Todos los Santos» se estableció el 1 de noviembre. La fecha de las otras tres grandes fiestas es móvil. La primera tarea de los «computistas» consistía en determinar la fiesta de Pascua, fijada a partir del siglo VI (a pesar de que el uso hizo que permaneciese fluctuante hasta finales del siglo VIII) "en el domingo que sigue a la primera luna llena posterior al 21 de marzo". En la actualidad se sigue haciendo el mismo cálculo. Pascua, hoy como en la Edad Media, se sitúa como muy pronto el 22 de marzo, y como muy tarde el 25 de abril; la Ascensión se celebra cuarenta días después de Pascua, y la de Pentecostés, cincuenta.

Si el año litúrgico comienza el primer domingo de Adviento, no ocurre lo mismo con el año civil. La fecha de su comienzo varía según las regiones o países. En Inglaterra, el año comienza el 25 de diciembre; después, poco a poco, las cancillerías episcopales y reales inician la costumbre de desplazar ese comienzo al 25 de marzo, día de la Anunciación; dicho esquema prevalecerá desde finales del siglo XII hasta 1751. En Francia, los usos difieren de una entidad administrativa a otra - ciudades geográficamente muy cercanas tienen, en ese aspecto, costumbres muy diferentes: así, en Soissons, el año comienza el 25 de diciembre; en Beauvais y Reims el 25 de marzo; en París el día de Pascua; en Meaux el 22 de julio (santa María Magdalena). Sin entrar con detalle en todas esas diferencias, notemos que los días más habitualmente elegidos son Navidad (regiones del oeste y sudoeste), la Anunciación (Normandía, Poitou, parte del centro y este) y Pascua (Flandes, Artois, dominio real).

Debido a su movilidad, esta última fecha es bastante incómoda. Para la cancillería de los reyes de Francia, que inicia el año en Pascua, algunos años tienen casi dos meses de abril y otros sólo medio. Así, en 1209, el año comenzó un 29 de marzo y terminó, casi 13 meses más tarde, un 17 de abril: hubo pues 47 días de abril (30 + 17). Por el contrario, en 1213, en el que el primer día del año fue un 14 de abril y el último día un 29 de marzo, tuvo tan sólo 16 días (16 + 0).

En las actas y las crónicas, la mención del milenario, calculado en relación con la encarnación de Cristo, no es de uso frecuente. Se prefieren a veces las fórmulas «el enésimo año del reino de nuestro rey (de nuestro conde) N...», o «nuestro rey (nuestro conde) N... que reina desde hace tantos años». Por otro lado, si los nombres de los meses son los mismos que empleamos actualmente, existen diversas fórmulas para distinguir el día de la fecha. Tomemos el ejemplo del 28 de septiembre - unas veces se dirá «el 28 de septiembre», otras «el tercer día antes de que septiembre termine» (es decir 3 días antes del final del mes de septiembre), otras «el 4º de las calendas de octubre», mas generalmente «la víspera de San Miguel».

En efecto, para la mayor parte de los individuos, las fiestas litúrgicas y de los santos son los únicos puntos de referencia del año. Pero se corre con ello el riesgo de la confusión. En dos diócesis vecinas, puede festejarse al santo en dos fechas distintas. Y, por el contrario, ciertos santos universalmente venerados, pueden ser festejados en diferentes fechas en el transcurso del año. Se celebra el aniversario de su nacimiento, de su conversión, de su martirio, del descubrimiento o traslado de sus reliquias. San Martín por ejemplo, se festeja al menos tres veces: el 4 de julio (San Martín del verano), día de su ordenación, el 11 de noviembre (San Martín del invierno), día en que fue enterrado; el 13 de diciembre, día del retorno de sus reliquias de Auxerre a Tours. Otras costumbres muestran aún mas la influencia de la vida religiosa en el calendario: el día de la semana, en algunos períodos del año, se designa con el tema del Evangelio leído en la iglesia. Así, el jueves de la segunda semana de cuaresma es denominado «El rico malvado», el viernes «Los vendimiadores» y el sábado «La mujer adúltera».

Pero esos problemas de cómputo son asunto de los clérigos. Señores y caballeros, siervos y villanos, habitantes de los burgos y de las ciudades apenas si los entienden. Su atención recae sobre todo en las fechas establecidas por los tribunales de justicia y asambleas feudales, ceremonias y recepción de nuevos caballeros (Pascuas, Pentecostés); pagos de las rentas (Candelaria, Todos los Santos) e inauguración de ferias y mercados.

Pero si son sensibles al ritmo de los innumerables días de fiestas de guardar, al retorno periódico de las fiestas religiosas y de las diversiones, lo son aún más al ciclo de las estaciones del año, al tiempo marcado por la naturaleza: para todos existen los buenos y los malos días.

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