Adelgace ahora. He dicho AHORA. FLICKR.COM/CHRISTIANMONTONE
Cuando quieres dejar de estar forrondosco y has visto que el deporte te tira menos que a Pitbull la ópera, no te queda más remedio que darle a tu cuerpo menos alegría (Macarena). Siguiente paso: cerrar el boquino.
Ahora que ya ha quedado claro que haciendo gimnasia sólo vas a conseguir que te aplaudan en Urgencias, lo único que puedes hacer para perder peso es ponerte a dieta. Si eres de genética corroncha, probablemente ya hayas probado muchas: la dieta de la alcachofa, la disociada, la Dukan, la de atarte a una farola… Además tu cuñado, que es el poeta de la mousse, te habrá recomendado que hagas la dieta del cucurucho mientras te da codazos en el costado mugiendo de risa.
Para perder peso, lo primero que necesitas es superar las excusas que te pones a ti mismo:
- “Es que yo retengo líquidos”. Sí, claro que retienes: la bechamel y la salsa rosa sobre todo.
- “Es que me ha cambiado el metabolismo”. Cómo no te va a cambiar el metabolismo, si lo único que te haces a la plancha son las camisas.
- “No sé por qué engordo tanto, si yo como igual que un pajarito”. Si un pajarito comiera lo que comes tú, no le llegaban las patas al suelo.
- “Yo estoy gruesito de los nervios”. No, hijo, los nervios no engordan, lo que engorda es mojar el pan hasta la manga del pijama.
¿Y cómo poner remedio? Si consultas a los expertos (realmente tú no consultas; ya se meten ellos a opinar sin que nadie los llame), verás que no se ponen de acuerdo entre sí. Tu madre te dice que a ti lo que te engorda son las cenas, la vecina del 4ºB opina “de que” son los bollos y las “picsas” y que hay que comer mediterráneamente –aunque ella pesa sus cien kilos lirondos–, y el conserje te cuenta que su primo se cosió el yeyuno y ahora corre la San Silvestre.
Es muy normal que cuando quieres rebajar el fuagrás de las caderas, te vengas arriba y llenes la cocina de cosas sanas y ligeras que se acaban pudriendo: un pimiento chuchurrido, medio tomate, un paquete de zanahorias… Tú vas viendo día a día como todas esas verduras agonizan y se mustian mientras te atiborras de cualquier cosa que lleve la etiqueta de la Casa Tarradellas.
Otra opción es ir al endocriminólogo, que es un señor que te prohíbe todo aquello por lo que merece la pena vivir, y que dice que el alcohol engorda, que lo blanco del jamón y las croquetas no son verduras, y que necesitas más fibra, aunque ya tengas los 30 megas. Luego va y te pone una dieta de 1,500 kcal. al día, que eso lo consumes tú sólo tragando saliva y chupando las tapas de aluminio de los quesos de untar.
Cuando vas a desayunar y lees “50 gramos de jamón york” te da la impresión de que estás traficando con el embutido y que si te pasas deja de ser autoconsumo. Además con esas dietas hipocalóricas se te pone humor de alcaldesa de Valencia. Por eso al final decidimos adelgazar por nuestra cuenta. Realmente perder peso no es tan complicado si seguimos unas cuantas pautas sencillas:
- Comer cinco veces al día. Esto es muy fácil cumplirlo. Yo a veces como hasta siete u ocho veces.
- Tomar cinco piezas de fruta y verdura al día. El otro día, por ejemplo, me comí tres melones y dos repollos y no pasé ni pizca de hambre.
- Cenar una ensalada. Yo le pongo lechuga, cebollita frita, bacon, picatostes, queso, maíz, torreznos y pollo empanado. Así te vas a la cama sin hambre y duermes como la vaca que ríe. Los ronquidos te indicarán que el tránsito va fluido.
- Una fruta de postre. Por ejemplo una tarta de manzana, que es fruta y es postre a la vez.
Con todos estos consejos conseguirás mantenerte a régimen dos o tres semanas, que es el tiempo medio que dura una dieta. Transcurrido ese plazo, lo más normal es que te levantes una noche de madrugada, vayas a la cocina descalzo y en ropa interior y asaltes la nevera pero sin hacer prisioneros, comiéndote el chorizo hasta la cuerda. Que te van a faltar manos y mofletes para dejar el frigorífico como los probadores del Primark.
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