-Mírala,
ahí está otra vez esa niña tan rara sentada en las escaleras de su
casa.
-No es rara. Sólo es ciega.
-Es rara. Siempre ahí sola.
Haciendo que mira algo...
-Su madre ha salido. Tirémosle con unas
piedras, a ver si es verdad que puede ver algo.
-¿No ves
que ella no puede ver nada? Ni se ha movido del sitio.
-A lo mejor
es que no han caído demasiado cerca, o tal vez, también esté
sorda. Probemos otra vez.
-Nada. Ni se mueve. Sigue ahí sentada
como si nada. ¡Y mira que la he acertado veces!
-La has hecho
sangrar. Vámonos antes de que regrese su mamá.
-Espera... ¡Eh,
niña! ¡Seguro que puedes ver algo! Mira ¿Ves? Tengo aquí una
piedra bien gorda. Si no te logras apartar, te atizaré con
ella.
-¡Qué has hecho! ¡Vámonos ya! Sangra mucho.
-Sí
puedo ver algo.
-¿Qué has dicho?
-Que sí puedo ver. Sólo que
son cosas que vosotros no podéis.
-Anda, déjala ya.
¿Ah, si?
¿Cómo qué, cegata del carajo?
-Cuando vayáis a echar a correr,
no crucéis la carretera.
-¡Corre! ¡Por allí asoma su
madre...!
-¡Vámonos!
-Hiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii...
-¡Lucía
hija! ¿Estás bien, cariño?
-Sí mama.
-¡Dios mío! ¡Qué
horror! ¿Qué puede haber pasado?
-Esa furgoneta ha atropellado a
dos chicos. ¿Es que no lo has visto, mamá?
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